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Antonio G. Encinas
Sábado, 24 de octubre 2015, 10:56
Javier Urra se puso en pie frente al atril, cogió por las solapas a los (padres) asistentes y amablemente, con tono educado, con sentido del humor, comenzó a darles cachetes. Y algún sopapo también. Así, nada más empezar, recordó que la Escuela de Padres de El Norte (patrocinada por Adeslas, Coca Cola y Alimerka) debutó con Bernabé Tierno, amigo suyo.
«Hoy no está con nosotros (falleció el 8 de julio). Es la vida. ¿Cuánto tiempo nos queda de estar aquí?», espetó. «Ay, por Dios», musitó una mujer de las primeras filas.
El discurso de Urra se construye así, a topetazos contra la realidad. Sobre todo cuando se trata de «lo más apasionante que tiene la vida, que es educar. Educar bien», dice.
En esta época en la que rige el buenismo, el evitar traumas, el mostrarse solidario con un retuit aunque luego no se aporte nada a ninguna causa, Javier Urra lanzó un mensaje contundente. Si lo que usted quiere es que su hijo sea feliz, olvídelo. ¿Cómo? Pues eso, que nanay. «El hijo va a ser feliz a ratos. Un día se enamorará de alguien que no le quiera, y sufrirá. Y un día se aburrirá, y otro disfrutará. Eso es la vida».
Y Urra, que las ha visto de todos los colores desde que era Defensor del Menor en Madrid, hace ya unos cuantos años, se encuentra con casos que demuestran su axioma de que la vida no es, en absoluto, justa. Habla de un niño que se suicidó con once años. Que dejó una nota a sus padres pidiéndoles perdón. Y defiende a esos padres, porque no siempre la culpa es de ellos. «Los niños deciden y actúan», dicen. Sin más reflexión.
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