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LORENA SANCHO
Domingo, 20 de junio 2010, 12:16
Amanece despejado y con temperatura agradable en Robladillo, a 22 kilómetros de Valladolid. Dos hombres vestidos con ropa de faena agrícola conversan a la entrada del pueblo. «Disculpen, ¿El pastor dónde vive?». «Pues hay dos -responde uno de ellos- pero imagino que usted buscará al famoso, a Eugenio, que es por el que pregunta todo el mundo». Efectivamente. El escaso medio centenar de vecinos convive a diario con uno de los personajes más populares de la radio. Eugenio Rodríguez, más conocido como el pastor de Robladillo, colabora desde hace dos años con el programa 'A vivir que son dos días' de la Cadena Ser, donde primero ha conseguido conquistar a la audiencia con su sencillez y ahora ha cautivado también con su sabiduría rural al Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, que el martes le hará entrega en Madrid de la Medalla al Mérito Agrario.
Los balidos de las ovejas delatan la huella de Eugenio. Son las 10.15 horas y sus tres perros -Ligero, Etoo y la Chispa- están ya listos para velar por el rebaño de 300 ovejas. Ultima sus hatos en una casita blanca que luce el tendal repleto de ropa. Eugenio recibe al visitante como si fuera parte de su familia, se desvive por que esté cómodo. Toma posiciones en una salita repleta de libros y periódicos, con una radio moderna sobre la mesa camilla, y desenfunda su historia, la de un humilde pastor que ahora ya tiene «hasta fans». «Bueno, todo esto empezó un día que el programa 'A vivir que son dos días' cumplía veinte años. Yo estaba en el campo con las ovejas escuchando la radio, que me ha gustado de siempre, y me decidí a llamar. Me cogieron el teléfono y hasta hoy», dice este hombre de 68 años que quiere dejar claro que pese a ser de Robladillo nació en Castromonte. Cuando la periodista Montserrat Domínguez dio paso a la llamada, Eugenio les mandó un saludo «desde los páramos de Robladillo» con el ruido de los cencerros como música de ambiente. «Habéis sido mis compañeros aquí en el campo muchos años», apostilló. El programa quedó cautivado con su desparpajo y le pidieron permiso para poder llamarle el domingo siguiente. «Y así todas las semanas hasta ahora».
«La vida misma»
Este hombre de aspecto bonachón estaba entonces acostumbrado a escuchar la radio desde que en 1959 adquiriera por 700 pesetas su primer 'aparato' y, ahora, paradojas de la vida, es él quien se ha colado poco a poco en los transistores de los oyentes que cada domingo, y durante las tardes en 'La Ventana' con Carlos Blanco, sintonizan el programa donde aporta sus opiniones sobre actualidad y política, sus comentarios sobre el desarrollo de la cosecha y sus andanzas diarias con el rebaño. «Les llama la atención eso, ya ves, pero son cosas de la vida misma», dice quitándole importancia.
De la radio, le encantan las tertulias y «el flamenco que ya no ponen» de Manolo Caracol, Juanito Valderrama y la Niña de los Peines. Pero sobre todo le gusta estar informado de la actualidad. Tanto que con su primer transistor le privaba escuchar emisoras prohibidas por el régimen, como la pirenaica, «que era muy peligroso». Está convencido de que parte de su éxito radica en que cuando habla de política dice «lo que nadie se atreve a decir». Socialista confeso -«mira maja, en mi casa castigó mucho el franquismo»-, no tiene pelos en la lengua cuando admite que Zapatero le ha defraudado, pese a que ha sido «valiente» con las medidas anticrisis, tampoco cuando se refiere a Soraya Sáez de Santamaría como la 'piquito de oro de Valladolid' o cuando aseguró en antena que José Bono fue el mejor presidente autonómico para el campo (Bono le envío un mensaje de móvil para agradecérselo). Dice sin tapujos que las subvenciones en el campo son un «nido de vagos» y aboga por precios justos.
Sus intervenciones le trajeron un buen día la fama hasta la puerta de su casa. El cartero de la zona le entregó una carta que no especificaba dirección, iba dirigida para 'Eugenio, el pastor de Robladillo'. Era de una oyente que manifestaba su admiración por los sabios consejos que concede en antena. Fue la primera de más de un centenar que guarda con cariño en un cajón del comedor. «Ahí me di cuenta de que me escuchaba mucha gente y, hombre, a veces me da apuro y vergüenza, porque soy un hombre sencillo del campo que no ha salido del pueblo hasta que hace dos años fui a Mallorca con los cuñados (enviudó hace siete años)».
Su vivienda es ahora un santuario de peregrinación de parejas, amigos, familias enteras y hasta de algún grupo de religiosas que ha querido conocerle. Comparten con él su rutina, la de ayudar a su hijo con el rebaño en una jornada laboral «muy sacrificada» de 14 horas diarias pero que ahora se verá recompensada con el reconocimiento del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, «el de Agricultura de toda la vida, lo demás cuentos».
«Hablo con libertad»
Cuando le comunicaron la noticia, agarró el teléfono y llamó a un hermano de su padre que tiene 90 años. «El hombre se puso a llorar. Me hubiera gustado que lo hubiera conocido mi mujer, y también mi padre, por todo lo que pasaron, que me hubiera visto que ahora hablo con libertad», dice emocionado. Es la hora de sacar el rebaño. Eugenio hila silencios mientras prepara la salida hacia el campo. Después, reflexiona en voz alta: «Viene uno de la nada, ignorado toda la vida, de la familia más humilde de las humildes, y ahora que te pase esto, pues casi viene hasta grande. Pero hay algo que está claro, con la verdad y el respeto se va a todos los lados».
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