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Buscarini, en la portada de 'Rosas negras', una de sus obras.
Bohemio, loco y poeta
CULTURA

Bohemio, loco y poeta

Un libro recoge la poesía de Armando Buscarini, personaje de la bohemia madrileña que murió en 1940 de tuberculosis tras haber pasado por el psiquiátrico de Valladolid

ANGÉLICA TANARRO

Viernes, 24 de noviembre 2006, 01:38

«¿Es verdad que yo sufro, pero oídme,/ ¿qué me importa sufrir si soy poeta?». Quien así proclama su doliente condición de artista en la conclusión de un poema titulado 'Orgullo' es Armando Buscarini, seudónimo de Armando García Barrios, poeta, bohemio, pícaro. Un personaje de vida desgraciada que bien podría encarnar el paradigma del fracaso. Alguien a quien sin duda le hubiera gustado participar ayer en el acto que tuvo lugar en el Planetario del Museo de la Ciencia donde se presentó su 'Poesía (in)completa', el libro que rescata 355 de sus poemas y que ve la luz en Ediciones del 4 de agosto (4de agosto@gmail.com). Por fin, un pedacito de la gloria que tanto buscó en vida y que tanto le esquivó.

Esos 355 poemas que recoge el libro son probablemente todos los que escribió. Pero el dato es difícil de comprobar, pues el misterio rodea a este escritor maldito que vivió la bohemia madrileña de principios del siglo XX; que conoció a los escritores de éxito; que fue citado por César González Ruano, Cansinos Assens o Gómez de la Serna; que murió solo y loco de tuberculosis en el psiquiátrico de Logroño, tras haber pasado dos años en el de Valladolid y haber entablado amistad con su director el doctor Villacián, y cuyos libros se encuentran además de en la Biblioteca Nacional de Madrid, en la Biblioteca Pública de Nueva York y en la de la Universidad de Puerto Rico.

Si ahora se ven reunidos en este libro que en enero se presentará en el Ateneo de Madrid es por la pasión que en ello han puesto los hermanos Diego y Rubén Marín, editores de la obra y autores del estudio que la acompaña, que comparten con el escritor su procedencia riojana y que se engancharon a su embrujo tras leer a Juan Manuel de Prada, quien había convertido a Buscarini en personaje de su libro 'Las máscaras del héroe' y posteriormente le dedicó la semblanza 'Buscarini o el arte de pasar hambre'.

En el prólogo del libro que recoge su poesía (in)completa, dice el novelista zamorano: «Empecé mi labor de rescate de Armando Buscarini allá por 1994, fascinado por la aureola de patetismo tremebundo que irradiaba su vida perra. Durante años perseguí su sombra huidiza por hemerotecas y archivos, librerías de lance y tugurios de cochambre (...) Para entonces Buscarini ya se había convertido en el ángel custodio de mi vocación literaria».

De su infancia apenas se tienen datos. Nació en 1904 en Ezcaray (La Rioja) de madre soltera. Ella aseguraba que lo había concebido en Buenos Aires donde se había enamorado de un marino italiano (Armando Buscarini) que la dejó. Un dato difícil de comprobar ya que, embarazada, vuelve a su pueblo y vive allí hasta que su hijo cumple 14 años. Entonces emigran a Madrid.

Precocidad

Para entonces quien en adelante sería Armando Buscarini ya había dado muestras de precocidad literaria. Con 16 años andaba por Madrid escribiendo febrilmente, sufragando sus modestas ediciones y sableando a cuanto escritor conocido encontrara en los cafés de la bohemia madrileña. «Era un pícaro que buscaba cualquier estratagema para colocar sus obras», afirman Diego y Rubén Marín, cuyo entusiasmo por el personaje se refleja al contar todo lo que saben de alguien que sigue teniendo más sombras que luces. «Era un genio del marketing además de un cara dura. Vendía los libros al grito de '¿hay que ayudar al poeta!' o los ofrecía por tres perras gordas o cinco con dedicatoria. A pesar de todo, durante una época no debió de irle mal del todo, pues en algún expediente clínico figura que era el sustento de su madre».

Los hermanos Álvarez Quintero supieron de su picaresca. Amenazó con suicidarse a la puerta de su casa -por entonces eran dos celebridades que llenaban teatros con sus obras- si no le sufragaban un libro. También Valle Inclán supo de sus amenazas. Cuenta el anecdotario que un día cuando paseaba por el Viaducto se encontró con Buscarini que le pidió dinero diciendo que si no le ayudaba se suicidaría tirándose al vacío. Claro que Valle Inclán le contestó que se quedaba a contemplar el espectáculo.

De lo extraordinario que es todo lo que rodea a su vida y a su obra da idea la noticia falsa de su muerte. Cuando en 1929 le ingresan en el psiquiátrico de Valladolid, procedente de una institución similar de Madrid, en la capital de España debió de extrañar su ausencia de los cafés y de la calle Alcalá donde solía vender sus obras. Hasta el punto de que los periódicos publican la noticia de su muerte.

«Lo que más nos llamó la atención es que le dedican un espacio que no se lo habían dedicado a otros escritores verdaderamente ilustres». La noticia le llegó al 'muerto' al Monasterio de Prado, por entonces sede del psiquiátrico de Valladolid, donde Buscarini escribe un soneto que envía al director del periódico para que desmienta la noticia. Los titulares que había publicado 'El Heraldo' son suficientemente significativos: 'Muere loco el poeta Armando Buscarini, popular en nuestro Madrid, donde vivió una dura y desgarrada bohemia».

Huellas

Buscarini dejaba huella allí por donde pasaba. Lo hizo también en el psiquiátrico de Valladolid, donde su director, el doctor Villacián por entonces en plena juventud, le dedicó tiempo y atención. Paseaban juntos por las riberas del Pisuerga y el poeta le dedica a él y al doctor Herminio Redondo, por entonces un médico en prácticas, el poema 'Desde mi soledad': «Más que un gran manicomio es un viejo convento/ con ventanas románicas el lugar donde estoy./ Se olfatea la muerte, aquí, a cada momento/ y hay un perro que siempre va por donde yo voy». Después de su traslado a Logroño siguieron carteándose. En su discurso de jubilación Villacián tiene un recuerdo para el enfermo que le había dicho: «Yo soy más feliz que usted porque, además de ver lo que usted ve, al mirar los dos la misma cosa, yo veo lo que sus ojos ciegos de persona normal no pueden percibir. ¿Por favor, déjeme vivir despierto en este mundo de ensueño! ¿No me cure!

En Logroño dirigía el psiquiátrico Alberto Escudero Ortuño, médico y humanista, discípulo de López Ibor, que dedica un capítulo al poeta en sus memorias: 'Por los caminos de Hipócrates'. «Sor Aquilina -dice sobre la muerte de Buscarini- me refirió que terminó su vida embotado, sin apenas lucidez, indiferente a todo lo que le rodeaba».

Pero mucho antes la idea de la muerte le rondaba. Tenía 26 años y estaba encerrado en el Monasterio de Prado. Entonces, escribe su testamento dirigido al rey Alfonso XIII. Es otro delirio: «Deseo que de mis poemas se hagan ediciones soberanas con láminas y cromos de colores; y deseo que se divulguen mis versos por toda la redondez de la tierra (...) Deseo que se me haga un entierro solemne y que todos los escritores y artistas me guarden luto durante cinco años...». No conseguirlo fue el último de sus fracasos.

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