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Víctor Vela
Lunes, 2 de junio 2014, 10:05
Hay un tapete verde extendido sobre una de las mesas del bar Jaime y encima, cuatro pares de manos que intercambian naipes con la naturalidad de la partida cotidiana. Comparten jugada Alejandro, José y José María veteranos vecinos de Delicias con Manuel, quien llegó a esta calle Hornija hace 50 años, con una nómina de Fasa y el deseo de inaugurar una nueva vida. «Era una calle muy buena», dice Manuel. Y con la voz subraya el pasado.
También lo hace Miguel Ángel Arribas. Durante años fue oficial de primera en Paolo, la popular peluquería de Las Francesas. Hasta que, llegado el momento, decidió empuñar por su cuenta las tijeras y establecerse con peluquería propia (Michelangelo). «Me enteré de que se murió un señor, que llevaba muchos años con una peluquería en esta calle Hornija y me vine. Esto era mejor que un pueblo. Había un ambiente fantástico entre los vecinos», y de nuevo emplea el pasado. Dice que ahora, once años después, piensa en marcharse. «Ya estoy buscando local por el centro. La calle no es lo que era», asegura desde el interior de una peluquería con cristales espía, «como los de los interrogatorios policiales», esos que permiten ver lo que ocurre fuera sin que se pueda observar lo que pasa en el interior.
El pasado también se cuela en la conversación que Mari, con vivienda en la calle desde hace 20 años, mantiene con Consuelo Carro, de la carnicería Bali. Chelo trajo su sonrisa al barrio hace 12 años.Antes tuvo negocio en la calle Pólvora, en San Luis y luego,«después de que me lo comentara un amigo», se vino hasta Hornija para montar una carnicería donde despacha lasaña propia y unos muslos de pollo rellenos que dicen los vecinos que están «riquííííísimos». «Yponlo así, con muchas i», dice Mari, la cliente. Consuelo devuelve el piropo cuando dice que «la gente del barrio, la de toda la vida, es encantadora». Por cierto, que el relleno es de queso, de bacon, de jamón, de aceitunas. «Los hago por encargo, así que de lo que me lo pidan», explica Consuelo.
La intrincada calle Hornija, con muchos callejones y bocacalles a su alrededor, tiene en su corazón a la parroquia de Santo Toribio, una de las más activas de la ciudad, trabajadora incansable por mejorar la convivencia en el barrio y dotar de oportunidades a familias desestructuradas, a hogares golpeados por la crisis y el desempleo, a jóvenes que requieren apoyo escolar y vital.
El trasiego solidario que se genera en torno a la parroquia tiene su reverso en el continuo devenir de coches policiales, que atraviesan la calle una, dos, tres, infinitas veces mientras se escribe este reportaje. «Y menos mal que pasan. Toda vigilancia es poca», dice Julio, vecino de la calle Aaión y con sitio casi fijo en la barra del bar La Ría 2. Lo del número viene porque este es el segundo bar que Vidal González abrió con ese nombre. El primero está en La Rubia. Este funciona desde hace 22 años y detrás del mostrador están Pilar Masedas y 16 jamones, uno ya mediado y el resto colgados de la pared. Hay una pata, incluso, que tiene grabado el nombre del establecimiento. «Y no te olvides de la pecera», dice Pilar, un enorme acuario de 700 litros donde antes hubo langostas y marisco y en el que hoy chapotean escalares, besucones, chupones... peces de todo tipo que entretienen a los clientes más madrugadores.
Porque a las seis de la mañana ya está abierto este bar.Y también el Jaime. «Siempre ha habido mucho movimiento de obreros y de trabajadores a primera hora de la mañana, aunque con la crisis ha bajado mucho. Esta era zona de paso hacia el polígono de San Cristóbal y mucha gente paraba a tomarse el café del desayuno y a comprar tabaco», reconoce Pilar, quien ya suma 14 años atendiendo el negocio.
Dardos y cosetodo
Más joven en la calle es María José Gómez, del cosetodo Delicias. Llegó aquí en agosto de 2003 y al mundo de la costura por una curiosa carretera secundaria. «Yo quería ser cirujana, pero lo de estudiar no se me daba muy bien». Así que ahora no cose pieles sino botones, «que es mucho menos peligroso», bromea.
Durante años tuvo una academia de costura en Laguna y ahora atiende este negocio que ofrece descuentos para los parados «todos tenemos que echar una mano para salir de la crisis» y donde también vende las artesanales creaciones de su madre, María Presentación, quien hace broches o bolsos con las anillas de los botes de refresco. «Esta era una calle de paso, con mucha vida... pero se ha ido mucha gente, ha venido otra y hay mucho piso vacío», explica.
Javier de la Rúa aterrizó hace cinco años para abrir el grifo de cerveza en el bar Olímpico. Vinculado a la hostelería, consiguió un contrato sin continuidad en Renault. «Y llegó el hijo y había que buscarse algo». Ese algo fue este bar con peña de la primitiva (54 integrantes y 946 euros de bote) y equipo de dardos, el Delicias City, que compite en Tercera 3 y suele acoger tiradas los lunes.
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