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LORENA SANCHO
Viernes, 27 de agosto 2010, 03:16
El vermú en el bar de Roales de Campos se antoja este mes de agosto multitudinario. Emilio e Isabel, los arrendatarios del local, no dan abasto a poner chatos de vino y tapa a elegir entre una amplia variedad de productos. «El que viene a tomar un mosto no tarda en volver», dice desde una esquina de la barra José Caballero. Este sexagenario habla con propiedad. Rebasa prácticamente a diario el límite provincial que separa Zamora y Valladolid para degustar este pincho mañanero en compañía de Julián y Pedro, dos vecinos de su mismo pueblo; San Miguel del Valle (Zamora). Al otro lado de la barra, un nutrido grupo de hombres degustan las tapas que ha preparado Isabel. Ellos proceden de Valdescorriel, otra localidad de la provincia zamorana. «Aquí hay sitio para todos sin problema, porque una escisión de Valdescorriel formó este pueblo y otra de aquí dio lugar a San Miguel», dice entre sorbo y sorbo Julián con cierta sorna en su tono. En el bar de Roales conviven así zamoranos y vallisoletanos, acompañados con frecuencia de leoneses, pues se encuentra a 16 kilómetros del pueblo vallisoletano más próximo, La Unión de Campos, a 1,5 del zamorano de San Miguel y a 6 del de Valderas (León).
La realidad que refleja el establecimiento es extrapolable al día a día en esta localidad de 230 habitantes. Roales de Campos y su vecino Quintanilla del Molar conforman los enclaves que Valladolid tiene en la provincia de Zamora, en el límite con la de León. Integran, como sus propios alcaldes definen, una isla vallisoletana lejos de sus raíces, heredada de la división territorial que les adjudicó el papel de emigrantes en su propia provincia aunque, eso sí, todos tienen clarísima su procedencia. «Somos de Valladolid, no tenemos ninguna queja de la Diputación, todo lo contrario, siempre nos han tratado como si estuviéramos allí, y ningún vecino querría pertenecer a otra provincia», coinciden ambos regidores.
En la mente de gran parte de los vecinos está aún presente la intentona de un párroco que pretendió que tanto Roales como Quintanilla pasaran a formar parte de León, desde el punto de vista territorial. «Pero hubo un médico que era de aquí, y que tenía algo que ver con Franco, y parece que fue el que le paró los pies», comenta Toribio del Pozo. La convivencia entre tres provincias se ha desarrollado desde entonces con naturalidad. Un claro ejemplo se puede encontrar en la iglesia de San Miguel que, enclavada en Roales, depende del Obispado de León y tiene adjudicado un párroco de Zamora, el de San Miguel del Valle. «Bueno lo más lógico es que viniera de algún pueblo de León, pero como San Miguel está ahí al lado, le mandan de la Diócesis de Zamora», comentan.
El templo barroco se levanta en una plaza de la que parten numerosas calles que dividen el pueblo «en un diseño bien realizado», precisa el alcalde, José Manuel Moreno. Junto a la iglesia, del siglo XVIII, que atesora una bóveda de aristas en la nave principal y un retablo de las Ánimas, existe ahora un edificio municipal en el solar que antiguamente ocupó la casa del cura. Aquí se encuentra el bar que regentan Emilio e Isabel, una sala multifuncional y el consultorio, donde una médica de Valderas (León), a 6 kilómetros de Roales, pasa consulta cuatro días a la semana. Después, Pilar López, la farmacéutica de San Miguel (Zamora) recoge en un buzón las recetas y se cita con los pacientes en la plaza, esa misma tarde, a una hora determinada, para distribuir las medicinas. «Es lo más lógico en pueblos que tienen una farmacia a menos de cinco kilómetros y que no pueden tener botiquín. Es beneficioso para mí y para ellos, porque no les hago desplazarse, sobre todo teniendo en cuenta que la mayor parte son gente mayor», explica la titular de la farmacia.
Al otro lado de la plaza, un ayuntamiento de construcción moderna preside el municipio con una torre de reloj que marca las horas para los lugareños que a media mañana pasean por su entramado urbano. El subsuelo de este edificio municipal escondía, hasta el siglo pasado, uno de los mayores tesoros históricos de esta localidad; una antigua cárcel que desapareció entre las llamas de un incendio que calcinó, además, la anterior Casa Consistorial. «Parece ser que éste era un lugar de paso cuando trasladaban a los presos y que aquí los metían para hacer noche», comenta el regidor, quien recuerda a la perfección la «preciosa» imagen de estas antiguas celdas, con las paredes íntegramente de piedra.
Los vestigios históricos en este enclave vallisoletano tienen también nombre justiciero: la horca. Pero a diferencia de lo que pueda parecer, no es un instrumento que diera muerte a los condenados a morir ahorcados, sino que bautiza a un pago que despide el pueblo entre decenas de bodegas donde dormitaba la tradición vinícola de Roales. «Se cogían más de 90.000 cántaros de vinos», especifica Toribio para subrayar la importancia que alcanzaron estas cavidades subterráneas. Más tarde, y hasta hace apenas unas décadas, dieron lugar a tres fábricas de alcohol. Hoy en día la agricultura y la ganadería han engullido cualquier oficio que se precie.
Más de 4.000 ovejas
De Roales a Quintanilla hay 6 kilómetros de distancia. El camino viene jalonado por palomares de estética sublime, algunos curiosos en su arquitectura, de planta hexagonal. Los 65 habitantes de este segundo enclave vallisoletano conviven a diario con más de 4.000 ovejas que absorben las horas del día a sus propietarios, tanto a los hombres como a las mujeres. «Aquí no nos aburrimos, porque el ganado te da para estar todo el día funcionando», advierte una risueña Tomasa mientras adquiere la barra de pan a la puerta de su casa. Los panaderos vienen desde las localidades zamoranas de Benavente (a 17 kilómetros) y Villanueva del Campo (a 4 kilómetros) para vender medio centenar de barras en verano y apenas una veintena en invierno.
Quintanilla del Molar es lugar de paso en el eje Palencia-Benavente. La Nacional 610 lo abre en canal. «Gracias a la carretera estamos comunicados y no estamos muertos», dice el alcalde, Jesús Ángel Rodríguez, con un tono de cierto pesimismo. «Apenas quedan niños -prosigue-, la última que se bautizó y vive aquí es mi hija y ya tiene 12 años, así que yo esto lo veo muy negro, y más después de robarnos la autovía Palencia-Benavente, que si la nacional pasa por aquí, lo lógico es que la autovía también», protesta el regidor mientras camina por las calles de este pequeño pueblo donde aún se pueden apreciar antiguos bancos de piedra financiados por la Caja de Zamora.
El día a día de Quintanilla del Molar es tranquilo. El único bar que existe en el municipio es el del centro de jubilados, que solo abre por las tardes. Hace esquina en la plazoleta del pueblo, donde se levanta altiva la iglesia de Santo Tomás, del siglo XVIII, construida en ladrillo y mampostería. Ésta, al igual que la de Roales, también pertenece al Obispado de León, solo que aquí la Diócesis ha decidido que el cura sea el correspondiente a Valderas (León) y no al cercano Villanueva del Campo (Zamora). «La verdad es que Quintanilla está más metida en Zamora y Roales en León, pero los dos pertenecemos a la Diócesis leonesa, que tiene su aquél porque por ejemplo, no podemos acceder al convenio de iglesias de la Diputación de Valladolid y cualquier intervención hay que pedirla a León», declara el alcalde.
La transformación de la localidad hay que buscarla en las afueras del casco urbano, donde se levanta la única industria de Quintanilla. Dos hermanos de este enclave construyeron hace unos años un matadero de ovino y vacuno. El alcalde confía ahora en que no sean los últimos que apuesten por una localidad que de vez en cuando recibe ofertas de partidos de otras provincia. «Te lo dejan caer, pero ni por asomo, vivos o muertos seremos de Valladolid, eso que no le quepa a nadie la menor duda», concluye.
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