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Turquía: la tormenta perfecta

Enrique Vázquez

Domingo, 26 de julio 2015, 11:31

Casi súbitamente el gobierno turco se encuentra en una crítica posición política, militar, diplomática y de imagen internacional con su conducta ante la crisis en Siria: está obligado a abordar simultáneamente la llamada cuestión kurda, la emergencia del "Estado Islámico", la presión norteamericana y el arduo escenario interno tras su relativa derrota en las elecciones legislativas de junio.

El jueves, el ejecutivo anunció un drástico cambio de conducta: súbitamente hizo saber que se unía con sus importantes medios aéreos a la campaña de bombardeos de la coalición inspirada por Washington y sostenida por potencias occidentales y varios países árabes contra el "Califato" islamo-terrrorista que ocupa amplias áreas de Iraq y Siria y que, al efecto, ponía su gran base de Incirlik, en el sureste, a disposición de la aviación norteamericana, lo que había rehusado hacer durante meses.

Pero, de paso, atacó también objetivos kurdos y mezcló así peligrosamente los dos asuntos. La razón del cambio de criterio no fue una re-evaluación global de la crisis regional, sino una reacción ante el atentado terrorista (una mujer-bomba se hizo explotar en un centro cultural) que el lunes causó más de treinta muertos en Suruç, a cinco kilómetros de la frontera con Siria y vecina de la ciudad mártir, y también kurda, de Kobani, ya en territorio sirio. Durante semanas el gobierno turco rehusó ayudar a los pobladores de Kobani, a tiro de piedra de suelo turco porque eso alteraría el principio central del régimen turco: los kurdos nacional-separatistas son el "enemigo principal".

La vuelta al viejo contexto nacional

Es verdad que Kobani es -o era: solo es hoy un montón de ruinas- una ciudad sirio-kurda Y sus habitantes, con la escasa ayuda que otros kurdos pudieron hacerle llegar resistió como nadie lo ha hecho hasta hoy el largo cerco del "Estado Islámico". Con la sola cooperación de combatientes kurdo-iraquíes (los "pesh-mergas") llegados precariamente por tierra levantaron el asedio y pusieron en fuga a los terroristas.

El lector debe anotar aquí, sin embargo, algo que no puede ser ignorado: esta conducta oficial ante la tragedia de Kobani, tan criticada fuera del país, era compartida por una parte grande, tal vez aritméticamente mayoritaria, de la población: la reivindicación nacional kurda, en la medida en que fragmenta potencialmente el Estado, no dispone de apoyo social fuera de las áreas kurdas, el sureste del país.

Una guerra sin fechas claras, pero con décadas a cuestas y más de treinta mil muertos, no ha hecho sino empeorar las cosas que, sin embargo, estaban mejorando después de que el primer Erdogan, un nacionalista-islamista reforzado por cuatro sucesivas victorias electorales y ahora presidente de la República, aceptó explorar la vía de una solución pactada tras obtener seguridades previas del líder carismático del "PKK" ("Partido de los Trabajadores del Kurdistán), Abdullah Oçalan, encarcelado en la isla-prisión de Imrali desde hace 16 años, de que la lucha armada "había terminado"

Los daños colaterales

Oçalan hizo su declaración en marzo del año pasado tras lo que era, sin duda, una larga negociación con el gobierno y, en particular, con un hombre clave en la Turquía de Erdogan, Hakan Fidan, el jefe del MIT, la poderosa organización de Inteligencia General. Un alto el fuego sin precedentes por su duración, más de dos años, y su observancia, confirmaron la buena marcha del proceso negociador. La elección legislativa del siete de junio -en la que Erdogan perdió su casi crónica mayoría absoluta- permitió ver la emergencia en el Kurdistán turco de una coalición de partidos endógenos, fuertemente locales, pero modernizados y listos para "hacer política".

El proceso de normalización y su crucial correlato, el alto el fuego, quedaron reforzados pero todo ese proceso propiamente nacional y de interés literalmente histórico saltó por los aires el viernes: el gobierno atacó no solo objetivos del EI, sino bases del PKK, acusado de haber instrumentalizado con protestas la matanza de Suruç y aprovecharla con propósitos político espurios. El PKK hizo saber ayer sábado que "daba por inútil y no vigente ya el acuerdo de alto el fuego". Un desastre.

Ankara espera acertar convencida, como está, de que con su decisión de unirse por fin a la campaña internacional contra el EI, tras negarse durante un año, satisface a sus socios y eso es verdad, pero aprovechar la coyuntura para dinamitar el proceso pacificador con los kurdos es demasiado arriesgado. Hay que anotar, en fin, que el gobierno turco es provisional y está negociando una posible coalición para disponer en el parlamento de la indispensable mayoría que perdió en junio.

Ni siquiera se excluye a día de hoy una "gran coalición" con su enemigo frontal, el "Partido Republicano del Pueblo", segundo en diputados y con experiencia de gobierno. Considerado como el depositario de la herencia del fundador del Estado e intocable padre de la Patria, Kemal Ataturk, es útil es señalar hoy que es más anti-kurdo que el AKP de Erdogan, aunque mucho más permeable al consejo de Washington. Turquía, en fin, se reencuentra de nuevo y de sopetón con inestabilidad política, el EI en sus fronteras y la reactivada -e inganable en términos militares- revuelta kurda. Sí, esto es la tormenta perfecta.

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