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VÍCTOR M. VELA
Miércoles, 23 de febrero 2011, 02:09
«El tabaco que estaba fumando el presidente Suárez era de Tejero. ¡Y menos mal! Porque si Suárez no hubiera tenido tabaco mi temor no era que lo mataran, sino que se suicidara por no dejarle fumar». Lo cuenta con el humor que dan los años Aurelio Delgado, jefe de Gabinete de Adolfo Suárez en 1981 y a quien el intento de golpe de Estado pilló en el palacio de La Moncloa. «Años después podemos hacer chanzas sobre esas horas dramáticas, pero que se fueron diluyendo según avanzaba la noche. La escena del tabaco da idea de que aquello era un caos, una auténtica chapuza. La idea no diré que era genial, pero estaba bien pensada: tenían al poder legislativo y al ejecutivo en una jaula, pero de logística y práctica les falló todo», rememora Delgado, quien ayer por la tarde participó en la Universidad en el encuentro 'Contra el olvido. 30 años del 23-F', que reunió en la facultad de Derecho a protagonistas de aquella jornada que puso en jaque a la joven democracia española.
Protagonistas como Rodolfo Martín Villa, diputado de UCD por León y ministro de Administración Territorial en aquel año, quien hoy resalta que el intento de golpe de Estado (fallido) «fue el origen de una cierta complicidad entre todas las fuerzas políticas» y que en los tiempos actuales «sería impensable que los Ejércitos se pronunciaran sobre una decisión política de los Gobiernos». En esta idea incide también Delgado, cuando ve «impensable que el 23-F se vuelva a producir».
Delgado y Martín Villa se encontraron ayer -junto con Demetrio Madrid y el sindicalista Ángel Nieto- en un encuentro moderado por el periodista Luis Miguel de Dios, a quien el 23-F situó en la redacción de EL NORTE DE CASILLA. «Por las calles había poca gente y el gobernador civil, aunque no había podido hablar con el capitán general, nos aseguró que la ciudad estaba tranquila y que la jornada se había desarrollado con normalidad». ¿Qué hizo Valladolid durante el golpe de Estado? El exministro Rodolfo Martín Villa responde a la pregunta con otra interrogante: «¿Qué más da que a los capitanes generales de Valladolid o de Sevilla se les pudiera encontrar ahora alguna responsabilidad? Los capitanes generales, como el resto de los ciudadanos, sabían que la soberanía popular y el presidente del Gobierno estaban secuestrados, al igual que el ministro de Defensa y el de Interior. ¿Qué hizo el general Campano durante esas horas?» La respuesta del teniente general Ángel Campano fue el silencio en la capitanía de la séptima región militar (en Valladolid), mientras que en otras ciudades, como Valencia, se ordenó la salida de los tanques a la calle o, en el lado opuesto, la capitanía de Burgos se puso rápidamente a las órdenes de don Juan Carlos (la secuencia está explicada por Enrique Berzal en las dos páginas siguientes del periódico). «La responsabilidad de Campano, como la del resto del generalato sería, como mucho, pecado de omisión» (por no haber defendido con más ahínco la legalidad democrática).
El exministro insiste en la idea expresada por Delgado de que «aquello fue una chapuza. Cuando vi a Tejero me dije: esto no sale». «No me sorprendió que estuviera al frente. Pero entonces pensé que no sería una cosa seria, aunque con gente armada podría pasar cualquier cosa. Siempre tuve el convencimiento de que si pasaba algo, no sería por iniciativa de Tejero».
A todo esto contesta Ángel Nieto, sindicalista y líder del Partido Comunista en Valladolid 1981, con una pregunta: «Si tan claro estaba que aquello era una chapuza... ¿por qué nadie se quedó sentado en su escaño?» Y contesta Demetrio Madrid, diputado por Zamora en 1981 y presidente de la Junta un par de años después: «Porque esa idea chapucera, incoherente y teatral también suponía un elemento de peligro. Y ahí estaba el problema», aunque advierte de que aquello no funcionó porque hubo un «cortocircuito» entre los militares implicados.
Punto de partida
El expresidente autonómico asegura que esa percepción chapucera y de broma que se tiene ahora no se puede trasvasar a hace 30 años. El pueblo, la sociedad respondió de forma muy positiva y entendió que «aquello no era una broma, que los golpistas habían ido a por todas para hacer retroceder al punto de partida la libertad y la democracia». Eso sí, no le resta su punto esperpéntico a la situación: «Vi cómo los militares sacaban el relleno de las sillas isabelinas de las taquígrafas y las ponían encima de la mesa por si tenían que prenderlas en el caso de que se fuera la luz», afirma.
A Nieto, el intento de golpe de Estado lo encontró en la cadena de Montaje de Renault, y recuerda cómo los compañeros le instaron a dejar el puesto de trabajo «por seguridad». No lo hizo: «Tuvimos la suerte de la descoordinación de los golpistas».
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