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Vidal Arranz
Jueves, 5 de febrero 2015, 14:00
El cannabis ha dejado de ser la droga inocente e inofensiva que durante mucho tiempo se pensó que era. En los últimos años se han encendido las luces rojas entre los expertos por el gran incremento de los problemas asociados a su consumo, como constatan asociaciones como ACLAD en Valladolid, pero también el Informe Europeo sobre drogas. Cada vez hay más casos de brotes psicóticos asociados a la ingesta de esta sustancia, y exclusivamente de ella. Pero también han aumentado los trastornos de personalidad, agresividad y pérdida de interés por la vida. En consecuencia, cada vez más adictos al cannabis acuden a asociaciones como ACLAD en busca de ayuda, cuando antes era muy poco frecuente que esto ocurriera. El año pasado, en 2014, ya fueron el triple que hace sólo cinco años y en número ya prácticamente están equiparados con los adictos a la heroína.
El caso de Sara es ejemplar. A sus 20 años, su familia no la reconoce. Hasta hace unos meses era una chica independiente, segura de sí misma, curiosa, y que no paraba en casa. A sus padres les preocupó descubrir hace unos años que había empezado a fumar porros, y la animaron a dejarlo, pero nada alertaba de que esta droga estuviera alterando su vida. Estudiaba, sacaba buenas notas y mantenía una vida social normalizada. Todo parecía ir como siempre. Hasta que este verano pasado se marchó a Londres a trabajar y estudiar y se descontroló. En las conversaciones telefónicas, y por skype, ya estaba desconocida, «superfumada», en palabras de su madre. Les pedía ayuda porque temía que pudieran perseguirla o agredirla y optaba por no salir de su casa. Sus padres acudieron al rescate, la trajeron de vuelta y la llevaron a tratamiento a ACLAD. Pero en el momento de hablar con la familia llevaba más de una semana sin salir de su casa de Valladolid. «Es como si se hubiera quedado sin energía. Ha perdido el interés por todo y la confianza en sí misma», se lamentan sus padres.
El caso de Sara no es una excepción. La psicóloga Nuria Herrero explica que están detectando varios casos de jóvenes consumidores de porros en los que los problemas graves surgen justo después de un viaje al extranjero. «En su ciudad seguramente mantenían un cierto control sobre su adicción, pero al salir de su casa se desbocan y aparecen los desajustes graves».
Entre las causas posibles de esta situación los expertos apuntan a la nueva generación de estupefacientes cannabáceos genéticamente modificados. «Un porro de ahora puede ser en algunos casos equivalente a 15 de antes», explica Luis Iglesias, director adjunto de ACLAD. En el mercado de semillas de internet puede verse una amplia variedad de plantas con diferentes «efectos» e intensidad del principio activo, el THC. Así, hay semillas con un 5% de THC y otras con nada menos que un 30%.
Si a todo esto se une una baja percepción del riesgo asociado al consumo, la buena imagen de esta droga, asociada a la mitificación de lo «natural», la fragilidad del cerebro de los adolescentes, que todavía está en proceso de formación, y el exceso de confianza del usuario, que cree tener más poder sobre la droga del que realmente tiene, la combinación resulta explosiva.
Los datos de ACLAD no dejan lugar a dudas. Hace seis años, en 2009, sólo una de cada diez personas que acudían a esa asociación en busca de auxilio lo hacía por adicción al cannabis, mientras que la heroína copaba un 43% de los casos. Cinco años después, en 2014, los enganchados a la droga también conocida como marihuana eran ya un 30% del total, mientras que los heroinómanos habían descendido hasta el 32%, con lo que ambas sustancias casi se han igualado en porcentaje.
El fenómeno es especialmente grave porque los problemas asociados a drogas duras como la heroína y la cocaína suelen tener un largo recorrido, por lo que no son infrecuentes las recaídas. Quiero esto decir que en los datos de heroinómanos citados anteriormente se incluyen no sólo casos nuevos, sino reincidentes. En cambio, la mayoría de quienes acuden a ACLAD por adicción al cannabis lo hacen por primera vez.
A todo ello hay que añadir, además, que también la edad de consumo de una y otra droga es diferente. Y como los consumidores de cannabis son más jóvenes, muchos de ellos incluso adolescentes, ello está provocando también un rejuvenecimiento de la edad del drogodependiente tipo. Así, el rango de usuarios de entre 16 y 23 años ha pasado de ser un 12,2% del total en el año 2010 a ser casi el doble, un 22,5% en 2014. Al tiempo, los drogodependientes de entre 25 y 44 años eran el 75% en 2010 y ahora son el 59%. «Pero hay que tener en cuenta que nosotros tenemos todavía muchos usuarios de la época de la heroína que están en tratamiento con metadona», explica María Gutiérrez Cortines, la directora de ACLAD.
«El cannabis era una droga secundaria», recuerda esta mujer, una veterana luchadora contra las adicciones que levantó de la nada su asociación hace ahora 35 años. «En la época dramática de la heroína teníamos debates internos muy vivos. Algunos consideraban un mal menor aceptable que el toxicómano fumara porros, si eso le permitía dejar de consumir su droga principal». Era la época en la que la peligrosidad de esta sustancia se asociaba casi exclusivamente a su condición de puerta de acceso a otras adicciones. «Entonces era impensable lo que está ocurriendo ahora».
Fue cuando se acuñó la definición de droga blanda porque en muy pocos casos su consumo provocaba daños graves o alteraciones sustanciales de la vida de sus consumidores, efectos que sí provocaban las llamadas drogas duras. Pero esto ha cambiado de forma radical en los últimos años. Especialmente en el caso de adolescentes y jóvenes, edades en las que los principios activos de esta droga parecen tener efectos más devastadores.
ACLAD constata cómo en los últimos años están aumentando también de forma exponencial las patologías psiquiátricas graves asociadas a los drogodependientes. «Hay que atender no sólo la adicción sino también los problemas psíquicos de estas personas. Esto complica muchísimo la atención y requiere más esfuerzo y recursos», explica Luis Iglesias, director adjunto de la asociación. Los datos de ACLAD en Castilla y León reflejan la magnitud del problema. En la Casa de Acogida para enfermos de sida, por ejemplo, el 100% de los internos padecen problemas psiquiátricos. Pero es que el porcentaje de patologías duales se ha duplicado en los últimos cuatro años. En 2011 sólo un 20% de quienes buscaban auxilio en esta asociación acudían con trastornos psíquicos importantes, pero ese porcentaje ha ido creciendo paulatinamente, año tras año, hasta llegar al 40,3% del año pasado. A todo ello hay que añadir otro problema más la larga duración de muchas de las toxicomanías. «Estamos desbordados», admite Iglesias.
En este comienzo de año, en enero, por ejemplo, 4 de las 5 personas que ingresaron en ACLAD por consumo de cannabis evidenciaban ser víctimas de brotes psicóticos. Un porcentaje terrible, que no puede extrapolarse, pero que revela cómo lo que hasta no hace tanto era una manifestación excepcional, o incluso dudosa, de esta drogodependencia, ya no lo es.
Como el aumento de la agresividad o los tastornos de comportamiento. Esos que cada vez son más conocidos gracias a programas televisivos como Hermano mayor». «Es cierto que cada vez hay más jóvenes que protagonizan episodios de violencia en el hogar, lo que redunda en una mayor dificultad para atenderlos», explica Sonia Martin. Y a menudo están asociados con el cannabis. Quizás no siempre, ni principalmente como causa, pero sí como factor estimulador, que acrecienta y aviva otros problemas que pueda darse en el entorno familiar o social del joven. «La violencia intrafamiliar asociada al consumo de cannabis es nueva. Y está provocando que nos lleguen muchas familias normalizadas, cuando antes lo común era que los pacientes pertenecieran a familias desestructuradas».
Otro efecto más es el aumento de la delincuencia asociada con esta droga. Enrique Sancho, el responsable del programa SOAD, que se ocupa de prestar asistencia a toxicómanos detenidos por la comisión de delitos, revela que en uno de cada cuatro casos la droga principal fue el cannabis. «En la mayoría de los casos los delitos que cometen son contra la salud pública, o sea de tráfico de drogas, y luego delitos contra el patrimonio, robos o hurtos. A mucha distancia agresiones contra personas», explica.
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