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Victoria M. Niño
Viernes, 13 de noviembre 2015, 13:04
. La sala sinfónica del Miguel Delibes estaba llena para ver la final del XII Premio Internacional de Piano Frechilla-Zuloaga. Público de toda la provincia, la Diputación en pleno, mucha gente del conservatorio, y el único enemigo de la velada, la niebla y su inmediata traslación al patio de butacas: las toses y los celofanes de los caramelos. En el torneo se batían tres españoles, como en la anterior edición, arropados por la Orquesta Sinfónica de Castilla y León con Miguel Romea en el podio. El pianismo nacional ya conquista los concursos internacionales sin complejo alguno. El primero en sentarse al steinway afinado por Silvano Coello fue el abulense Antonio Bernaldo de Quirós Yazama (1997). Era el más joven y el más osado en la elección de la obra, el Concierto nº1, de Liszt. Pianista forjado desde temprana edad en los concursos, tiene templado el nervio y controlada casi mecánicamente la pulsión. El compositor que convirtió al piano en el instrumento rey, el que inventó el concierto tal y como lo conocemos hoy, estuvo presente en su exigencia virtuosística, en su complicado diálogo con los solistas de las distintas secciones orquestales.
De Quirós Yazama fue valiente en la prueba de lucimiento pero ninguna emoción le inmutó sus largos dedos, sus manos de mariposa. Tenía su lección bien aprendida y así la expuso con perfección académica. Apenas se le torció ligeramente la pajarita en el transcurso del esfuerzo.
Personalizando a Beethoven
Tras Liszt, diez minutos de descanso. Coello se acercó al piano, para ajustar la afinación, prepararlo para el siguiente, para recomponerle antes del siguiente lance, como si acabara de salir al escenario.
El zaragozano Alberto Greer Menjón (1993) había elegido, como el otro finalista, el Concierto nº5 de Beethoven, el conocido como El Emperador, peligroso por popular. Entre las últimas citas cinematográficas, en la banda sonora de El discurso del Rey. La OSCyL lo interpretó hace quince días con Javier Perianes al teclado y Jesús López Cobos, a la batuta. Listón altísimo, pues.
Greer, más informal en la vestimenta, dio muestras desde sus primeros compases de ambicionar una lectura propia de la partitura. Pero aunque el poder viene precedido del querer, no siempre al querer le acompaña el poder. Dejó algunas huellas personales en ciertos momentos, logrando sus mejores matices en las escalas más altas.
Fue sin embargo Juan Miguel Moreno Camacho (1989) el más personal en su exposición. El malagueño tenía una idea de la obra y se dispuso a buscarla en el teclado. No tocó dando por sentada la seguridad procedente del ensayo y el trabajo.
Le acompañó la incertidumbre natural de quien sabe que la música es mientras se está haciendo, la que sale ante el público en conjunción con una orquesta a la que estuvo muy atento. Tuvo la osadía suficiente como para ensanchar los límites de la composición del de Bonn con unos rubatos muy personales, haciendo que la previsible melodía tuviera su misterio. No buscó la perfección, sino la musicalidad, lo que ya le había valido el premio a la mejor interpretación de música española el martes.
Galardones y aplausos
El jurado formado por el pianista Pedro Zuloaga, la compositora Teresa Catalán y los también pianistas Julián Martín , Ángel Damián, y Leslie Wright, apreció la expresividad del finalista más veterano. También el público. Así pues Juan Miguel Moreno Camacho se hizo con el primer premio (12.000 euros)y el premio a la mejor interpretación de música española (3.000 euros), a demás del galardón del público, que votó tras las audiciones. Antonio Bernaldo de Quirós se alzó con el segundo premio (6.000 euros) y Alberto Greer Menjón Bohanna, con el tercero (3.000 euros). La próxima cita, dentro de dos años, con las modificaciones incluidas en esta edición: se amplía la edad a 35 años para poder presentarse y el premio a la interpretación de música española está abierto a todos los concursantes.
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