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El arma de Caballería en Valladolid, con Franco. :: ARCHIVO MUNICIPAL-ASOCIACIÓN DE LA PRENSA
Ruido de sables en vísperas del golpe
30 AÑOS DEL 23-F (III)

Ruido de sables en vísperas del golpe

Altos mandos militares de Valladolid figuraban en importantes tramas golpistas de la Transición

POR ENRIQUE BERZAL

Martes, 22 de febrero 2011, 19:52

El joven comandante se quedó atónito al escuchar la conversación. «Oye, Gonzalo, que han tomado el Congreso, ha habido disparos y todo&hellip Oye, pero esto no es lo nuestro, no es lo que&hellip» Cuando el coronel Gonzalo Navarro Figueroa, director de la Brigada de Farnesio, colgó el teléfono, se quedó unos instantes pensativo y ensimismado. «Esto no es lo nuestro»: la frase todavía resuena en la mente de aquel testigo privilegiado que aún hoy, 30 años después, recuerda con detalle la conversación. Y las dudas que comenzaron a enredar su estado de ánimo.

No era, en efecto, el golpe que estaba protagonizando Tejero aquel 23-F el que ansiaban y por el que venían conspirando algunos altos mandos militares de Valladolid. Lo suyo coincidía más bien con lo que cierto especialista ha denominado «golpe de los coroneles», planeado tiempo atrás pero nunca ensayado. De ahí la conversación telefónica; y de ahí también la última frase de Navarro Figueroa a su interlocutor, antes de colgar: «Habrá que esperar a ver, ¿no?».

Esperar. Es el verbo que domina la tensa situación del 23-F en Valladolid. «Esperar a ver». Pero nunca en estado pasivo, nunca de manera abúlica, indiferente o descuidada; será una espera activa, una alerta al acecho, presta para pasar a la acción. ¿Cómo no iba a serlo si Valladolid venía siendo foco de rumores inquietantes desde mucho antes del 23-F? La trayectoria que atesoraban ciertos líderes de aquel entramado militar así lo avala.

Golpismo

«En Valladolid se encontraba en ese momento el núcleo militar de extrema derecha más duro de España», sentencia sin ambages un mando del Ejército, muy activo entonces, que prefiere mantenerse en el anonimato. Y da nombres: el teniente coronel José Antonio Autrán, el comandante Antonio Castro Lucini, el teniente coronel de Infantería, Carlos Ruiz Ballesteros, que más adelante llegará a general, y, sobre todo, los altos mandos que dirigen las fuerzas clave en la ciudad&hellip Todos ellos engrosan la línea dura de aquella parte del Ejército peligrosamente seducida por la solución anticonstitucional.

Franquistas hasta la médula, se revuelven cuando piensan en la reforma política que ha posibilitado la Transición a una democracia que detestan, y tachan de traidor a un Adolfo Suárez, ex secretario general del Movimiento, que en abril de 1977 había consumado la herejía de legalizar el Partido Comunista. Lo odian con todas sus fuerzas.

Por si fuera poco, la ley de amnistía (octubre de 1977) favorece a los terroristas de GRAPO, FRAP y ETA, y estos últimos no cesan en su escalada asesina. Los altos mandos militares que mandan en la ciudad comparten, pues, esa misma inquina hacia el orden constitucional y esa visión apocalíptica de una España que consideran presa de la anarquía. Acogen con entusiasmo el Supuesto Anticonstitucional Máximo (SAM) acuñado a principios de enero de 1980 por el general Cabezas Calahorra, ideólogo a escala nacional de la «autonomía militar» y líder del grupo 'Almendros' que publicaba en 'El Alcázar': vacío de poder, militares abocados a intervenir para defender el orden, y ocupación de la capital.

A la altura de 1981, Valladolid era la sede de la VII Región Militar, con total capacidad operativa y de la que dependían directamente las unidades; en Capitanía (antiguo Palacio Real), frente a la iglesia de San Pablo, rigen la disciplina y el rigor más absoluto, la jerarquía más estricta. Es el estilo de Ángel Campano López, alférez provisional durante la Guerra, veterinario de formación y ex director general de la Guardia Civil que en enero de 1977 había cogido las riendas de la VII Región Militar. El logroñés no era un cualquiera en el Ejército español de los años 70, mucho menos entre quienes venían conspirando para propiciar un cambio «radical» de la situación.

Por algo su nombre figuraba en lugar destacado en ese escrito enviado al Rey desde Játiva, en septiembre de 1977, en el que un grupo de 'príncipes' del Ejército le conminaba a emprender un curioso plan «salvador» de la patria, asentado sobre un gobierno más fuerte dirigido por un teniente general y constituido por representantes de los tres ejércitos y «ministros civiles apolíticos». La amenaza era clara: si Juan Carlos no accedía a dar satisfacción a sus deseos, pensarían en un golpe de Estado; «aun en contra de la Corona», apostillaban. Y todo por una sencilla razón: había que «anteponer el espíritu de orden, disciplina y seguridad nacional, por encima del mal llamado orden constitucional».

Fernando de Santiago y Díaz de Mendívil lideraba al grupo firmante; Ángel Campano rubricaba la misiva en compañía de su gran amigo e inmediato golpista, Jaime Milans del Bosch, que entonces era general de División, y los tenientes generales Barroso, Álvarez-Arenas, Coloma Gallegos, Pita da Veiga, Prada Canillas e Iniesta. Campano, en primera línea del golpismo más madrugador.

Campano presidente

No había pasado un mes cuando el comisario Roberto Conesa, superpolicía de moda, descubría que en una reunión entre conocidos ultraderechistas como Blas Piñar, Tomás de Carranza, García Carrés, Girón de Velasco, Utrera Molina, José María de Oriol, Gonzalo Fernández de la Mora y el general Iniesta se estaba labrando una trama golpista que proponía a Campano como futuro presidente del Gobierno. Junto a él se barajaban los nombres de Manuel Fraga Iribarne y Fernando de Santiago y Díaz de Mendívil.

Avanzamos en el tiempo y llegamos a diciembre de 1980; un artículo publicado en 'El Alcázar' por el ultraderechista 'Almendros', firma desconocida hasta ese momento, se hace eco del plan pergeñado por el general Armada: ante la desastrosa situación española, se impone una «solución» encabezada por el Rey. Pero, ¿quién es 'Almendros'? Sencillamente, un grupo formado por periodistas, políticos y militares de filiación franquista, entre cuyos inspiradores figuraban los tenientes generales Coloma Gallegos, Cano Portal, Milans del Bosch y, por supuesto, Ángel Campano López. Éste y Milán eran los únicos que tenían mando de tropa.

Lo cierto es que pocos se echaban las manos a la cabeza al conocer noticias de este tener y escuchar en ellas el nombre de Campano: desde tiempo atrás, determinadas revistas de extrema derecha cifraban en él las esperanzas de encabezar un gobierno impuesto por la fuerza para «corregir» el rumbo de un país atenazado por los atentados de ETA, ni más ni menos que 132 en 1980. Por si quedara alguna duda del 'estilo Campano', Fernando Reinlein y Gabriel Cardona han puesto por escrito la solución que en 1975, aún como director general de la Guardia Civil, aportó Campano para acabar con la «amenaza» de la Unión Militar Democrática (UMD), organización demócrata y aperturista incrustada en el Ejército español: liquidar a la mitad de su cúpula en plena reunión.

La Academia desafecta

También era Valladolid, en 1981, cuna histórica de la Academia de Caballería, centro de estudios y formación sin apenas fuerza operativa pero con enorme ascendencia ideológica. Desde agosto de 1977 la dirigía el general involucionista José María Álvarez de Toledo. La desafección de los mandos de la Academia hacia el nuevo orden constitucional era de sobra conocida: ya en diciembre de 1978 habían enviado a los periódicos un escrito en el que exponían su oposición al texto constitucional recién aprobado en referéndum.

No menos impactante es la escena que por esas mismas fechas tiene lugar en la sala de oficiales de la Academia: en posición de firmes, un mando lee una instrucción interna que el general Gutiérrez Mellado ha enviado a todos los centros para su conocimiento y debate. En él, el vicepresidente primero para asuntos de la Defensa recordaba los principios básicos del Ejército desde la perspectiva del nuevo orden constitucional aprobado por todos. «A su finalización», escribe Julio Martínez, «el mando indica que se requiera la opinión de los presentes, pero que no hay necesidad de perder el tiempo porque nadie está de acuerdo con semejante texto».

Valladolid era, finalmente, sede del Regimiento Acorazado Farnesio, 14 de la Brigada de Caballería, al mando de Gonzalo Navarro Figueroa. La de Farnesio era una unidad de enorme capacidad operativa con blindados y carros de combate listos para cualquier maniobra de necesidad urgente. Los carros se encontraban en el destacamento del Pinar de Antequera, y los vehículos ligeros en la carretera de Madrid, actualmente en desuso y con sus edificios en venta para edificar.

Y tampoco aquí faltaba la trama conspiradora: asegura un comandante del Ejército en el Servicio de Información que Navarro Figueroa se hallaba implicado en el llamado 'golpe de los coroneles', más virulento e implacable que el llevado a cabo finalmente. Lo lideraba José Ignacio San Martín y en él figuraban numerosos jefes de Regimiento de toda España, incluido Madrid. De ahí que cuando en junio de 1983 la prensa nacional se haga eco de una «operación desestabilizadora» destapada por los Servicios de Información, aparezca el nombre de Gonzalo Navarro Figueroa en lugar destacado junto al del también coronel Armando Marchante y el de los tenientes coroneles Fuentes Gómez de Salazar y Joaquín Villalba: «Ya han sido investigados en anteriores ocasiones como sospechosos de estar implicados en algunas operaciones involucionistas», apuntaba 'El País' en su edición del 18 de junio.

Valladolid, febrero de 1981. Tres enclaves militares y cuatro protagonistas determinantes para un mes y un año inolvidables: el teniente general Ángel Campano, al frente de Capitanía; el general José María Álvarez de Toledo, director de la Academia de Caballería; el coronel jefe del Regimiento de Farnesio, Gonzalo Navarro Figueroa; y el director de la Brigada de Caballería, el general Manuel Engo Morgado, que era también gobernador militar de Salamanca. Cuatro voluntades de hierro para plantar cara a la democracia recién restaurada.

El panorama militar de la ciudad no podía ser más inquietante aquel 23 de febrero de 1981. Sobre todo cuando la cadena SER comience a retransmitir lo que muchos esperan y otros se niegan a admitir. Eran las 18:20 horas...

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