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El Mesón Grande, en la Plaza Mayor, hacia 1871. :: FOTO LAURENT
Mesones y posadas
CRÓNICAS RETROSPECTIVAS

Mesones y posadas

El Mesón Grande, la posada de Vizcaínos o el mesón del Aceite son algunas de las fondas de la Segovia antigua

CARLOS ÁLVARO

Miércoles, 28 de abril 2010, 02:53

La entrada en servicio del ferrocarril en 1884 (línea Medina-Segovia) y 1888 (línea Villalba-Segovia) transformó la manera de entender el turismo y se llevó por delante la mayoría de los paradores, posadas y fondas de la vieja Segovia, las cuales daban alojamiento a arrieros, pañeros y fabricantes de todo tipo de artículos, especialmente los días de mercado.

El Mesón Grande, ubicado en la manzana que hoy ocupa el teatro Juan Bravo, era una de ellas, quizá la más conocida mediado el siglo XIX. Pero había más. De la misma época son las posadas del Toro (calle Escuderos), de la Rubia (plaza de la Rubia), de la Paloma (calle Nevería), de Caballeros (Valdeláguila), del Potro (plazuela del Potro) y del Pan y Medio (Patín); el mesón de la Fruta (Patín) y la fonda del Águila (edificio del hotel Victoria). En la calle de San Francisco estaban la posada de Vizcaínos, la del Gallo y el mesón del Aceite.

Todas llevan aparejada alguna que otra historia. Mariano Gómez de Caso recuerda que, en 1574, nada más entrar en la ciudad, Santa Teresa de Jesús paró en el mesón del Aceite. Allí fueron a buscarla doña Ana de Jimena y su hija María de Barros para llevarla a la casa que había alquilado en la Almuzara.

De la fonda del Águila tiene recogido Rafael Cantalejo un apunte muy sugerente. El historiador cita el testimonio del general Luis de Santiago Aguirrebengoa, que recuerda su llegada a Segovia en junio de 1870 para concurrir a los exámenes de ingreso en la Academia de Artillería: «En lo alto de una escalera ancha y oscura se nos presentó soñoliento, displicente y cubierta la cabeza con un gorro blanco de cocinero, un tío alto, gordo, sudoroso y en mangas de camisa, con los pantalones a medio abrochar, que resultó ser el señor Del Águila, dueño del fondín, y que, con su apellido de ave de rapiña, daba nombre al establecimiento». En efecto, se trataba de Ventura del Águila. Dieciocho reales cobraba por su mejor habitación.

La modernidad que trajo el siglo XX acabó con este concepto de alojamiento y dio paso a los grandes hoteles, pero en la memoria permanecerán siempre las viejas fondas y figones segovianos, lugares donde Ignacio Zuloaga encontró los tipos populares que como nadie retrató.

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