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JOSÉ MIGUEL ORTEGA
Miércoles, 29 de abril 2015, 18:46
En España el ciclismo ya era un deporte muy popular e incluso se organizaban carreras importantes con participación de algunos ases extranjeros, pero nadie se atrevió hasta entonces con una prueba de la categoría del Tour de Francia o el Giro de Italia, que iniciaron su andadura en 1903 y 1909, respectivamente.
Fueron los éxitos de los ciclistas españoles en el extranjero los que animaron a Clemente López Dóriga, intimo amigo de los hermanos Trueba, a hacer realidad un sueño aparentemente descabellado: organizar la Vuelta a España en apenas dos meses. Contó para ello con el apoyo económico y logístico de un periódico madrileño, el diario Informaciones, y las dos casas fabricantes de bicicletas más importantes del país, B.H. y Orbea, ambas radicadas en Eibar.
Se creó un comité directivo impulsado por el célebre periodista deportivo Rienzi, con Juan Pujol, director de Informaciones, como presidente; el antiguo corredor Óscar Leblanc, como vicepresidente; Clemente López Dóriga, ejerciendo de comisario general, y otro periodista, Manuel Serdán, en calidad de secretario técnico. En cada final de etapa se había creado un comité local para encargarse de la organización de la llegada y de la intendencia de los corredores.
En tiempo récord, el 29 de abril de 1935, los participantes en la primera edición de la Vuelta Ciclista a España daban las primeras pedaladas desde la estación de Atocha, camino de Valladolid. Aquel año, en el Tour tomaron parte 93 corredores, y 102 en el Giro. Nuestra carrera fue en todo mucho más modesta, con 50 participantes -32 españoles, 6 belgas, 4 italianos, 2 austriacos, 2 franceses, 2 holandeses y 2 suizos-, y solo dos semanas de competición. Una llamativa decisión fue la de distribuir a los corredores en dos únicos equipos patrocinados por B.H., que vestía de verde, y Orbea, que lo hacía de azul. A la hora de la verdad, cada uno iba a lo suyo y tenían al enemigo en casa, pero la publicidad para las casas patrocinadoras fue extraordinaria.
Los corredores atravesaron Madrid en marcha neutralizada en medio de una gran expectación, y en el Alto del León se rompieron las hostilidades. El suizo Leo Amberg, un gran escalador, pasó el primero por la cima, pero el protagonismo lo iba a tomar después Mariano Cañardo, la gran figura española, y el belga Antoon Dignef, teórico gregario de Gustav Deloor, al final gran vencedor de la carrera.
Aunque Cañardo sufrió un pinchazo, tuvo tiempo de cazar a su compañero de fuga en Mojados, llegando juntos al Arco de Ladrillo, para encarar la Acera de Recoletos, entonces Avenida de la República, donde a la altura de la calle Colmenares se había instalado la meta. En contra de lo que soñaban los miles de vallisoletanos que acudieron a vivir en directo el acontecimiento, el vencedor fue Dignef, (con una sola f según me comentó el propio Antoon, cuando muchos años después le conocí en una etapa del Tour que llegó a la provincia de Limburgo, donde él vivía, ya octogenario), quejándose el español de que la rueda delantera se le había metido en los raíles del tranvía, aunque a los dos se les dio el mismo tiempo, 5 horas 58 minutos y 12 segundos. El último en atravesar la meta, Sebastián Picardo, invirtió una hora y media más.
Los directivos del Valladolid Ciclo Excursionista, con Nicanor Marcos y el redactor de El Norte de Castilla, Eduardo López Pérez, a la cabeza, fueron atendiendo a los corredores según iban llegando a la meta: control de firmas en el Café Avenida y cervezas gratis para todos ellos en un puesto que la casa Mahou había instalado en uno de los andenes del Paseo Central del Campo Grande.
Distribuidos en diferentes hoteles y pensiones, los corredores se fueron a dormir porque a las cinco y media de la mañana se había establecido el control de firmas en la sede del Valladolid Ciclo Excursionista. Si la llegada el día anterior fue todo un acontecimiento, la salida de la segunda etapa camino de Santander constituyó un espectáculo para los cientos de vallisoletanos, felices de ver de cerca a los ciclistas, en especial a Dignef, que vestía el maillot naranja de líder, y asombrados de los coches de los enviados especiales de los periódicos seguidores de la carrera.
A las seis y media, aún amaneciendo, se dio la salida neutralizada y poco después, en el fielato de la carretera de Santander, la oficial. Nada menos que 251 kilómetros esperaban a los esforzados de la ruta hasta la capital cántabra, donde Vicente Escuriet ganó escapado en 8 horas, 43 minutos y 37 segundos, con casi dos minutos sobre Salvador Cardona y casi cuatro sobre Gustav Deloor que, como ya hemos dicho, sería el vencedor de la Vuelta y repetiría también en la siguiente edición.
A Valladolid le cupo el honor, hace ahora 80 años, de ser el fin de aquella primera etapa de la primera Vuelta a España de la historia. Sirva este recordatorio de homenaje para todos los que hicieron posible aquel descabellado sueño.
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