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MIGUEL LORENCI
Jueves, 9 de junio 2011, 03:47
Todo el espectro político alabó su compromiso intelectual y su lucidez para denunciar los totalitarismos y la barbarie del siglo XX que padeció en carne propia y que dio pie a una de las grandes obras memorialísticas contemporáneas. Tanto en Francia como en España políticos e intelectuales glosaron su insobornable independencia y sus logros literarios que pervivirán en su legado. Tanto el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero como su colega Nicolás Sarkozy elogiaron la figura y la obra del testigo privilegiado de un siglo terrible. Un resistente que sobrevivió a la barbarie para vacunarnos contra ella en una obra de singular altura.
Con veinte años Jorge Semprún (Madrid 1923) fue apresado por la Gestapo y enviado a campo de exterminio de Buchenwald. Fue señalado con el número 44.904, una matrícula indeleble y principio de una experiencia terrible que marcaría su vida y su obra. Sobrevivió a aquel infierno y fue liberado en 1945. Necesitó dos décadas de «amnesia deliberada» para abordar aquella pavorosa experiencia. Nunca dejó de preguntarse cómo podría explicarse y explicar aquel intenso «olor a carne quemada» que emanaba de los crematorios.
La enfermedad doblegó el martes, con 87 años, al lúcido testigo de un siglo terrible. Al superviviente y resistente antinazi, al disconforme militante comunista, al clandestino y múltiple Federico Sánchez, al rebelde que abominó del estalinismo, al guionista que construyó el armazón del cine político y comprometido, al intelectual molesto, al europeísta de primera hornada, al político que reclamó en la democracia conFelipe González y que se marchó decepcionado y con cajas destempladas, al republicano que quiso despedirse del rey, y al escritor que brilló en las lenguas de Molière y Cervantes. Un Semprún que tuvo como patria primero el horror y luego el lenguaje, «la necesidad de comunicación que está en la naturaleza humana».
Resistente nato, atesoró «más recuerdos que si tuviera mil años» según afirmó él mismo en 'Adiós, luz de veranos' apropiándose de un verso de Baudelaire. Unos recuerdos que repasamos a través de su palabra y que para emerger necesitaron aquella «amnesia» autoimpuesta mientras trabajó como traductor para la UNESCO. Con ellos reconstruyó en la literatura una vida de compromiso, resistencia y militancia contada en 'Adiós, luz de veranos', 'Viviré con su nombre, morirá con el mío', 'Aquel domingo', 'La escritura o la vida', 'Autobiografía de Federico Sánchez' o 'Federico Sánchez se despide de ustedes'.
Buchenwald: «¿Sabe qué es lo más importante de haber pasado por un campo?¿Sabe que eso, que es lo más importante y lo más terrible, es lo único que no se puede explicar? El olor a carne quemada. ¿Qué haces con el recuerdo del olor a carne quemada? Para esas circunstancias está la literatura. ¿Pero cómo hablas de eso? ¿Comparas? ¿La obscenidad de la comparación? ¿Dices, por ejemplo, que huele como a pollo quemado?...Yo tengo dentro de mi cabeza, vivo, el olor más importante de un campo de concentración. Y no puedo explicarlo. Y ese olor se va a ir conmigo como ya se ha ido con otros», decía.
Escritura y vida: «La escritura y los escritores son los únicos capaces de mantener vivo el recuerdo de la muerte. Si no, si los escritores no se apoderan de esa memoria de los campos de concentración, si no la hacen revivir y sobrevivir mediante su imaginación creadora, se apagará con los últimos testigos, dejará de ser un recuerdo en carne y hueso de la experiencia de la muerte».
Holocausto: «Están desapareciendo los testigos del exterminio. Cada generación tiene un crepúsculo de esas características. Los testigos desaparecen. Pero ahora me está tocando vivirlo a mí. Aún hay más viejos que yo que han pasado por la experiencia de los campos. Pero no todos son escritores, claro. En el crepúsculo la memoria se hace más tensa, pero también está más sujeta a las deformaciones».
Detención, tortura y resistencia: «Me mentalicé: tenía que resistir, no debía hablar. Opté por un cuento que no pusiera en peligro a ninguno de los compañeros. Una novelita rosa que esos días era posible leer en la propia prensa de los colaboracionistas: yo era el pobre estudiante que no tenía dinero, que oye una conversación y que es encargado de llevar unas maletas cuyo contenido desconoce. Cree que está metido en el mercado negro y un día descubre que está metido en el transporte de armas, que no puede dejar porque lo amenazan».
Militancia y expulsión del PC: «Fui el chivo expiatorio. Quizá fui imprudente; cuando comenzó todo, tenía que haber cortado por lo sano. En todo caso, eso aceleró mi disgusto, mi náusea, y mi disposición a ir a España clandestinamente», dijo sobre su abandono del PC francés. «Gran parte de mi vida consistió en destruir todo eso. No en traicionarlo, sino en destruirlo en el sentido de dejar de ser buen comunista para ser buen demócrata. De ahí mi interés por Europa, porque es una de las cosas que me han ayudado a distanciarme del comunismo y del leninismo y a comprender las virtudes de la razón democrática Cuando has sido comunista de verdad durante 20 años no es para presumir de haber estado en los salones con Louis Aragon».
Estalinismo: «¿Me arrepiento o reniego de haber sido militante del comunismo estaliniano? No. Creo que en aquel momento había una justificación para ello. ¿Me arrepiento de no haber salido del PC en 1956, el año de los movimientos antisoviéticos en Polonia y Hungría? No. Porque soy español; si hubiera sido francés, habría sido el momento de romper. Pero en España, cualesquiera que fueran los crímenes de Stalin, luchar con el PC contra Franco valía la pena».
Ministro: «No sé qué pinto en esta fotografía, pero intentaré pintar algo» dice al acceder a la cartera de Cultura y topar con Alfonso Guerra «una persona que cree tener opiniones culturales».
Memoria e identidad: «Mis memorias son un poco victorianas. No hay nada íntimo. Son tan poco íntimas que no hablo jamás de Colette (su esposa), por ejemplo, y he pasado 55 años con ella de compañerismo y matrimonio».
Los restos mortales de Semprún recibirán sepultura este domingo en una ceremonia laica, en Garentreville, donde la familia de su esposa posee un panteón. Al sepelio acudirá en representación del Gobierno español la ministra de Cultura, Ángeles González- Sinde.
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