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J. J. LÓPEZ
Lunes, 31 de mayo 2010, 16:46
En un cayuco suelen ir como máximo 45 personas. En el suyo fueron 55. Sus acompañantes fueron extraditados casi de inmediato. Todos menos él. Se refugió en su edad para abrazarse a su sueño. Desterró la sabana y apostó por la meseta gracias a un viaje loco en el que tentó a la muerte en numerosas ocasiones. Ahora echa la vista a aquella aventura de casi dos meses y se le ponen los pelos de punta. Enmudece. La madurez ha hecho mella en un atleta senegalés adoptado por Valladolid, una vez superada la travesía que le llevó a estar tres días y medio en alta mar entre las costas de Mauritania y las de Tenerife. Todo por el tartán. Por el atletismo. Aún recuerda los vaivenes de la patera cuando se acomoda en los tacos.
El pistoletazo de salida le evoca aquellas personas armadas de Nouadhibou, el puerto en el que embarcó con destino a la playa de los Cristianos. «Recuerdo que después de unos días atisbamos la costa de Tenerife. Un barco de pescadores nos gritó que esperásemos, que la Cruz Roja venía a remolcarnos. Yo no sabía dónde estaba. Es curioso que sueñes con algo que no sabes ni dónde está», confiesa Abou Ba, velocista de la Escuela de Atletismo de Isaac Viciosa. En el tartán recuerda aquel trayecto en camión desde Luga, su pueblo natal, al norte de la antigua colonia francesa.
Su padre es ganadero. Su familia vive del campo y de los animales. Sus caras no se le han olvidado, pese a los casi tres años que lleva sin verlos. Desde aquel 11 de septiembre del 2007. Mientras el mundo rendía homenaje a las víctimas de las Torres Gemelas, un joven senegalés ambicioso dejaba su aldea natal sin el consentimiento de sus padres. Emprendía el viaje más largo jamás contado hacia un sueño. De Luga a las instalaciones de Río Esgueva. Sus compañeros ni pestañean cuando Abou comienza su historia. Muchas veces omite datos para que no le tachen de loco. No cuenta aquella inacabable travesía por el desierto hasta Nuakchot. Cogió sus escasas pertenencias y dejó su vida de pastoreo para tratar de convertirse en una referencia dentro del atletismo. Le daba igual dónde. «Podía haber vivido allí. Sabía que tenía el futuro solucionado, pero ésa no era una vida para mí, y Senegal no podía darme algo mejor. Mis padres no habrían consentido que me hubiera ido en esas condiciones. Lo pienso ahora y es una locura, pero estaba convencido de que lo conseguiría», explica.
El velocista, que destaca por su capacidad de adaptación, es uno más en su club. Sabe que ha tenido suerte. Mucha. Que su vida en Valladolid dista muchos de sus orígenes en la sabana. Son pensamientos que le abordan mientras escucha lo último de David Bisbal o Chambao. La música nacional le ha cautivado desde el instante en que se bajó del cayuco y pisó la arena de la playa de Los Cristianos; desde que la Fundación Diagrama tutelase aquellos primeros meses en un centro de menores en Santa Cruz.
El liderazgo de la patera
Abou, que en noviembre cumplió 18 años, pasó casi dos meses en Mauritania. Sin dinero, utilizó su ingenio para sobrevivir. «Teníamos que encontrar una patera para llegar a España y tener mucho cuidado con las mafias», afirma tranquilamente. El sosiego de sus palabras contrasta con sus nervios en la pista. Sin miedo a las olas del Atlántico, pero con pavor hacia el fracaso en la carrera. Su ambición, ésa que le ha llevado a huir de una vida de limitaciones en Luga, le juega malas pasadas sobre el tartán.
Ese temor no lo conocía cuando se ganó el favor del que sería capitán de la patera que le llevaría hasta las aguas europeas. «Con el paso de los días, me di cuenta de que en todas las embarcaciones el líder necesitaba de tres o cuatro ayudantes. Serlo significaba ahorrarse, al menos, 500 euros», explica en un casi perfecto castellano que aprendió durante los primeros meses en el centro insular. «Me gané el favor del capitán y no tuve que pagar. No tenía dinero. Mis compañeros no tuvieron tanta suerte. Tuvieron que pagar desde 500 hasta 800 euros. Es muchísimo dinero para gente que apenas tiene nada», confiesa.
Su mimetismo y su carácter abierto le facilitaron la segunda posta de su arriesgado viaje. Abou ya había comenzado a soñar con los 'maillots', con los dorsales, pese a que las pistolas que le rodeaban distaban mucho de las de los jueces de las pruebas de atletismo. El carácter también ha sido uno de sus valores en su integración en la Escuela de Isaac Viciosa. «Llega y el buen humor es una tónica. Siempre te saluda con una sonrisa de oreja a oreja. Siempre tiene una palabra agradable y alguna gracia sobre el fútbol y el Barcelona», explica el propio Isaac Viciosa, técnico del senegalés.
El club catalán es uno de los embajadores de la cultura española en África. «Veía los partidos del Barcelona por la 'tele' en mi casa. De hecho, de España sólo conocía Barcelona», confiesa. En sus seis entrenamientos semanales siempre tiene alguna palabra sobre el conjunto azulgrana. Su amor por el deporte también le valió para mezclarse con los lugareños de la ciudad portuaria desde la que llamaría a la puerta de Europa. Sólo él entraría. Su minoría de edad le permitió quedarse en territorio nacional. Los papeles llegarían más tarde. «Papá, voy a ser atleta». Fueron las primeras palabras que pronunció Abou a sus padres. El progenitor, alcalde además de ganadero, rompió a llorar. Habían sido más de dos meses sin saber de su hijo. Después de casi tres años se ha acostumbrado a escuchar a su heredero a través del teléfono. «Les llamo habitualmente, pero aún no les he visitado. Todo ha pasado muy deprisa», indica.
En los tacos les recuerda. También la forma de preparar la endeble embarcación que le llevaría a la particular meca de miles de senegaleses que se embarcan en un viaje suicida que muchas veces termina de forma trágica. «No tenía miedo. Ni se me pasaba por la cabeza que pudiese pasar nada malo. Siempre he sido muy optimista y sabía que todo terminaría bien». Lo hizo, tras tres días y medio en los que el cayuco recorrió los más de 300 kilómetros que separan Tenerife de la costa africana. Abou obvió que en seis meses más de 1.200 personas habían perdido la vida en el agua. No pensó en los riesgos de una travesía en la que muchas veces los motores fallan o el mar juega una mala pasada a una tripulación que pasa el tiempo rezando. «No pensaba en nada de eso. Era optimista. Pasamos días consiguiendo víveres, agua y gasolina», trata de justificar el deportista de la escuela de atletismo vallisoletana. Tuvo suerte. Mucha. Ahora se da cuenta cada vez que prepara una carrera.
Jardinero y atleta
El Trofeo de la Feria Chica en Palencia le espera. Hoy iniciará la competición en sus pruebas favoritas. En los 100, 200 y 400 metros. En Río Esgueva ha descubierto otra vida. La que anhelaba, aunque a su incipiente carrera en el tartán se haya sumado su labor en los viveros de Víctor Corral, donde se gana la vida desde que cumpliera los 18 años. Adiós a los cuidados de la Fundación Diagrama para desenvolverse en otro tipo de sabana que dista mucho de la de su Luga natal.
Abou recuerda sus dos últimos años como si se tratara de esa película preferida en la que los diálogos no escoden secretos. «Salí un 11 de septiembre y llegué a Tenerife el 5 de noviembre. Me preocupé enseguida por saber el día y el sitio», confiesa. La educación vendría después. Su destino era el pastoreo, pero lo cambio aquella noche que decidió cruzar el 'charco'. En que pasó a engrosar las filas de esos casi 12.000 subsaharianos que esperan su cayuco con rumbo a las Islas Canarias.
Abou Ba pasó numerosos controles en Mauritana. Más para la galería que efectivos, ya que los sobornos abren todas las puertas hacia Nouadhibou. La inmigración incontrolada se ha convertido en el negocio del puerto mauritano. Por unos cuantos euros puedes convertirte en el patrón de toda una flota de sueños. El atleta senegalés sobrevivió a una de las zonas más peligrosas del planeta donde la vida no vale nada. Todo por el atletismo y su deseo de ser velocista profesional. Quizá no lo consiga, pero eso no le preocupa después de un viaje que podría dar para escribir una novela de aventuras con final feliz.
El 'comieron perdices' está en La Pilarica. En un piso en el que el africano vive junto con otros españoles que comparten sus inquietudes por sobrevivir a la vida misma. «Ha pasado de ser un estudiante, antes de cumplir los 18, a un trabajador que lucha por hacerse camino y por un porvenir», observa Viciosa.
Abou recorre el camino entre su casa y el modulo de atletismo con los cascos. Como cualquier joven. Por las calles coincide con los universitarios con los que un día soñó. Con esa Europa que imaginaba a modo de nube onírica en Luga. Del cayuco quedan los recuerdos, al igual que de las mafias y de aquel capitán sobornable que se prestó para que Abou fuera hoy atleta.
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