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Víctor Vela
Miércoles, 6 de mayo 2015, 17:59
En esta historia no hay gabardinas ni cuentas ocultas. Pero José Miguel Travieso (Valladolid, 1950)reconoce que durante años llevó una doble vida. La oficial, la que constaba en todos los registros, era esa que lo etiquetaba como trabajador de Fasa Renault. La otra, revestida de pasión, comenzaba a escribirse cuando abandonaba la factoría. «En cuanto salía de trabajar, me dedicaba de lleno a la investigación». Cogía lupa para buscar las huellas dactilares de la historia pucelana. Revisaba archivos y legajos para destapar las curiosidades del pasado de la capital. Licenciado en Historia del Arte, José Miguel dedicó las sombras de su rutina a rastrear las curiosidades de Valladolid. Y con todas ellas ha tallado dos retablos que comenzó a esculpir en el año 2009 y que ahora ven la luz con forma de libro.
La asociación Domus Pucelae ha presentado esta semana Retablo imaginario. Historias de Valladolid, el segundo volumen del libro en el que José Miguel Travieso ha volcado esas investigaciones suyas sobre la historia de Valladolid. Curiosidades que bucean en figuras clásicas de la ciudad (como Teresa Gil, como María de Molina, el Conde Ansúrez o San Pedro Regalado), chascarrillos sobre la Niña guapa que da nombre a la calle o cotilleos sobre lo que de verdad ocurrió en el Palacio de los Vivero durante la boda de los Reyes Católicos.
Para extraer el jugo a la historia de Valladolid, José Miguel ha exprimido decenas de publicaciones, ha pasado por la licuadora cientos de documentos y le ha echado sus buenas dosis de azúcar al zumo para que sepa dulce. «Una de mis obsesiones era que los artículos fueran claros y amenos. He sacado mucha documentación, pero no quería abrumar con fechas, sino ofrecer una nueva mirada sobre aspectos ya recogidos en bibliografía típica, como la del grupo Pinciano». Desvela que una de sus fuentes de inspiración fue el catálogo de cuadernillos que durante el decenio de 1980 editaba las cajas de ahorro. «Recogían pasajes, acontecimientos, historias de Valladolid». Conserva algunos. Pero la crisis financiera se llevó por delante buena parte de la obra social de las cajas y esas publicaciones brillan ahora por su ausencia. «Quería en cierto modo recuperar ese espíritu, pero completando aquellos aspectos que veía insuficientes».
Fue así como, en el año 2009, comenzó a articular estos libros que primero tuvieron su versión en Internet. Todos los viernes, publicaba una de las historias que ahora se han convertido en capítulos de estos retablos imaginarios. Escribió 100. Una compilación de 40 sirvió para componer el primero de los retablos, con un libro publicado en diciembre de 2013.El segundo (con otros 40 artículos)acaba de ver la luz. «Tengo 20 pendientes, pero no creo que se trasladen al papel», apunta Travieso, el investigador que ahora aplica el microscopio a los grandes tesoros artísticos de la ciudad.
En realidad, no hay grandes descubrimientos. Las historias que aquí se cuentan ya han sido otras veces relatadas. Pero la mirada de Travieso les da nueva vida. Por ejemplo, a Evaristo Pérez de Castro, parlamentario vallisoletano que contribuyó a la redacción de la Constitución de 1812, la Pepa. «En Valladolid es hoy un completo desconocido y, sin embargo, cuando estuve en Cádiz, me encontré con que el Ayuntamiento de nuestra ciudad había mandado poner, en 1912, una lápida en su recuerdo en el oratorio de San Felipe Neri, en la ciudad gaditana». Francisco de Goya se fijó en el rostro del político pucelano y lo retrató en un cuadro que puede verse en el Museo del Louvre, en París. Y no solo a él. «Según la leyenda, cuando Goya estaba realizando el retrato del prócer vallisoletano, quedó prendado de la belleza de su joven sobrina María García Pérez de Castro, de 16 años, por lo que pidió permiso al político para realizar el elegante retrato en el que aparece la joven ataviada con una mantilla blanca en la cabeza». Ese retrato de la sobrina de Evaristo Pérez de Castro se exhibe ahora en la National Gallery of Arts de Washington.
Con curiosidades de este tipo está ensamblado el libro, que recuerda cómo el primer buzo del mundo se sumergió en las aguas del Pisuerga el 2 de agosto de 1602. Eran los años en los que Valladolid era capital de la Corte, con el Palacio de la Ribera, a orillas del río, como palacete de recreo para Felipe III y compañía. En las inmediaciones de ese palacio, rodeado de jardines, había numerosas obras de arte; «entre ellas, la fantástica escultura de Sansón matando a un filisteo, de Giambologna, que después sería regalada por Felipe IVal príncipe de Gales y que hoy está en el Victoria &Albert Museum de Londres». El caso, cuenta Travieso, es que en ese entorno el administrador general de Minas del Reino «puso en práctica, ante la persona del rey, un complicado traje por él inventado que permitía a un hombre sumergirse por tiempo continuado bajo el agua». Estuvo una hora sumergido en las tripas del Pisuerga. Era Jerónimo de Ayanz, político, militar y hombre de ciencia que, a los 49 años, hizo esta popular demostración en el río.
Pero hay más personajes insólitos en la historia de la ciudad. Como Catalina de Erauso, una donostiarra que llegó a Valladolid en 1601 (con 16 añitos)y que permaneció aquí «durante siete meses vestida y trabajando como un hombre». Escapó de un convento y al llegar a Pucela «se acomodó como paje en casa del vasco don Juan de Idiáquez, secretario del rey Felipe III e influyente personaje que habitaba un caserón que hoy es conocido como la Casa Revilla, donde se hizo llamar Francisco de Loyola». Cuando se vio descubierta, siete meses después, emprendió su huida y fue luego conocida como el soldado Antonio de Erauso (la monja alférez). «¡Menuda pieza era!», resume Travieso, quien en su libro también dedica capítulos a visitantes ilustres, como los pintores Diego Velázquez o Pedro Pablo Rubens... o Napoleón Bonaparte. El francés llegó a Valladolid el 6 de enero de 1809 y durante once días pernoctó en el Palacio Real. Claro, que no vino solo.«Con el emperador que entró en la ciudad por el Puente Mayor, a caballo llegaron cerca de doce mil soldados franceses que convirtieron en acuartelamientos distintos edificios de la ciudad, especialmente los grandes palacios y conventos (como Santa Clara, San Benito, San Agustín...)». «El recuerdo de la estancia de Napoleón en Valladolid no puede ser más desolador, pues los actos de vandalismo y destrucción del patrimonio durante aquellas jornadas dieron lugar a los primeros síntomas de ruina de numerosos edificios», concluye Travieso.
El libro no se olvida de algunos ilustres vecinos, como Alonso Berruguete, José Zorrilla o Miguel de Cervantes. También Góngora y Quevedo se dejaron caer por aquí y dispararon palabras... algunas dedicadas a (o contra) la ciudad. Sobre las calles Valladolid, escribió Quevedo:«No quiero alabar tus calles, pues son, hablando de veras, unas tuertas y otras bizcas, y todas de todo ciegas», escribía el literato con cierta mala leche.
El libro, presentado esta semana, será repartido entre los socios de Domus Pucelae (25 euros de cuota anual)y una muy limitada cantidad de ejemplares saldrá a la venta.
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