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Carlos Álvaro
Jueves, 23 de octubre 2014, 11:59
La casa de La Alhóndiga abre esta tarde (20:00 horas) una exposición que no dejará indiferente, aunque el autor sea un viejo conocido del público segoviano. Nicolás Gless regresa a Segovia con una muestra de todo lo mucho y bueno que ha realizado durante los tres últimos años a lo largo de esas 16 o 18 horas diarias que emplea dibujando, «especialmente de noche, que es cuando estoy en silencio, si acaso con el sonido de la radio de fondo, y me encuentro más feliz», asegura Gless mientras espera la llegada de su buen amigo Moncho Alpuente, que avala la exposición con un texto delicioso y su presencia en la propia presentación de hoy.
En La Alhóndiga, a través de alrededor de 70 obras, está recogido ese universo Gless poblado de seres imaginarios, vampiros, demonios, robots, bombarderos nazis y americanos, carteles y luminosos publicitarios en japonés, mujeres en pelotas y versiones pop-art de la vieja Segovia. «Aquí hay surrealismo, dadaísmo, futurismo, pop-art... ¡de todo! Yo vivo en un mundo, veo y observo todo lo que me rodea, anuncios, cosas, señores o señoras que me parecen vampiros, y lo atrapo y lo meto dentro, como en una paella», explica Gless, que presume de ser un «diseñador de los años 70, casi intemporal, porque pertenezco a un pasado muy antiguo».
El artista abulense afincado en Segovia se define a sí mismo como un «buscador de imágenes», con un viejo sentido «de las ideas, de la imagen, del collage, de juntar imágenes y relacionarlas». Y así es como nació el primer surrealismo, con la asociación de imágenes que no guardan relación entre sí pero cuyo choque produce una nueva imagen. «Todo está en este mundo, pero no se relaciona, y el surrealismo consiste, por ejemplo, en relacionar un robot con un vampiro», afirma. Los vampiros, los chupadores de sangre, luchan en la obra de Gless con robots cuyo destino es convertirse en pura chatarra. «Ese es el punto. La verdad es que, después, analizo mis propios dibujos y sí veo en ellos una especie de psicodelia mental», reconoce entre risas.
Dentro de la exposición hay alguna que otra serie, como las dedicadas a Segovia, a Venecia o a Roma, así como varios cuadros de la madrileña plaza de Callao, que con sus llamativos luminosos publicitarios, parece formar parte de ese universo Gless desde siempre, desde antes incluso de la existencia del propio Gless. De Segovia hay cuatro obras. Una de ellas refleja el Patio de Armas del Alcázar con naipes asomando por las puertas y ventanas de la fortaleza. «Son las dinastías de reyes pasadas, que se han convertido en un papel intrascendente. Salen los nobles y entra el turismo y la cultura, como en el Palacio de Quintanar», cuenta el artista. Otro cuadro muestra el campanario de la iglesia de San Martín en llamas, rodeada de demonios, calaveras y un angelote que anuncia Coca-Cola, «aunque en este caso he cometido un lapsus histórico, porque la torre que se incendió en su día fue la de San Miguel, no la de San Martín».
Volver al pasado
Nicolás Gless ha realizado la mayoría de los dibujos que se exponen en La Alhóndiga a lo largo de los últimos tres años, aunque hay algunos anteriores. «La factura de los cuadros es muy actual, pero muchos esquemas proceden de los años 70 y 80 porque mi obra es continuada, una línea recta que va hacia el infinito. He buscado bocetos en viejas carpetas. En cierta manera, he recurrido a mi pasado. Cada vez recurro más a mi pasado. Es curioso, pero he pasado de que me persiga el pasado a ir a buscarlo yo. ¿Por qué? Bueno, quizá porque tengo cincuenta y catorce años, o sea, sesenta y cuatro. Siento necesidad de recuperar el tiempo perdido», comenta el artista.
La perfección del dibujo de Gless pudiera llevar a pensar, en estos tiempos tan superficiales y de predominio de las nuevas tecnologías, que se vale de programas informáticos en la elaboración de sus trabajos, pero nada más lejos de la realidad. «Lo único que empleo es tinta y lápiz de color, y mucho tiempo, mucho tiempo. ¿Ordenador? No sé ni manejarlo. En casa tengo un ¿windows se llama? del 97, una patata, vamos. Yo estoy perdido en el tiempo», afirma mientras completa con un lápiz de color azul uno de sus dibujos, a modo de demostración.
La inauguración de este universo Gless tiene lugar esta tarde, en La Alhóndiga, con Moncho Alpuente como maestro de ceremonias. Como para perdérselo.
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