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Lunes, 15 de septiembre 2014, 12:36
Hablar del barrio de Puente Ladrillo en Salamanca es hacerlo de integración, solidaridad, lucha y, sobre todo, de familia, tal y como reconoce su párroco Antonio Romo. Un hombre «pegado al barrio» desde hace 35 años y, como explica su vecino y amigo, Javier Pérez, la «locomotora» que mueve este vecindario a las afueras de la capital. Lo que comenzó como un poblado ilegal ahora acoge a 4.000 familias «en las que hay de todo, como en la sociedad», apunta Romo.
Para entender el barrio hay que volver atrás alrededor de 140 años, cuando un grupo de familias al calor de la Estación de Trenes, donde trabajaban la mayoría, comenzaron a construir sus casas, «de manera ilegal y con sus propias manos», apunta Pérez. Un grupúsculo humano que fue creciendo y se convirtió en «una gran familia» donde se compartía barrio y trabajo, no fue hasta 1890 cuando se empezó a hablar del barrio de Puente de Ladrillo.
El vecindario debe su nombre a un puente de ladrillo que cruzaba el vía del tren. No en vano este fue un barrio de ferroviarios, «ahora quedamos pocos», asegura Javier Pérez, que añora aquellos años en los que su padre, ferroviario, y sus vecinos, también compañeros de trabajo vivían a la sombra de la Estación de Trenes de Salamanca.
Más pueblo que barrio
Por su parte, Romo recuerda la primera vez que vio a oficiar misa, en la que «tengo como recuerdo imborrable, las gallinas», y es que en aquel momento el barrio «era más pueblo que nada». Desde entonces, a principios de los ochenta hasta ahora, el barrio me ha enamorado «es como el primer amor, nunca lo olvidas». No en vano, guarda, como oro en paño, en su iglesia, un ladrillo original del puente que da nombre a la barriada.
Y eso que su primera intención fue no trabajar aquí, una negación que, confirma, desapareció según salía del barrio. En aquel momento, una idea cambió el rumbo de su vida, «sí siempre hablamos en el seminario de trabajar con pobres, éste es el lugar», rememora. Tras aceptar la parroquia, «comenzó el duro trabajo». Un periplo que ha conseguido que en 50 años sea un barrio conocido por su labor solidaria vecinal.
Javier Pérez recuerda que no fue hasta la década de los 70 cuando se instalaron servicios básicos como el alcantarillado o el agua, con Pablo Beltrán de Heredia y Onis como alcalde de Salamanca. Hasta entonces, dos fuentes construidas por Renfe eran las que suministraban agua al vecindario.
Hoy cuando se celebra el medio siglo de creación de la parroquial y la advocación del Cristo de los Ferroviarios, vecinos y cura, destacan que la iglesia de la Asunción se construyó sin permiso. De hecho, hasta en el plano de petición de ese oernusi, el ingeniero municipal reconoce que la iglesia ya está levantada.
Una obra que llevaron a cabo los propios vecinos en los terrenos de Renfe que poco después cedió su propiedad. Y no fue solo un templo, y aque «junto a él se construyeron la escuela y la guardería», confirma Pérez.
Y desde entonces hasta ahora, este barrio «periférico» ha vivido ayudando a la integración desde «cierta marginación», confirma el sacerdote. Romo no pide ayuda a las instituciones porque está convencido de que «lo que hace uno mismo y le cuesta, es lo que se valora y perdura».
De esta manera, «trabajadora y solidaria», los vecinos cuentan con un ropero solidario, una Escuela de Pastores, que comercializa su propio queso Mil Caminos, una casa de acogida que da apoyo a jóvenes marginales, una empresa de limpiezas para dar empleo a los vecinos, una asociación de apoyo a Hispanoamérica, una cooperativa agrícola y, sobre todo, apunta Romo, es un punto de apoyo vecinal.
Casa de acogida
El primer impulso a la integración fue la Casa de Acogida que nació en 1985 de la mano de los actuales párrocos, Antonio Romo y Francisco Buitrago. Un hogar cuyo fin es la rehabilitación, la formación , la educación y la inclusión social de personas en riesgo de exclusión social o marginación. Actualmente da cobertura a 22 personas.
A su vez, los párrocos crearon un centro abierto destinado a niños, adolescentes, jóvenesy adultos así como a padres y madres con hijos en situaciones de riesgo de cara a trabajar la prevención de drogodependencias y de conductas marginales y «desadaptativas», afirman. Dos iniciativas íntimamente ligadas a sus trabajos de colaboración con el Centro Penitenciario de Topas.
Para el desarrollo de iniciativas de integración, levantaron Miraver, empresa laboral para la inserción en el ámbito de la limpieza en general y el mantenimiento de piscinas y jardines. En funcionamiento desde 1998 y convertida en empresa de integración en el año 2005. En la actualidad se mantiene de forma autónoma e independiente de la parroquia. También la Cooperativa Agrícola Puentesan y la fábrica de quesos Mil Caminos tienen la integración socio laboral en su punto de mira.
Por otro lado, el Ropero Solidario Puente Ladrillo que desde 2005 es un espacio solidario donde se reparten ropas y utensilios de primera necesidad a aquellas personas que lo necesitan. Mediante el se está apoyado la creación, la creación y la gestión de varios costureros en Capiatá, Paraguay, explican desde la asociación.
Ahispasan, es otra de las iniciativas solidarias para la acogida, integración y promoción de actividades lúdicas, formativas, educativas y laborales y que desde el año 2000 da cobertura a los inmigrantes hispanoamericanos. A lo que hay que sumar, apuntan, las colaboraciones diferentes ONGs, como Cáritas o Salamanca acoge.
Todo esto favoreció que en 2001 Antonio Romo recibiera la Medalla de Oro de la Ciudad de Salamanca por una vida dedicada a ayudar a los demás. Un reconocimiento que se une a los muchos que recibe de sus vecinos y de los habitantes de otros barrios de la ciudad, como Ciudad Jardín, barriada en la que también ejerció de párroco y que le agradeció todos los servicios prestados en un emotivo homenaje hace pocos meses.
Para celebrar su medio siglo, el vecindario inauguró ayer una escultura en el parque Tomás Bretón. Su autor, Juanvi Sánchez, afirma que es una mesa que se convierte en puente y que entremezcla el pasado y el futuro con las vías del tren a modo de patas, «un guiño al origen ferroviario del barrio», comenta el artista. Con un concepto de «algo que se siga construyendo», matiza. En definitiva, asegura una propuesta artística participativa donde la obra se completa con «las persoas alrededor de la mesa».
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