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VICTORIA M. NIÑO
Lunes, 19 de enero 2015, 11:46
Lo que caracteriza a un músico, el instrumento con el que compone su estampa ante el público, es algo circunstancial. Se elige a edad muy temprana, pesando los deseos de la familia, la disponibilidad de material y profesores, los prejuicios sobre facilidades o dificultades técnicas. Pero aunque nada de lo dicho condicionara la inclinación, está la variable genuinamente musical, el sonido. El fagot, el chelo o la marimba son solo útiles para crear música a los que hay que dedicar tantas horas que se confunde el canal con el fin. Jokin Urtasun comenzó con el violín, estudió y habló a través de él durante casi dos lustros, sin llegar a identificarse con esa voz hasta que le sugirieron que la afinación que buscaba se correspondía con la viola.
Con ella hizo los estudios superiores, con ella llegó a la Sinfónica de Castilla y León en 2007 como colaborador y ganó su plaza en 2011. Cuatro cuerdas, tres de ellas correspondientes a las mismas notas, forma casi idéntica un poco aumentada en el caso de la viola y, sin embargo, el abrumador violín parece ensombrecer a su hermana mayor. «No cambié de instrumento, siempre busqué esa sonoridad, solo que no lo sabía. La principal es la producción de sonido, más costoso en la segunda. Les diferencia el rol que desempeñan en la orquesta. La viola es como el eterno secundario. Eres el nexo entre los que llevan la melodía, violines, y los bajos, chelos y contrabajos, el relleno de ese sándwich. Creo que hay algo psicológico en la elección del instrumento. Yo soy introvertido, tímido, quizá por eso prefiera ese papel», dice Jokin. «Por otra parte, el repertorio no tiene nada que ver. Las obras para viola buscan su timbre, su color, no tanto el virtuosismo o la brillantez como en el violín».
Ese timbre que Jokin anhelaba lo descubrió cuando se decidió a hacer los estudios superiores. «Tenía que comprar un buen instrumento, solvente. Empecé a probar violines siempre pedía que sonaran graves hasta que me animaron a probar una viola y me quedé con ella. Fui a Barcelona y encontré una buena profesora, Eva Graubin». Con esta letona, catedrática de la ESMUC, estudió Urtasun. «Cogía el autobús a la una de la madrugada, llegaba a las siete, desayunaba, iba a su casa, daba la clase y vuelta a Pamplona, rutina común en música».
Jokin y su hermano entraron en el conservatorio «para cubrir la carencia de mi padre, siempre le gustó la música pero no pudo dedicarse a ella y ahora, que se ha jubilado, estudia piano». El flautista lo dejó por el camino y el violista se convirtió en profesional. Terminó la carrera en Barcelona, siguió estudiando en San Sebastián y en Francia. Estuvo contratado en la Orquesta de Navarra y en la de Euskadi. «Empecé en seguida a trabajar, siempre te queda la duda de si debiera haber ido fuera pero desde que me contrataron en Valladolid, he pedido clases a varios compañeros. Aquí hay gente muy buena que te lleva a desear tocar como ellos. La orquesta ha sido mi revulsivo que me ha obligado a estudiar y trabajar más».
El joven andarín comenzó en la OSCyL con un programa dirigido por Petrenko para el Festival de Ópera de La Coruña. «Tuve suerte de comenzar en esa circunstancia. Estuvimos quince días conviviendo en el hotel y eso ayudó a integrarme rápidamente».
Ha conocido la última temporada de Alejandro Posada, el sonido del auditorio desde el comienzo y la etapa de Bringuier. «Llega un momento en el que hay que probarse. La audición no sabes cómo será hasta que no la haces. Es más que el momento de tocar, hay una preparación previa». Lleva ya siete años en Valladolid. «Lo mejor de la OSCyL es la diversidad de su repertorio. Al principio pensaba que, una vez pasado un tiempo de rodaje, podría vivir de las rentas, pero es imposible. Siempre hay algo nuevo y estimulante, ya sea un programa nacional como el polaco o venezolano, ya sea experiencias como la barroca con Il Giardino o contemporáneas». Y lo refrenda por comparación. «Colaboro con la Orquesta de Navarra y con la Nacional. Ahí te mides a ti mismo y comparas. La reacción de los músicos de aquí ante cualquier señal del directo y la calidad es difícil de encontrar».
Frecuenta la cámara con el Cuarteto Ribera. «Ahí no soy un tutti, mi papel cambia, no tengo que empastar, sino que soy una viola sola». También trabaja en música coral con Alterum Cor, formación residente del Museo de Escultura. Si la antigua le interesa por la intimidad, considera que la contemporánea otorga otra categoría a la viola «un instrumento con menos tirón». «En el siglo XX se ha dado una explosión de la viola cuando se ha buscado otra sonoridad más experimental».
Procedente de Ostiz, de la zona verde navarra, mantiene el gusto por las verduras. Aficionado de pequeño a cacharrear en la cocina y a ayudar en el huerto, acaba de agasajar a sus amigos con cardo. «Ha pasado tiempo suficiente para conocer gente fuera de la burbuja de la orquesta. Como sus admirados Tabea Zimmermann o Maxim Rysanov, está llamado a sacar a la viola de su condición de «instrumento de sombra», que decía Ligeti.
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