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V. M. NIÑO
Martes, 28 de junio 2011, 02:56
Concibió la idea hace cinco años pero había demasiados cabos que entrelazar y mucha información que condensar, «no me atreví a dar unidad a todo ello». Finalmente Pedro Miguel Lamet (Cádiz, 1941), jesuita además de escritor con una decena de novelas y una treintena de libros a sus espaldas, se lanzó a bucear en «una época oscura de la Compañía», los 40 años de la prohibición de su familia espiritual. El autor presentó ayer 'El último jesuita', publicada por La esfera de los libros, en la librería Oletum de Valladolid.
De nuevo ha elegido la novela histórica, porque «es un buen vehículo para dar a conocer la historia. Si se hace con rigor es una gran escenificación del pasado».
Dos hermanos que llegan a ser novicios en la España del XVIII son los protagonistas de 'El último jesuita'. Mateo abandona los hábitos, llega a ser secretario del Conde de Floridablanca y se convierte en perseguidor de la orden, mientras que Javier, se ordenará y será el perseguido. «He intentado ser objetivo, trato a la Compañía con cariño, pero analizo pros y contra a través de dos personajes que lo viven de formas diametralmente opuestas. Así hay dos ópticas sobre un momento de una complejidad increíble», explica Lamet, quien tras otras nueve novelas históricas considera que «del siglo XVIII, de esa época de afeites y pelucas, de ilustración y enciclopedismo apenas se habla. Estamos habituados al siglo de Oro o al XIX, pero no al XVIII».
Un rey beato y miedoso
Su pluma aborda el reinado de Carlos III, «hombre de comunión diaria pero muy miedoso, al que metieron la idea de que los jesuitas estaban detrás del motín de Esquilache -por lo que huyó nueve meses a Aranjuez- o que la doctrina del padre Mariana del tiranicidio se le aplicaría a él». Otro temeroso fue el papa Clemente XIV elegido y apoyado por España «que decían murió de miedo a ser envenenado por los jesuitas».
Y ¿de dónde procedían tantas sospechas sobre los discípulos de Loyola?. «De una mezcla de intereses políticos y de poder real de la Compañía. En ese momento tenía en su mano la educación, es decir el poder cultural y por otra, el influjo moral. Los jesuitas eran los confesores de los Borbones en Europa». Además esta institución de virtud y saber tenía abiertos frentes dentro de la Iglesia con otras órdenes, que consideraban a las reducciones de Paraguay su imperio, «cuando fueron los primeros ensayos de un socialismo cristiano».
El poder político impuso su expulsión y «mientras en Portugal por ejemplo, Pombal los encarceló y apaleó, en España, Carlos III, que tenía remordimientos de conciencia, acordonó las casa de jesuitas, de las que solo podían salir con el breviario, y les llevó a las costas donde había barcos esperándoles para llevarles a los estados pontificios. Pero llegaron allí y el Papa no les quería. Acabaron en Córcega donde estaban en una guerra. Luego se diseminaron por la península itálica. Durante 40 años estuvo prohibida la Compañía». Cuatro décadas en la que los jesuitas lideraron la vida cultural de aquella península. «Eran hombres muy bien formados. Además de cultura, mantuvieron su fidelidad a Loyola y, a pesar de las dificultades, tan solo un 20% colgó los hábitos». El sentimiento de culpabilidad del rey ilustrado se tradujo en una paga vitalicia a todos los expulsados, «pero tenía trampa, porque debían dar cuenta de lo que hablaban y hacían».
«Gracias a la protección de la zarina Catalina, quedó una célula de jesuitas y 40 años después, en 1814, la orden fue restablecida», cuenta quien tuvo una prolija carrera periodísticas hasta que topó con la censura de Juan Pablo II.
Los diarios que escribieron los jesuitas en esos cuarenta años empiezan a ser publicados. «La Universidad de Alicante está muy interesada. Ahora están con los diarios del padre Luelmo, quien escribió diariamente durante 32 años. Es una fuente apasionada y estupenda si se sabe leer extrapolando datos objetivos».
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