Secciones
Servicios
Destacamos
ANTONIO G. ENCINAS
Domingo, 10 de abril 2011, 13:19
En muchos cajones desvencijados de muchas casas de muchos pequeños pueblos de Castilla y León duermen fotos en blanco y negro que retratan un pasado lejos de casa. Algunos, transcurridos los años, las vuelven a mirar con cierto cariño, ahora que el tiempo las aliña con nostalgia y limpia las imperfecciones. Otros prefieren dejarlas ahí, como el testimonio escondido de una generación que abandonó España en masa para buscarse la vida. Más de siete millones de españoles dejaron el país. Dos millones emigraron a Europa, y de ellos, unos 770.000 recalaron en Alemania, según los datos del profesor universitario Carlos Sanz Díaz.
Aquellas marabuntas que abarrotaban los trenes que partían camino de Irún acabaron por contribuir al desarrollo del país gracias al dinero que ahorraban o enviaban a casa, a sus familias. En 1971, cuando el fenómeno de la emigración empezaba a remitir, Pedro Lazaga retrató con humor las condiciones de trabajo que se encontraban los españoles en la República Federal Alemana en la película '¡Vente a Alemania, Pepe!'. «¿Cuánto tardaría en comprarme una vaca?», le pregunta Alfredo Landa al retornado José Sacristán. «Trabajando normal, un mes». «¿Y trabajando a lo bestia?». «Dos semanas».
Año 2011. La crisis económica es un hecho y Angela Merkel, canciller alemana, visita España. Durante su estancia, hace pública la necesidad de su país de importar un ingente número de ingenieros, especialistas, administrativos... Quiere incluso firmar un protocolo bilateral, aunque las leyes europeas lo prohíben y condenan a los españoles a luchar en igualdad de condiciones con otros aspirantes europeos a esos puestos de trabajo.
Pero esta vez no es Pepe quien acude a la llamada, ese campesino encarnado por Alfredo Landa que se lanza a la aventura migratoria aturdido por el Mercedes que se ha comprado el último emigrante que vuelve al pueblo. Esta vez son sus nietos. Y la diferencia entre aquella generación y esta es abismal.
A Alemania no le sirven ya los 'pepes' sin cualificar, los que poblaban de mano de obra las fábricas y vivían, en muchas ocasiones, en barracones construidos para albergar a los trabajadores recién llegados. Se les pedían pocos requisitos: que estuvieran válidos físicamente (en la frontera pasaban un reconocimiento médico exhaustivo); que tuvieran un certificado de penales impoluto, y que llegaran a su destino con el contrato de trabajo bajo el brazo.
Lo que Merkel busca ahora es un trabajador joven, con conocimientos de alemán. Un nivel B1-B2, que equivale, según el marco europeo de referencia para las lenguas, al que tiene alguien para poder «relacionarse con hablantes nativos con un grado suficiente de fluidez y naturalidad». Christine Buerger, profesora de alemán en el Círculo Hispano Germánico de Valladolid, cree que ese objetivo idiomático es más difícil de conseguir de lo que parece. «Si haces cursos intensivos y estudias todos los días, lo puedes conseguir en un año, pero con muchísimo trabajo. Por término medio, en tres años puedes tener un nivel con el que ya puedes hablar sobre todos los temas más o menos bien», asegura.
La pista del idioma resulta importante para saber lo que se le viene encima a España. Si un chico de 25 años tiene suficiente nivel de alemán como para viajar inmediatamente allí a trabajar, seguramente poseerá también un elevado nivel de inglés. Y dada la petición tan específica de Angela Merkel, en muchos casos habrá terminado una carrera, e incluso puede que algún posgrado. Son, por tanto, trabajadores cualificados en cuya formación España ha invertido mucho dinero, pero para los que no tiene salidas laborales. Alemania, sí.
No es la primera vez que el país teutón intenta 'fichar' a personal cualificado en el extranjero. En el año 2000 puso en marcha el programa 'Green Card', que resultó un fiasco. Eran «permisos de trabajo para especialistas de informática y con una validez máxima de 5 años», según el profesor Osvaldo Cardozo, de la Universidad Nacional del Nordeste, de Argentina.
Era la primera iniciativa de este tipo desde que finalizó, a mediados de los setenta, el trabajo de los llamados 'Gastarbeiter'. O lo que es lo mismo, los 'invitados a trabajar' o 'trabajadores invitados', según el matiz que le dé cada uno.
Sin prisa en volver
Pero la cualificación no es la única diferencia entre aquellos emigrantes de los sesenta y los que se disponen a emigrar ahora. Según Francisca Cabello, de la Asociación de Emigrantes Retornados de Castilla y León, la mayor parte de los que se marchaban entonces tenían en la cabeza la idea de volver cuanto antes a España. Muchos hombres dejaban atrás a sus parejas y a sus hijos. La profesora Gloria Sanz, de la Universidad de Navarra, aporta un dato muy explícito: «En 1962 el 74,2% de los trabajadores españoles [en Alemania] eran hombres, y el 25,8%, mujeres; estas cifras habían pasado en 1975 a 60,6% y 39,4%, respectivamente».
Incluso en muchas ocasiones los hijos se quedaban a cargo de los abuelos en el pueblo mientras el matrimonio trataba de ganar el mayor dinero posible en el menor plazo de tiempo. En la película de Lazaga, un matrimonio que comparte pensión con Pepe (Alfredo Landa) le cuenta sus planes. «Nosotros queremos montar una gasolinera en Velilla. Ya tenemos el terreno. Como ahora pasarán muchos coches...», dice ella. «Por eso hemos venido a trabajar los dos, tenemos que ganar dinero muy deprisa», remacha él.
El retorno siempre estaba presente en los planes a medio plazo. Solo cambiaban esas intenciones si aparecían en escena los hijos y, con ellos, la escolarización en Alemania. Entonces llegaba el momento de decidir entre la vuelta a casa o quedarse a vivir allí. Así le pasó a Carmen García, residente durante cuarenta años en Friburgo. «Siempre quisimos venir para España antes de que empezaran el colegio las niñas», dice. No fue así.
No era lo habitual, desde luego. El 75% de los que emigraron a Alemania en los años sesenta volvieron antes de 1975, según datos del profesor Carlos Sanz Díaz.
Ahora, los jóvenes que se preparan para emigrar a Alemania consultados por EL NORTE creen que echarían de menos a sus familias, pero se ven perfectamente capaces de adaptarse a la vida en Alemania. Alberto Martín, un ingeniero técnico industrial de 25 años, sirve como ejemplo. Se ve viviendo en el extranjero «sin ninguna duda. La familia es lo que más podía echar de menos, y el clima, a lo mejor, pero por lo demás te puedes aclimatar. Cuando estás bien, estás a gusto, no vas a echar de menos otras cosas». Y lo dice un chico cuyos familiares más directos han sido emigrantes.
Viajar ya no es la aventura sin fin de los trenes interminables, o de los carísimos e inaccesibles aviones. Inventado el 'bajo coste' en los viajes, con las videoconferencias por Internet en la palma de la mano y la posibilidad de vivir desde cualquier parte del mundo la actualidad de tu casa y de tu país, la morriña se atempera. Y si las condiciones de trabajo son buenas y no encuentran equiparación en España, bastantes de estos nuevos emigrantes se verán obligados a quedarse. Es el caso de muchos filólogos hispánicos que trabajan en institutos o colegios franceses, ingleses o norteamericanos.
En esas condiciones el retorno, si se produjera, podría ser tan duro como el que preveía el personaje de don Emilio (Antonio Ferrandis) en la película sobre las andanzas de Pepe. «No puedo volver. No sabría adónde ir, se me han muerto todos, hasta los enemigos. [...] Sería tan extranjero como aquí», se lamenta.
Hoy los nietos de aquellos 'pepes' vuelven a sentir la misma necesidad de salir de su país para buscarse la vida. Sus fotos no se guardarán en cajones, sino en el mundo virtual, pero narrarán, casi seguro, otro éxodo durísimo.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.