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J. SANZ
Martes, 1 de noviembre 2011, 02:13
Los trabajadores de la Fundación Jorge Guillén están hartos. Su sede, situada en la entrada principal del parque de Las Norias, a los pies de la laberíntica pasarela que salva las vías, se ha convertido en los últimos días en el foco del deseo de los grafiteros que frecuentan el entorno. El edificio amaneció ayer repleto de pintadas por sus cuatro costados en el ataque más salvaje sufrido por la fundación en el año y medio transcurrido desde su apertura.
Los muros del coqueto chalé catalogado por su valor arquitectónico, que en su día acogió a los directivos de la desaparecida azucarera Santa Victoria, habían sufrido ya algunas pintadas, pero nada comparable con lo ocurrido durante el pasado fin de semana. «Los operarios municipales han quitado algunas, pero hasta ahora nos hacían algún garabato, pero nada como esto», explica los empleados del centro.
Los autores, esta vez, se cebaron con el inmueble del siglo XIX. Cada rincón de sus cuatro caras luce alguna rúbrica del artista (o artistas) en cuestión en llamativas tonalidades que van desde el marrón metalizado hasta el amarillo fluorescente. La firma, aunque indescifrable, es la misma que luce desde la semana anterior el chalé de al lado, llamada a acoger en su día la Fundación Francisco Umbral -la negociación lleva abierta desde hace más de un año-, en su caso en azul.
Las pintadas ocupan el último lugar de una larga lista de actos vandálicos sufridos por la Fundación Jorge Guillén desde antes, incluso, de su puesta en funcionamiento, en abril del año pasado. Los ladrones desvalijaron el inmueble días antes del comienzo de los trabajos de rehabilitación, en agosto de 2009, y obligaron a contratar a una empresa de seguridad durante la ejecución de los trabajos. Luego llegó la inauguración del único edificio ocupado de la antigua azucarera y, con ella, los primeros destrozos.
Los gamberros han reventado un aplique de la fachada, rompieron la semana pasada el cristal de la puerta trasera a pedradas -lo acaban de cambiar- e, incluso, han tirado colillas encendidas en el buzón. Eso sin contar los restos del botellón que retiran cada lunes los trabajadores o el robo de las tapas de los registros que rodean el edificio -sustituidos ahora por planchas de hormigón-. Semejante acumulación de desperfectos lleva a la fundación a estudiar la colocación inmediata de cámaras de vigilancia en el exterior para evitar nuevos ataques.
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