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Una de las bocaminas que atestiguan la existencia de las explotaciones de wólfram en el Bierzo.
Las ruinas de la montaña negra

Las ruinas de la montaña negra

De la «fiebre del wólfram» en el Bierzo solo quedan las ruinas de una antigua mina y el poblado de sus obreros al abrigo de la Peña del Seo, cerca de Cadafresnas

V. SILVÁN - elbierzoNOTICIAS

Sábado, 4 de octubre 2014, 19:19

Ha pasado ya más de medio siglo desde que se pusiera fin a la «fiebre del wólfram» que durante la postguerra, en la primera mitad de los años 40, llevó a muchos hombres y mujeres a subir a monte «armados» con pico y pala para extraer este negro mineral, que era pagado a precio de oro por alemanes y americanos en plena contienda mundial por su incalculable valor para la fabricación de armamento. De estos tiempos aún quedan como testigo los restos decadentes de una antigua explotación abandonada, junto al pueblo de Cadafresnas y a la sombra de la Peña del Seo, la montaña negra.

Un lugar recóndito y apartado, aislado del mundo, que vivió un momento particular de su historia, paradójicamente, al compás del conflicto bélico que del otro lado de los Pirineos sacudía al mundo entero, la Segunda Guerra Mundial. En una España «neutral», las gentes de este rincón del Bierzo -perteneciente al municipio de Corullón- basaban su economía de subsistencia en la agricultura y la ganadería, mientras que en otras partes de la comarca la minería de carbón empezaba a convertirse en uno de los motores de desarrollo tras la Guerra Civil.

En el pueblo cuentan que fueron dos hombres que habían estado «escapados» quienes descubrieron que el wólfram afloraba por todas partes en la peña del Seo, «detrás de Valdelouro, al lado la 'fuente del sapo', del lado del robledal, allí se le ve salir y después se hunde en tierra», según explican en la recreación del documental de Chema Sarmiento, 'Wolfram, la montaña negra'. Ellos se dieron cuenta de las similitudes de ese mineral con el que ya extraían los alemanes antes de que comenzara la guerra en las próximas minas de Casaio (Orense).

Hasta entonces nadie sabía ni en Cadafresnas ni en los alrededores de ese mineral hasta que conocieron el descubrimiento de estos dos hombres, que subían a la montaña y bajaban cor sacos llenos de piedras negras, y el precio que se pagaba por ellas, que equivalía a varios jornales. Ahí empezó la fiebre, allá por 1942, y como describe Raúl Guera Garrido en su libro 'El año del wólfram' -finalista del Premio Planeta en 1994-, «la gente se lanzaba a por él con pico, pala y pistola al cinto». «Cuanto más sacabas más ganabas y como estaba libre venía gente de Villafranca, de Quilós, de Corullón, andábamos a la desbandada», contaba uno de los vecinos del pueblo.

La mina y el poblado de la Piela

Tras esos años de descontrol, furtivismo y estraperlo, siguió la adjudicación de su explotación a la Compañía Minera Montañas del Sur, que en 1951 inició la construcción de la mina, el lavadero de la 'Cabarca del Infierno' y la edificación de un poblado para acoger a los cientos de obreros que empezaron a trabajar en la extracción del wólfram. A unos cuatro kilómetros de Cadafresnas se levantaron estos diez edificios, ahora en ruinas, con cuatro viviendas cada uno. Eran un total de 40 viviendas, prácticamente de lujo en aquellos años, con agua corriente y luz eléctrica, que fueron entregadas a las familias mineras con libro de familia, mientras que los solteros eran alojados en los sótanos.

Entre sus muros, en un paseo, aún se descubren objetos de décadas pasadas, que dejaron abandonadas sus antiguos moradores. Unas botas o una botella de cristal sobre la meseta de una cocina que revelan que ese lugar estuvo en un tiempo habitado y que fue un pueblo de verdad con sus casas, son su cantina, con una escuela y con el economato en el que se podía comprar de todo, desde un paquete de arroz a unas botas. También son testigos de esa «fiebre del wólfram», el oro negro berciano, varias bocaminas que aún son penetrables en unos metros.

Al finalizar la II Guerra Mundial y, después, la Guerra de Corea, el interés por este mineral fue en declive y su demanda prácticamente inexistente en tiempos de paz, ya que su principal destino era la industria armamentística. Así, en 1958 la conocida como mina 'Currito' echaba el cierre y bajo su cuidado quedó como vigilante Jovino García, hasta que dejó el poblado en 1980. Después, el paso del tiempo y el olvido hicieron el resto hasta convertirse hoy en día en casi un poblado fantasma.

Desde su explotación «al libre albedrío», que sirvió para hacer «algo ricos» a quienes solo habían conocido la misería tras la Guerra Civil y para despertar la avaricia de quienes no dudaron en recurrir a la fuerza de las armas para robar el mineral o echar a la gente de los mejores filones, a su explotación por una empresa que dio trabajo a cientos de obreros a los que, gracias al buen contrato que tenía con los «aliados» americanos, podía pagar unos buenos salarios.

¿Qué tiene el wolframio?

El wólfram fue un mineral muy valioso para los alemanes, que incluso antes de la II Guerra Mundial ya tenía algunas explotaciones en España, la más cercana al Bierzo era la de Casaio en Orense. Precisamente es este mineral, negro y extrañamente pesado, el «secreto» que explica esa superioridad inicial del ejército nazi al comienzo de la contienda. Lo utilizaban como núcleo en la construcción de armamento y carros de combate, teníendo un mayor poder perforador y era más resistente, ya que tenía un punto de fusión muy alto e impedia que se recalentaran los cañones.

Además, a medida que avanzaba la guerra, los alemanes continuaron inventando nuevas armas, como la bomba V2, que también necesitaba de este mineral en su fabricación. Con algunos yacimientos en China y en Estados Unidos, en Europa solo hay filones importantes en España y Portugal. Todo ello hizo que su precio fuera en aumento, a lo que se sumó también el interés de los aliados americanos por impedir que el mineral llegase a manos alemanas y no dudaban, cuentan, en comprar el mineral a un precio más alto para hundirlo en el mar y evitar su uso por parte de los nazis.

Fuera como fuera, de esos tiempos ahora solo quedan los recuerdos y los restos de un poblado y una mina que emergen en medio del monte. Un lugar que en su momento también rescató el ahora olvidado proyecto de 'La Mirada Circular' con una ruta de 22 kilómetros entre Herrerías de Valcarce y Cadafresnas, la Senda del Wolframio, que antes de llegar a las viejas minas recorre la sierra con una vista de prácticamente toda la comarca, pasa por la aldea ganadera de Villasinde y Mosterios hasta llegar al entorno de la Peña del Seo y descubrir la huellas de la minería del wólfram. «Lo raro de esta actividad, el abandono de décadasy la sobria elegancia del entorno constituyen un paisaje único, lleno de misterio y de encanto», describe.

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