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La torre mudéjar de la antigua iglesia de Villacreces es uno de los únicos testimonios de la presencia humana en la desaparecida localidad. :: FOTOGRAFÍAS DE GABRIEL VILLAMIL
En pie mientras el cuerpo aguante
VALLADOLID

En pie mientras el cuerpo aguante

Zorita, con cinco habitantes, lucha por evitar el trágico destino de su vecino Villacreces, que perdió a sus últimos moradores hace treinta años

TERESA LAPUERTA

Sábado, 21 de agosto 2010, 12:01

Más que suerte, se necesitan milagros. Algunos han decidido poner nombre propio a las plegarias (ya sea el de almacén de residuos nucleares, polígono industrial, turismo rural o energía renovable), pero otros no han tenido más remedio que dejar de luchar contra los elementos. Una decena de localidades sobreviven con menos de cuarenta habitantes censados lo que, en el crudo invierno, se traduce en apenas un puñado de 'almas' de edad avanzada que se resisten a abandonar sus raíces.

Los pueblos de Torrecilla de la Torre, Roturas, Almenara o Aguasal, o las pedanías de Torrecilla del Valle, Aldealbar o Gordaliza, son algunos de los núcleos menos poblados de la provincia pero y, aunque pueda parecer una broma, son unos privilegiados. Lo son porque están vivos, porque mantienen viviendas en pie, porque sus campañas tañen y el agua fluye por sus cañerías. Y lo son, sobre todo, porque el Instituto Nacional de Estadística (INE) no los ha incluido todavía en su cruel catálogo de núcleos de población desaparecidos.

Villacreces, perteneciente a Santervás de Campos, corrió peor suerte. En sus calles hace ya años -treinta, para ser exactos- que no se oyen voces y de sus otrora casas familiares ya solo quedan los esqueletos. Evitar que se repita la historia es una de las razones esgrimidas por el alcalde del municipio, Santiago Baeza, para presentar la candidatura a albergar la ATC, «porque no hay nada más triste que ver morir un pueblo», asegura.

El regidor terracampino lucha ahora por mantener la población (130 habitantes censados, pero apenas 70 vecinos fijos) y, sobre todo, por evitar que Zorita de la Loma, su segundo núcleo rural adscrito, corra la misma suerte que Villacreces. Situado a seis kilómetros de su cabecera, Zorita despierta estos días de agosto del letargo con la llegada de los veraneantes porque en invierno, cuando a las cinco es ya noche cerrada y las heladas se adueñan de las calles, solo viven cinco vecinos.

Las dos casas que siempre permanecen abiertas pertenecen a Antonio Martínez Torbado, un viudo septuagenario y vital que hasta la fecha ha hecho oídos sordos a los reclamos de su hija para que abandone el pueblo, y a la familia compuesta por los hermanos Lorenzo, Pilar, Enrique y Ricardo Moro Luis, que mantienen unas tensas relaciones con el Ayuntamiento y prefieren «evitar a los periodistas».

La vida casi monacal de los habitantes de Zorita de la Loma solo espabila durante el estío, aunque hay otro puñado de viviendas con actividad intermitente el resto del año, la que traen ex vecinos como Jesús Gómez Torbado, que no solo permanece en el pueblo «mientras el tiempo lo permite», sino que acude «casi a diario» a trabajar sus tierras. Frente a ellas, edificios como el antiguo ayuntamiento, testimonio ruinoso de tiempos de una mayor gloria.

Éxodo inexorable

El inexorable éxodo, aunque cada vez más acuciante, no es algo reciente. Ya en 1972 el Estado decidió que los mermados municipios de Villacreces y Zorita -ambos llegaron a tener más de un centenar de habitantes- pasaran a depender de Santervás de Campos como núcleos de población adscritos. Pero solo habrían de pasar nueve años para que el primero comenzara a llorar a sus últimos vecinos.

Parte de los moradores se mudaron a la localidad palentina de Villada, pero siguieron visitando el pueblo periódicamente hasta 1989 año en el que, además, la iglesia comenzó a desmantelarse ladrillo a ladrillo para restaurar el templo de Arenillas de Valderaduey. La torre mudéjar del siglo XVI, el único edificio levantado en ladrillo, está condenada a quedar como el último vestigio de la presencia humana, ya que el resto de las viviendas, de adobe y tapial, se encuentran en ruinas. «Hace dos inviernos nos robaron la campana de la torre y aunque asociaciones como Villacreces Crece, compuesta por voluntarios de toda la comarca, hacen lo que pueden para evitar el deterioro, el núcleo está demasiado aislado y nadie vigila», explica Santiago Baeza.

Regina Méndez, de 90 años, se exilió en Villada, pero continúa empadronada en Santervás, «porque soy y seré de allí, aunque no me quedara más remedio que marcharme». Ella y sus tres hermanos permanecieron en el municipio hasta el año 1981, «cuando se empezó a llenar de gente mala que merodeaba por allí y nos dio miedo seguir tan aislados».

La familia había sobrevivido sola en la localidad los ocho años anteriores, dedicada al trabajo de sus tierras. «Aguantamos lo que pudimos», asegura Méndez, quien mantiene vivo en su recuerdo su pueblo tal como era con todas las casas habitadas («antes de que se lo llevaran todo: puertas, ventanas, vigas de madera») y con el maestro dando clases a varias decenas de niños como ella.

Donde hay vida...

El panorama que presentaba Roturas hace una década no era mucho más halagüeño. Con cuatro vecinos en invierno, el municipio de la comarca de Peñafiel llegó a ser uno de los pueblos menos poblados de España y a ver las orejas al lobo de la desaparición con extrema nitidez, tal y como explica su primer y único alcalde democrático, Lucas Aguado.

El propio regidor dejó el municipio por Peñafiel cuando sus hijos eran pequeños, pero no hay un solo día que no lo visite por trabajo, afición o ambas cosas. Aunque sabe que las cosas nunca volverán a ser como en su niñez, cuando Roturas daba cobijo a dos centenares de vecinos y generaba una intensa actividad agrícola, Aguado muestra cierto optimismo. La reciente apertura del negocio familiar de 'catering' La Cocina de Charo ha ampliado a 36 el número de vecinos empadronados en la localidad (aunque sólo 14 personas sean fijas) y el regidor confía en que el negocio y el turismo rural sean el punto de partida de una nueva etapa, una puerta para la esperanza.

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