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MANUEL GIL ESTEVE
Sábado, 15 de mayo 2010, 02:50
Leer ahora a Leopardi y su obra, y muy especialmente el contenido de 'Lo zibaldone' nos sirve a los lectores actuales para entender aquel extraordinario período que denominaron Siglo de las Luces y reflexionar por qué los problemas que aquellas generaciones no supieron resolver seguimos sin ser capaces de hacerlo hoy.
Tengo delante de mí cuatro joyas: los tres tomos de la edición de 'Lo zibaldone' que Giuseppe Pacella publicó en Garzanti en 1991; la 'Biografía de Leopardi' que publicó Carmen Burgos en 1911 en la que se intercala la traducción de prácticamente toda la obra poética del autor, en ediciones Colombine; 'Sobre los Cantos de Leopardi' de Juan Valera, el primero en divulgarlo en España, y, a través del cual, fijaron su atención en él Miguel de Unamuno, Marcelino Menéndez Pelayo, o Enrique Díez Canedo entre tantos otros y desde donde partieron las influencias de Leopardi sobre Cernuda, Alberti, Jorge Guillén, Barral, Antonio Colinas, Andrés Trapiello y tantos poetas de nuestro país, en cuyos poemas es hermoso rastrear influencias del autor de 'Lo Zibaldone'. La cuarta, apenas salida del horno, es una antología breve, cincelada, de la obra realizada y traducida para la Editorial Gadir, inteligente selección de entre los 4.526 pensamientos que, sacados de los autógrafos, salieron por primera vez en 1898 (año importante para la historia de occidente) en la editorial Le Monnier de Florencia, coordinados por Carducci.
Leopardi es un ciudadano singular. Por naturaleza ha poseído un temperamento negador, insatisfecho, con gran propensión a un imaginar alógico pero como contradicción, tendente a una instancia racionalizante. Su preparación es, a la vez, clásica y romántica si bien marcada por un autodidactismo genial que atiende directamente a los clásicos y se nutre de inspiraciones 'iluministas', racionalistico-mecanicistas, perfectamente imbricadas con su naturaleza de estudioso.
La personalidad leopardiana, aún en la unidad indivisible en la cual se definirá, viene delineándose en las actitudes clásicas y románticas propias del clima de su tiempo, pero configuradas en él en formas dotadas de peremnidad y de novedad, al mismo tiempo. Se perfila como neoclásico para el estudio, pero recoge una clasicidad personal e inconfundible, cuando expresa, en formas y contenidos originalísimos y perfectos, su mundo.
Es romántica allí en donde emerge la íntima dialéctica entre lo real y lo ideal, unidos al sentimiento de la 'noia', del aburrimiento, del fastidio, tan italiano y tan de la época, a la par que tan literario, a los fortísimos y fundamentales sentimientos de la muerte, de lo infinito, de la aspiración a la felicidad, de la melancolía, del misterio de la naturaleza, madre y madrastra. Romántica es también por el autobiografismo dominante, con sus temas, pero sobre todo por el dolor como estado de ánimo, por la visión negativa de las cosas, por la desolada y cerrada meditación, en la que se resuelve todo ese padecimiento, del que nace el canto de la evasión.
Todo lo dicho constituye el 'pesimismo leopardiano' que no es filosofía fijada en sistema sino meditación sentida y expresada mediante imágenes. Lo que de Lucrecio y de Schopenhauer encontramos en su obra, repensando su poesía, es más exigencia de reconstrucción erudita y objetiva de su mundo que esencia pensada y exigencia críticamente fundamentada en la poesía leopardiana.
El mundo poético leopardiano se caracteriza por el intento incesante de evadirse del propio dolor y del hastío del que constantemente le prende en su red, hacia el olvido: intento que informa toda su obra y que se escande en tres momentos principales, verdaderas estaciones poéticas: la primera comprende los 'Canti' que van del año 1819 al 1823, en los que el poeta se refugia en el mundo clásico ( 'AllItalia', 'Ad Angelo Mai', 'Sopra il monumento di Dante') para pasar después a experiencias de evasión más variadas y autobiográficas, en las que todos los temas son anunciados pero no se consigue la liberación: estamos en el aburrimiento, en la objetivación de las 'Oprete morali' ya preanunciado en las anotaciones de 'Lo Zibaldone'.
La segunda, desde el momento de la objetivación, a través de un intermezzo elegíaco en 'Ricordanze, aproda', retomado temáticamente de las ya intentadas evasiones, en el vértice del 'Canto notturno'.
La tercera, involutiva, procede directamente del autobiografismo del período florentino y llega hasta el último vuelo lírico de 'La ginestra' (la retama).
Vuelvo a la edición de esta antología de 'Lo Zibaldone' que acaba de publicar Gadir. Cuando los títulos pueden analizarse, es decir, cuando tienen un significado que (con mucha probabilidad) le sirvió al autor para dar a conocer su obra, me gusta detenerme un instante en él y husmear. Aquí es fácil, y gratificante: Zibaldone significa, en su origen, en castellano, centón. Y centón tiene varios significados que le van de maravilla a la obra de que hablamos: manta o colcha hecha de retales de telas diferentes; manta tosca con la que antiguamente se cubrían las máquinas de guerra; colección de frases y sentencias o de trozos literarios de diversos autores. Y 'centonar' significa amontonar cosas sin orden; componer una obra literaria con trozos de otras. E incluso centón puede atribuirse a un cuaderno en donde uno escribe sus impresiones, sus pensamientos Y todo eso es 'Lo Zibaldone'. Y éste, esta Antología que tengo entre las manos, es lo mismo pero en miniatura. Eso es la Colección en que Gadir ha colocado a Leopardi.
La primera vez que Leopardi habla de 'Zibaldone' es en la página 4295, con fecha de 14 de octubre de 1827. Los testimonios de esta voz en la lengua italiana son muy antiguos: aparece, por ejemplo, en el Pattaffio de Brunetto Latini, con el significado de 'miscuglio' (batiburrillo) y es usada por Varchi, en la Storia Fiorentina con el sentido de «conjunto caótico de escritos». Después, la palabra alcanza un uso corriente, sobre todo en el siglo XVIII, época de Leopardi. La acepción más común, 'científica', era la de 'repertorio' o 'prontuario', los zibaldone eran considerados como 'almacenes' de los que salían muchas obras hermosas. En definitiva, zibaldone es un contenedor de escritos muy variados. Idea semejante tomada del francés pastissage, que luego veremos de nuevo en la literatura en el romanesco de via merulana.
Si volvemos a la Antología de los Pensieri di varia filosofa e di bella letteratura abreviados inmediatamente por la crítica en Zibaldone di pensieri para inmediatamente pasar a ser simplemente Zibaldone nos encontraremos esta seleccción, traducida por Elena Martínez, clasificada en cuatro «áreas temáticas», como reza en la Introducción, en cada una de las cuales (Vida, Naturaleza y razón, Pasión y Teoría del placer) los textos aparecen ordenados cronológicamente tal y como los escribió el autor «de manera que el lector pueda acercarse a una selección de lo que Leopardi escribió, a lo largo del tiempo, sobre cada uno de estos aspectos».
Así vemos una parte importante de sus contemporáneos (crítica y lectores) no le comprendieron porque apreciaron sólo su estilo y su poesía patriótica, especialmente ésta por estar más en consonancia con el espíritu de los tiempos. Entre los primeros en entenderle podemos colocar a Vincenzo Gioberti que supo comprender la doliente humanidad del poeta y un crítico francés, Sainte-Beuve que lo colocó en el ámbito europeo, entre los poetas inmortales del romanticismo, subrayando su admirable equilibrio clásico. La crítica positiva leopardiana comienza con De Sanctis que evidencia la contradicción entre el corazón que ama y afirma la vida y la razón que inexorablemente niega y destruye. Aquí es donde la crítica y los lectores de hoy partimos de esta premisa, que pasando por Croce y Wossler, que mostraron la poética de su flosofía y el rechazo de éstas por parte del sentimiento.
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