Rebelión en California
En vista de la violencia entre policías y manifestantes que se expandió la semana pasada a otras ciudades de California, la ira del presidente estadounidense se dispone a fortalecer su hostilidad
Al norte de la bahía de San Francisco se yergue rodeada de fértiles viñedos la ciudad de Sonoma, fundadora de la República de California que ... se alzó en armas contra el gobierno mexicano el año 1846 con fiero ataque de un centenar de colonos originarios de Europa. Aún permanecen por doquier en sus calles antiguas los símbolos de aquella gesta, imágenes de un heroísmo al que dan homenaje en el frontis del ayuntamiento las banderas históricas de la pequeña ciudad: la española, la inglesa, la ruso-americana, la del Imperio Mexicano y la del Oso de la Libertad, ésta enarbolada durante un mes por los rebeldes independentistas que lucharon contra el poderoso ejército de la Federación de los Estados Unidos empeñada en anexionar a Sonoma en la Unión. El sentimiento de aquella efímera 'California rebelde' perdura hasta hoy y su libertad anida, sólo en fantasía, en la memoria de quienes pretenden alzar de nuevo a su soñada y próspera República de California, aplastada entonces por los poderosos gobernantes de Washington.
Por las calles de Los Ánghttps://www.elnortedecastilla.es/internacional/eeuu/trump-despliega-guardia-nacional-angeles-tras-disturbios-20250608170957-ntrc.htmleles, la capital del Estado más rica, poblada, y liberal de Estados Unidos, circula otra vez estos días el furor californiano con la misma hostilidad renovada frente a Washington que siente hoy Ronald Trump hacia California. Su marco político centralista, populista y conservador, se enfrenta desde su primer mandato presidencial hasta hoy con el furor policial de estos días al bastión californiano del Partido Demócrata y sus políticas progresistas. Con su brutal lucha callejera de la Policía estatal y del Ejército, Trump pretende imponer su dura política migratoria frente a los inmigrantes indocumentados y borrar las leyes progresistas, aceptadas en California por el referéndum correspondiente: protección del derecho al aborto, legalización del consumo de cannabis, facilidad para la reasignación de género y otras alteraciones jurídicas aprobadas antes por el voto ciudadano.
En vista de la violencia entre policías y manifestantes que se expandió la semana pasada a otras ciudades de California, la ira del presidente estadounidense se dispone a fortalecer su hostilidad. A pesar de la negativa de colaborar en ese combate, más ideológico que político y desechado por los órganos estatales de gobernación, Donald Trump sigue aumentado las fuerzas de la Guardia Nacional y de la Infantería de Marina en el Estado de California. Con su reiterado pretexto de evitar allí una posible insurrección ciudadana, el presidente republicano ha ordenado enviar más soldados y policías a Los Ángeles y a otras ciudades levantiscas de aquel poderoso y rico Estado, alegando que los gobernadores demócratas desean poner coto allí a la aplicación de algunas de las leyes inmigratorias por él patrocinadas y en vista de la escasa respuesta frente a las agresivas manifestaciones callejeras de los gobiernos demócratas gestionados por sus adversarios políticos. Es tal el peso de su amenaza que Trump está dispuesto a poner en ejercicio la polémica Ley de Insurrección, aplicable en casos de riesgo grave para el Estado. Las protestas contra la agencia federal encargada de arrestar a los inmigrantes ilegales se están extendiendo a otras ciudades de California y Texas, y el presidente amenaza con recuperar el poder de los Estados afectados hasta aplicar allí el toque de queda.
La ciudad de Los Ángeles, el segundo núcleo urbano más poblado de Estados Unidos, es también un lugar simbólico: más de mitad de su población, casi cuatro millones de habitantes son ciudadanos de origen latino, más de la mitad inmigrantes indocumentados. La Guardia Nacional actúa como una entidad híbrida entre esos grupos étnicos. Las manifestaciones allí de las dos semanas pasadas han sido un ensayo entre esas etnias: los vendedores ofrecían banderas mexicanas y los manifestantes ajustaban el ritmo de los eslóganes con sus cánticos: «Muévete Donald, quítate del camino»; «Seamos claros, Trump, los inmigrantes son bienvenidos aquí». Parecía una fiesta vecinal, como si esas verbenas fomentaran la aplicación de una disputa legal y reglamentada. Los cánticos de la fiesta vecinal se convirtieron en gritos cuando la policía antidisturbios esquivó las bombas de pólvora caseras e hizo explotar granadas para despejar las calles mientras la multitud respondían con sus armas menos letales e incendiaban coches. La bandera mejicana se convirtió durante esos días de asonada en un símbolo definitorio de las protestas en esa ciudad universal, Los Ángeles, la capital soberana del Estado de California: nació mexicana y, a pesar de los pasos policiales fronterizos y los altos muros metálicos, sigue creciendo mexicana.
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