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Santiago Jiménez, delante de la vivienda de sus padres, en el barrio vallisoletano de La Farola.
«Esta noche habrá lechazo, antes solo lo veíamos en foto»

«Esta noche habrá lechazo, antes solo lo veíamos en foto»

Iba a por zapatillas pero se trajo un décimo del 92.845. Ahora, Santi podrá comprarse todas las que quiera

Antonio Corbillón

Miércoles, 24 de diciembre 2014, 09:06

El primogénito de Santiago Jiménez Fernández nacerá para Reyes pero no vendrá con un pan debajo del brazo, sino con 125.000 euros (aunque Hacienda se los dejará en 100.000 cuando los cobre). Poco imaginaba que aquel décimo del 92.845 en el que decidió invertir los únicos 20 euros con los que acudió un domingo de octubre al mercadillo junto al estadio Estadio José Zorrilla, le permiten ver ahora el futuro con un poco más de optimismo.

Medio centenar de familias vallisoletanas han agarrado algún décimo del segundo premio

  • Entre 40 y 50 familias de la provincia tienen algún décimo del 92.845. La mayoría son personas de etnia gitana que compraron los billetes que ha repartido como un maná una vendedora que los trajo de El Intercambiador, una administración de la Avenida de América de Madrid. Muchos le compraron pensando que eran de la popular Doña Manolita. «Es una suerte que esté tan repartido y que les llegue a familias que tienen muchas necesidades», destacaba ayer Enrique Jiménez, portavoz de los colectivos gitanos de Valladolid. Barrios como Pajarillos, Huerta del Rey o Las Flores han celebrado con discreción la visita de la diosa fortuna. Los décimos se desparramaron por los mercadillos de Valladolid, Medina del Campo y Peñafiel, aunque también llegaron a otros lugares de León y Salamanca. Solo en la provincia vallisoletana, la vendedora podría haber dejado 5 millones de euros.

«Subí al mercadillo a comprarme unas zapatillas. Eran mis únicos 20 euros pero cuando vi a aquella mujer con los décimos tuve un presentimiento y se lo compré», recuerda ahora Santi. A sus 19 años, vive en Guardo (Palencia) junto a su mujer embarazada, Andrea, en casa de sus suegros. De vez en cuando se deja caer por Valladolid para visitar a sus padres y hermanos, que viven en una destartalada vivienda en la calle Luna, pegada a las vías del tren.

No hay gritos, ni excesos, ni champán, ni ninguno de los rituales de celebración de estos casos. Es mediodía y la familia Jiménez, sus padres Antonio (aunque le apodan Santi) y Antonia y sus dos hermanos, comparten la comida en una habitación que sirve de cocina y sala de estar. Una sartén colectiva hace las veces de plato para grandes y pequeños. Una chimenea-quemador de piñones calienta la estancia. El respiradero hacia el exterior es un agujero en un cristal. «Fíjese cómo está todo, aquí no hay condiciones de nada», se disculpa su madre, Antonia. Su sobrina Ainhoa barre el suelo de restos de comida y se lleva el pan que ha sobrado de la breve pitanza comunal.

Por los alrededores corretea su hermano pequeño Toño, el que más claro tiene lo que anhela: «quiero una bicicleta para los Reyes». Santi parece todavía ausente, como si aún no entendiera la diferencia entre no tener prácticamente nada y haber recibido el flechazo de la fortuna. Sus únicos 20 euros y la primera vez que jugaba a la lotería. Más que respuestas sobre su suerte, solo le surgen preguntas.

¿Usted sabe cuánto se lleva Hacienda?

El 20%. Eso son 25.000 euros. Os quedarán 100.000 euros limpios.

Y eso ¿cuánto es en pesetas?

Incluso le cuesta sacar el billete que representa su golpe de fortuna. Día y pico después del sorteo todavía lo conserva en la cartera. No se ha planteado llevarlo a algún banco. «Pero si no tengo cuenta corriente en ninguno». Tampoco acaba de asumir que, en cuanto cruce el umbral de cualquier oficina y muestre ese 92.845, ningún director le va a preguntar en qué trabaja. «¿Usted cree que me ayudarán a comprar un coche?».

Buscarse la vida

Trabajo es precisamente lo que buscará a partir de ahora este joven vallisoletano con cercanas cargas familiares. Aunque no deja de insistir en que «primero tengo que asumir el premio y luego pensar un poco», sus prioridades parecen bastante claras. «No me gusta mucho Guardo porque hace bastante frío. Por eso lo primero que quiero es encontrar una casa para mi mujer y mi hijo. Y un coche para buscarme la vida y empezar a trabajar en lo que sea».

Ese lo que sea han sido hasta ahora chapuzas en la economía informal. «Una chatarra aquí, unos muebles allá...». Santi empieza a madurar que el mercadillo le dio la suerte y tal vez, en los mercadillos haya una oportunidad para tener unos ingresos más regulares.

Antonio Santi padre tampoco parece especialmente abrumado por la lluvia de euros de la familia. El también llevaba un par de billetes de lotería, pero no del segundo premio del Gordo. «En uno me ha tocado lo jugado. En el otro, nada».

Sentado en un sofá que no es sofá y con su pequeño Toño escalando por sus piernas, a su alrededor se adivina fácilmente un sinfín de necesidades. A golpe de vista se podría hacer una lista básica, empezando por el arañazo de un frío mesetario que atrapa a cualquiera que sale del calor de hogar de la cocina. En este espacio comunal se refugian todos los habitantes de la casa que van apareciendo a cada rato.

«El billete es suyo y él verá lo que quiere hacer con el dinero. ¿Una ayuda? ¡Eso espero! Será bien recibida porque aquí no nos sobra de nada», comenta. «Primero la casa y el coche ratifica el afortunado. Y, si queda algo, para los padres, claro».

La casa en la que viven los Jiménez Fernández es un inmueble de dos plantas muy deteriorado. Otras ramas de la familia, como la de Jaime, hermano de Antonio, viven en el piso superior. El patio exterior, lleno de cachivaches, da acceso a un portal que no cierra y a un edificio que difícilmente pasaría un mínimo control de habitabilidad.

Llevan viviendo allí unos 15 años. Al principio, en alquiler. «A veces pagaba la renta haciendo chapuzas para la dueña pero eso se acabó hace mucho», explica Antonio Jiménez. Tras la tregua de las fiestas navideñas, vendrá una nueva batalla judicial para tratar de no perder la casa. «Hemos ganado ya dos sentencias de desahucio. Vamos a ver que pasa con la tercera, que está citada para el 13 de enero», advierte.La verdad es que, en los pasillos judiciales, el número 45 de la calle Luna es ya un clásico de las peleas entre inquilinos y arrendadores.

En todo caso, esta es una de esas veces en que los tópicos de la lotería se hacen buenos. En los que cualquiera se alegraría de que le toque la suerte a una familia que lo necesita de verdad. Ahora está por ver qué papel juega en el destino de los Jiménez Fernández. Por lo pronto este noche tal vez habrá lechazo en la mesa. «Antes solo podíamos poner una foto y mirarla», bromea el patriarca Antonio.

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