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La diana se acerca al banquillo
baloncesto

La diana se acerca al banquillo

La inoperancia de Ricky Rubio arrastra y descoloca a España ante la permisividad de un Sergio Scariolo que se resiste a abandonar su guión habitual.

José Manuel Cortizas

Martes, 9 de agosto 2016, 22:53

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Nada nuevo bajo el sol. Un cisma carioca que recuerda etapas accidentadas, precedentes de La Roja de la canasta desde el Europeo de Polonia. Sonoros tortazos recibidos que acabaron difuminados por reacciones bélicas en las que la selección española no hizo prisioneros ni en las canchas ni en su entorno. Pero de aquella semilla a la que costó germinar han pasado ya siete años. Perdura en el recuerdo la rueda de prensa de urgencia en la que Navarro, Scariolo y el expresidente Sáez le echaron la culpa al empedrado, se apostaron tras la trinchera como víctimas y, cosas del deporte, salieron indemnes porque el equipo espabiló, se negó a rendirse y pasó por encima de quien se le puso por delante.

En el ADN de aquella marabunta figuraba la polémica por los criterios para reclutar al personal. Se imponía la procedencia ÑBA como marchamo de alistamiento y el resto lo componían jugadores imprescindibles en el mercado nacional. Siete años después nada ha cambiado en cuanto a los peajes que apoquina Scariolo, por convicción o exigencia externa que nunca será reconocida. Tres bases NBA más un organizador escorado al puesto de escolta y una limitación para generar juego gravísima. Nace herido de muerte la disposición táctica porque para llevarla a buen puerto hay que recurrir a la fe y, ante todo, decisión de los actores por asumir que forman parte de una compañía. Y es obvio que algunos se creen fuera de ese rango y el técnico alimenta tal situación confirmándoles en un arco de minutaje a todas luces excesivo.

Ricky Rubio es el primer paganini de lo expuesto. Jugar en un equipo menor, aunque sea en la mejor liga del mundo, desactiva la competitividad de quien hace tiempo dejó de ser portador de una varita mágica. Con él en pista, sin amenaza de tiro, arrastrado Llull por no compartir tarea en la incisión al esqueleto rival, España se queda coja en el cinco contra cinco, llega a no saber a lo que juega y, para colmo, el barcelonés tiene atascado su GPS, que no le marca otra ubicación que la que ocupe Pau Gasol. Sumisión total al jefe.

Se dan con él circunstancias paradójicas que incitan a pensar en que hay un velo que le protege aunque arrastre con él a los otro jugadores con que comparte pista. Ayer Scariolo le mantuvo en pista con la tercera personal. En la siguiente rotación repitió cuando le cayó la cuarta. Era como si buscara que Rubio se autoinmolara para no tener así que dar explicaciones. Las consecuencias en esos tramos no se hicieron esperar. Libertad para el base rival, Huertas en este caso, y un par de andanadas que permitieron a Brasil tomar aire y distancia cuando España le achuchaba.

Elementos decorativos

Con el Chacho Rodríguez los españoles al menos obligaban a los anfitriones a medir la superficie de la cancha con otra lógica, asimilado el peligro potencial del canario. La primera consecuencia no se hizo esperar en forma de entrada en bonus de Brasil con 7,32, 5,34 y 7,49 minutos por delante en el segundo, tercer y último cuartos. Luego quiso el destino que Pau Gasol no tuviera su día desde la línea de castigo, pero ese cantar pertenece a otra partitura.

Tan llamativa como la insistencia con Rubio sigue figurando el ostracismo de Calderón, en formato elemento decorativo en el banquillo -esta vez jugó la friolera de 72 segundos-. No se sostiene por la necesidad que afecta al equipo de buscar alternancia, nuevas vías por las que progresar cuando se enfrasca en un ¿juego? tímido, vulgar, predecible y por lo tanto fácil de neutralizar.

Otra pata que hace cojear a España es Navarro. Palabras mayores, sus quintos Juegos, lo que quieran añadir. Nadie discute la grandeza de su currículo, pero lleva dos años en los que los dolores y dolencias le han alejado de su verdadero ser. Es aplicado con la pizarra y no desentonó cuando Scariolo quiso someter a Brasil con una zona adelantada por tres pequeños. Pero el equipo necesita mucho más que pasar bloqueos. Y su puntería ha dejado de hacer enmudecer al oponente aunque sea cierto que cualquier día puede liarse a tiros y no dejar títere con cabeza. Pero cada vez son más escasas esas ocasiones.

Así, desmembrada la línea exterior, con Claver viéndose superado una y otra vez jugando al tres y al cuatro y Abrines vestido con el uniforme de hombre invisible, España se pone en manos de los de siempre. Pau Gasol nunca fallará, entendido como tal alejarse de su almirantazgo. Tendrá días más eficaces, pero su línea es constante. No puede decir lo mismo Mirotic, jugador que los técnicos ponen como sinónimo de egoísmo, de autocomplacencia. Además de ir poco más allá de pedir y pedir la bola sin colaborar en el encofrado del piso, el palmeo que le birló Marquinhos para anotar la canasta ganadora le deja en evidencia. A él y a un grupo que no está a la altura de lo que es un equipo. Y cuando eso sucede las miradas se concentran en un punto muy determinado del banquillo.

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