Valeria Vegas
La escritora dirige un documental de tres episodios sobre la actriz española que triunfó en Hollywood que se acaba de estrenar en HBO Max
Fue la primera española que triunfó en Hollywood, la que allanó el camino a Javier Bardem, Penélope Cruz o Antonio Banderas. Icono de la comunidad LGTBI, musa deslenguada, mito erótico y carne de una prensa del corazón caníbal e inmisericorde, Sara Montiel fue una mujer libre y moderna. Ese es el retrato que pinta de ella Valeria Vegas, que firma el documental 'Súper Sara', obra de tres episodios que se emite en HBO Max. Llegó a la industria yanqui del celuloide siendo prácticamente analfabeta, sin saber ni jota de inglés, pese a lo cual encandiló a George Cukor o Anthony Mann, que se convirtió en su primer marido. Aunque cosechó éxitos en EE UU, volvió a España, donde arrasó con 'El último cuplé' y 'La violetera'. «Prefirió ser cabeza de ratón que cola de león», dice Vegas.
–¿Cuáles eran los puntos débiles de Sara Montiel?
–Sara tuvo pocas vulnerabilidades, porque era de esas artistas que no pedían perdón ni permiso, y además hacía un poco lo que le daba la gana. Quizás un punto débil, como se muestra en el documental, fue el hecho de no poder tener hijos. Pasaba el tiempo, cumplía 30 años, luego 40, y la prensa le seguía preguntando cuándo iba a ser madre; y eso, según algunos testimonios, fue frustrante para ella. Hasta que adoptó, ya con 50 años, a sus dos hijos, Thais y Zeus.
–¿Fue una mujer osada?
–No sentía culpa, y cuando no tienes culpa al hacer las cosas, eres un blanco fácil para las críticas. Si a Sara le apetecía posar para 'Interviú' con 67 años, lo hacía. Si quería sacar un disco de bacalao, aunque nadie lo entendiese, también lo hacía.
–¿Fueron especialmente duros los últimos años de su vida?
–Fueron duros a causa del cambio en la prensa y la televisión. Ella venía de un mundo donde las figuras públicas eran muy cuidadas, ofrecía reportajes, era querida. Pero en los años 2000, cuando Sara seguía siendo la misma de siempre, los periodistas la empezaron a tachar de gorda y le reprochaban que vistiera con transparencias. Esa prensa del corazón, más incisiva e hiriente, la golpeó y contribuyó, de alguna forma, a destruir el mito.
–¿Cómo llevó la vejez?
–Lo llevó muy bien. Envejecer siendo un 'sex symbol' debe de ser duro, cuando toda la vida te han dicho que eres la más bella. Pero lo que me gustaba de Sara es que no compraba ese concepto tan espantoso de «envejecer con dignidad». ¿Qué es eso? ¿No teñirte el pelo? ¿No maquillarte?
–¿Su belleza era comparable a la de Ava Gardner o Elizabeth Taylor?
–Eso decía George Cukor, que había dirigido a muchas actrices. Cuando ves a Sara, tanto en su etapa mexicana como en el cine de Hollywood o en el español de los años 50 y 60, ves primeros planos cerradísimos de su rostro que no aguanta cualquiera. Eso es fotogenia. Era bellísima.
–¿Cuenta el documental algún aspecto inédito?
–Incluye cintas de vídeo domésticas que nos cedió su familia, grabadas por Pepe Tous, su tercer marido. Sirven para descubrir a la persona. Sabíamos que era una mujer que impostaba el habla, que fumaba puros, que era hierática… pero en esas cintas ves que daba potitos a su hijo, que se bañaba en 'topless', que celebraba la Navidad con amigos. Eso la hace más humana.
–¿Era una mujer de orígenes humildes?
–Venía de la posguerra, de una familia trabajadora y sencilla, como tantas. Lo increíble es que llegase a Hollywood cuando ni sabía ubicarlo en el mapa, como ella misma confesó. Prácticamente analfabeta, aprendía los guiones fonéticamente. Es una historia que hoy ya no pasa: ahora quien prueba suerte en Hollywood va con agente y sabe inglés. Sara salió de un pueblo de La Mancha y consiguió algo digno de película.
«Pecadora nacional»
–¿Qué relación tuvo con Miguel Mihura?
–Tuvo una relación sentimental con él, quien la apadrinó en el plano artístico. Ella misma dijo que perdió la virginidad con Mihura, lo cual era muy fuerte en esa época. No por el hecho en sí, sino porque lo hizo público, sin estar casada, y eso la convertía en una especie de pecadora nacional, sobre todo si nos fijamos en la diferencia de edad. Luego, en México, también se relacionó con intelectuales.
–Y en plena dictadura, transgredir las normas morales.
–Regresó a España a principios de los 60, ya divorciada de Anthony Mann, cuando el divorcio no existía aquí, y luego se volvió a casar. Eso la convirtió en un símbolo de libertad. Contaba, eso sí, con el beneplácito del régimen, porque sus películas se exportaban.
–También era muy fabuladora, algo mentirosa.
–Eso se agradece mucho. No sabemos si es verdad que fuera en el mismo coche que conducía James Dean cuando se estrelló y murió. Pero como se suele decir: no dejes que la verdad te arruine una buena historia.
–No siendo una gran cantante, ni actriz, ¿a qué atribuye su éxito?
–Para mí era una buena cantante. No llegaba a los agudos de una Céline Dion o una Mariah Carey, ni era Rocío Jurado. Pero dominaba los graves y tenía una voz muy personal. No era una gran cantante, pero tampoco era mala. En el cine, le tocaron siempre papeles melodramáticos, de telenovela, que hoy nos parecen un poco 'camp'.
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