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Enrique Berzal
Jueves, 30 de octubre 2014, 18:54
Aún le tiembla la voz cuando recuerda aquella trágica madrugada. «Fue el peor día de mi vida laboral. El peor, con mucho». Carlos Devesa, director de las factorías de Montaje 1 y Montaje 2 de FASA-Renault aquel 30 de septiembre de 1974, no puede sustraerse a la emoción cada vez que rememora el terrible incendio que asoló Montaje 2 hace hoy, precisamente, 40 años. «Eran cerca de la seis de la mañana cuando llamaron a casa. Me tiré literalmente de la cama, me puse un chambergo y fui a la factoría. Era horrible. Ya en ese momento Montaje 2 era una hoguera tremenda». A sus 87 años -44 de ellos trabajando en FASA-, Devesa aún mantiene intacta en su mente aquella desoladora instantánea, las llamas, una humareda gigantesca... y las víctimas, sobre todo las víctimas.
Aquel suceso, que tantas páginas ocupó en El Norte de Castilla y tanto dio que hablar en la ciudad del Pisuerga, ha pasado a la historia local como uno de los momentos más dramáticos de la convulsa etapa de la Transición democrática; pero también como uno de los sucesos más enigmáticos y con mayor carga de misterio, pasto fácil de la rumorología en una ciudad que asistía asombrada a una inusitada espiral de convulsión política y laboral.
Aquella portada del 31 de octubre de 1974 lo decía todo: 10 muertos y 31 heridos en Montaje 2. El fuego había comenzado a las 5,49 de la mañana y a los cinco minutos ya había afectado a una superficie total de 2.000 metros cuadrados. Una barbaridad. Al coincidir prácticamente con el cambio de turno, solo quedaban en la fábrica los encargados de poner a punto las instalaciones para los 1.400 trabajadores que comenzaban el trabajo a las seis de la mañana, así como los empleados de la empresa de Limpiezas El Sol, que habían entrado a trabajar a las diez de la noche del día anterior. Sobre estos últimos se cebaría el fuego, iniciado, misteriosamente, en un almacén situado «en cota cero», esto es, a nivel del suelo, y que albergaba, en diversos contenedores, neumáticos, guata, material de poliuretano para los asientos, etc.
La rapidez con la que se propagó no tardaría en dar que hablar. José Rojo Larruscain, que en ese momento era jefe de Departamento y que, al igual que Devesa y otros mandos de la empresa, fue «arrojado» de la cama por una llamada telefónica, recuerda cómo «al llegar a la vía férrea y vi el humo, pensé que se había quemado toda la fábrica. Y eso que poco después de las seis menos diez ya estaba allí. Era tremendo».
En la mente de no pocos vallisoletanos comenzó a flotar la idea de que se trataba de un incendio provocado. Era comprensible: la intensa conflictividad desatada en FASA desde el mes de septiembre, motivada cuando la empresa interpretó la nueva Ordenanza del metal suspendiendo las tardes libres de los sábados y el descanso del bocadillo, aunó las reivindicaciones laborales con propuestas de claro alcance político. De inmediato, los trabajadores, movilizados por los sindicatos clandestinos y el movimiento asambleario, se lanzaron a una huelga que llegó a englobar a 10.551 obreros de una plantilla de 13.620 - y provocar el cierre de la factoría. Hubo de todo: cargas policiales, despidos, 40 faseros detenidos, nueve de ellos en prisión
Incluso dos días antes del incendio se registraron incidentes laborales a causa de la decisión de la empresa de efectuar «descuentos» en los salarios de octubre con motivo de los citados paros laborales y cierre de la factoría.Por si fuera poco, a principios de ese mismo mes, un aparatoso incendio había arruinado el almacén de la factoría navarra de Authi, paralizando de inmediato la producción de vehículos, sin poder esclarecerse las causas exactas del mismo. Para muchos se trataba de un antecedente a tener en cuenta, cuando no una clara advertencia. Claro que lo de Valladolid resultó aún más trágico.
Los trabajos de extinción del fuego, a cargo del servicio contra-incendios de FASA, contaron también con la colaboración de los bomberos de Valladolid, Palencia, Segovia y parque del aeropuerto de Villanubla, auxiliados a su vez por personal de la factoría. Algunos, como Jesús Royuela, trabajaban en Motores y no dudaron en socorrer a sus compañeros, aun a riesgo de ser sancionados: «Fuimos a los vestuarios a cambiarnos de ropa y salimos con temor, dada la ruda disciplina. Los encargados nos decían que no nos moviésemos, pero les plantamos cara y nos fuimos a echar una mano. Lo vi todo in situ. Me puse junto a una marquesina, en las puertas exteriores, recogí a heridos en mis brazos, los tapábamos con cartones El recuerdo es imborrable. Al día siguiente me cambiaron de turno. Luego me suspendieron durante 15 días de empleo y sueldo por abandono del puesto de trabajo».
Diez muertos
A las ocho y media de la mañana del día 31, el fuego ya había sido totalmente controlado. Sin embargo, en una de esas labores de auxilio se produjo un hecho dramático, la muerte de José Antonio Casado García, encargado de Montaje 2, de 36 años, que se había prestado a rescatar a los heridos. Fue una de las tres víctimas de la factoría junto a Ramón Pisano Cortés, oficial tercera en el servicio de instalaciones, de 32 años, y Manuel Salas San José, de 38 años y especialista de la cadena de Montaje.
Las siete restantes pertenecían a la contrata de Limpiezas El Sol. Eran José Pérez Pérez, de 47 años; Bernardino Alonso Collantes, de 49; Teodoro Castillo García, de 46; Lidio Castán Palencia, de 34; Dionisio Gómez de Frutos, de 42; Paulino Serrano Hernández, de 54; y Félix Martín Gómez, de 50 años. Casi todos murieron por asfixia debido al altísimo grado de toxicidad de los gases producidos por la combustión de la espuma de poliuretano.
Sus cuerpos sin vida fueron encontrados durante las operaciones de rescate y extinción. El hallazgo sumió a todos en un auténtico shock, no en vano, en un primer momento se pensaba que el incendio solo había causado heridos: «Entramos el director industrial de FASA, Juan Antonio del Moral, el jefe de los servicios médicos, José Arribas Baticón, y yo en los vestuarios. Y allí nos encontramos a ocho hombres sentados. ¿Estarán dormidos?, dije. Y de dormidos nada: estaban todos muertos. El médico lo certificó en el acto. No les había dado tiempo a nada, los gases habían subido por el tiro de la escalera y los habían asfixiado», recuerda Devesa.
Otros tuvieron más suerte y lograron salvar la vida arrojándose por los ventanales, pues se dio la particularidad de que, con el fuego, el aire que entraba por puertas y ventanas actuó como un tiro. Como consecuencia de ello, el trabajador Germán Hurtado García fue ingresado grave en el Hospital Provincial con fractura de cráneo. Cuando comenzó el incendio, la mayor parte de los obreros se encontraban en los vestuarios. De los 31 heridos, 18 eran trabajadores de FASA y el resto, de Limpiezas El Sol.
Afortunadamente, los servicios de extinción lograron que el fuego no llegara a la planta superior, donde se encontraban los depósitos de pintura y varios tanques de combustible con 30.000 litros de fuel. «Gracias a eso, a que los bomberos controlaron rápidamente el incendio, la instalación se mantuvo. Si llega a alcanzar el piso superior hubiera acabado con todo. Además, el techo de hormigón que separaba ambas plantas aguantó el calor de las llamas», reconoce el entonces director industrial de FASA-Renault, Juan Antonio del Moral. Aun así, el fuego arrasó 10.000 de los 62.800 metros cuadrados de la factoría, que, con 2.800 trabajadores, producía diariamente 368 vehículos de los modelos R-5, R-7, R-8 y parte del R-12 familiar. Afectó, por tanto, al 49% de la producción.
Sabotaje
La hipótesis del sabotaje corrió inmediatamente de boa en boca. Era lógico. No solo porque aquellos indicios que podían explicar el origen del suceso habían sido totalmente destruidos por el fuego, que en algún momento llegó a generar 800 grados de temperatura, sino también por los antecedentes conflictivos ya citados y porque tanto el jefe superior de policía como el aparejador-jefe del servicio de bomberos desgranaron datos que apuntaban en esa misma dirección: el hecho de que se tratase de un incendio en superficie, la extraordinaria velocidad con que se desarrolló, dándose el caso de que el primer foco debió de radicar en una zona con neumáticos, cuya goma forma mucho humo pero no es una sustancia que propague las llamas a tanta velocidad, y, finalmente, que tuviera lugar a una hora en la que, al igual que ocurrió en Authi, había muy poca gente en la factoría.
Ya durante la reunión que mantuvieron con los periodistas Juan Antonio del Moral, el secretario del Consejo de Administración, Santiago López González, y el director del Departamento de Asuntos Sociales, José Hinojosa, se insistió en el desconocimiento de la causa real del incendio, pero sin descartar la posibilidad de que hubiera sido provocado. Lo mismo señaló el Jefe Superior de Policía, que incluso se atrevió a emplear el término «sabotaje».
Los rumores se incrementaron en los días posteriores, hasta el extremo de que, según denunciaba Mundo Obrero, órgano del Partido Comunista, «octavillas de grupos fascistas o de la misma policía, lanzadas en el barrio de la Pilarica, culpaban a Comisiones Obreras y a nuestro Partido de ser los autores del incendio y, por tanto, los culpables del asesinato de 10 compañeros».
Mientras, un técnico inglés de la firma «J.H. Burgoyne and Partnes», experto en incendios, se afanaba en hallar pesquisas que condujesen a la causa real. Así estaban las cosas cuando El Norte de Castilla aportó un nuevo dato que, procedente de «fuentes bien informadas», venía a apuntalar la tesis del incendio intencionado; según el rotativo, la empresa había recibido «hace aproximadamente diez días una advertencia con amenazas de chantaje», en la que pedían 30 millones de pesetas haciendo referencia a lo sucedido en Authi. «No ha sido posible confirmar estos rumores», señalaba en la edición del 3 de noviembre de 1974. En efecto, entonces no fue posible, pero ahora sí:
«Llegó una carta a la dirección de la empresa exigiendo 30 millones y amenazando con algo parecido al incendio de Authi», reconoce Juan Antonio del Moral; «incluso daba una serie de instrucciones, señalando que debía ser el secretario del Consejo de Administración, Santiago López González, el que por la noche llevase el dinero en una bolsa de deporte al Paseo del Campo Grande. Lo pusimos en conocimiento de la policía y como había un agente muy parecido a Santiago López, se hizo pasar por él. Estuvo dando vueltas por el Campo Grande, con la bolsa de deportes, pero no apareció nadie. Días después ocurrió el incendio».
Entretanto, la investigación que había iniciado la empresa a través de la firma británica «J.H. Burgoyne and Partnes» concluyó que el incendio no había sido fortuito; de hecho, como explica Del Moral, el especialista inglés apuntó la posibilidad, no probada, de que se utilizara un dispositivo de retardo del incendio. En las actas del Consejo de FASA-Renault se recoge, en junio de 1975, que «después de peritaje por una empresa internacional especializada aparece sin posibilidad de causa fortuita y sin prueba de la causa verdadera». Por su parte, trabajadores de FASA, reunidos en asamblea, aprobaron un escrito dirigido a la opinión pública en el que sostenían que, en el caso de que se tratase de un accidente, habría que poner en entredicho las medidas de seguridad de la empresa, pero que si se llegaba a demostrar que había sido un sabotaje, manifestaban su «más firme repulsa y condena». Sin embargo, ni la investigación policial ni la del juez pudieron detectar responsables.
De modo que a día de hoy, 40 años después de aquella jornada dramática, sigue sin esclarecerse la causa real de un incendio que marcó un antes y un después en la historia de Valladolid y de FASA-Renault, un suceso terrible que dejó 10 muertos y 31 heridos y causó destrozos en la factoría por un valor de 426,8 millones de pesetas, además de paralizar su actividad durante una semana.
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