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Victoria M. Niño
Viernes, 31 de octubre 2014, 12:45
Flotaba en el ambiente cierta reverencia moral. La sala estaba casi llena, antes de que el Premio Nacional de Música le situara en la actualidad del miércoles y su rechazo le mantuviera el jueves en el candelero. Jordi Savall, la autoridad española de la música antigua, era esperado como intérprete pero aplaudido, antes de comenzar a tocar, como salvaguarda de la dignidad perdida en la vida pública nacional. Sin embargo, fiel a su estilo, Savall salió al escenario del Auditorio Miguel Delibes como si nada hubiera pasado, dejando ese ruido noticiero con el de los móviles, el de los coches o el de la música ambiental del hotel, todos fuera.
El maestro de Igualada comenzó su clase; la de ética ya está explicada, la de estética fue más honda y apasionante. Desde el primer momento entornó la puerta del tiempo y se llevó al respetable hasta el siglo XVII, pero no para habitar un tiempo que no es el suyo, sino para descubrir cuánto de aquellos pervive en nosotros, cuán poco son cuatrocenturias si lo que se transmite es eterno.
El programa Folías & Romanescas está confeccionado con mimo. Es un muestrario de cuatro cortes europeas y de algunos compositores más que coincidieron en el tiempo. El toledano Diego Ortiz es el más temprano, el único de la selección que compone en el XVI. Savall comenzó con una folía acompañado de Xavier Díaz-Latorre. Hicieron el silencio, barrieron las interferencias extramusicales.
Ydespués siguió solo el violagambista. Savall afronta el encuentro con el público como algo más que una exposición musical. Su música se explica, se cuenta, como las mismas partituras llenas de signos y apreciaciones del compositor, pequeñas guías aún sin sistematizar. Por eso cuenta que esa obra de Ortiz se escribe en 1553, en Roma, que forma parte de un tratado y que esas glosas son ejemplos de improvisación.
Savall abre otra ventana, la que libera a la viola da gamba de su condena a ser solo un bajo sostenuto, un bajo continuo. Lo demuestra con la obra de Tobias Hume, Musicall Humors, o cómo su instrumento, el que le entusiasmó a los 24 años tanto como para aparcar el chelo y empezar de cero, puede expresar el aire marcial, la trompeta o los tambores. «Esta obra fue publicada en 1605, en ella se indica por primera vez el pizzicato con la mano izquierda, cómo percutir el arco, es una música muy imaginativa de los tiempos de Shakespeare», explicaba Savall. Un paseo por las posibilidades de la viola da gamba.
Las jácaras de Gaspar Sanz para guitarra le dieron un respiro a Savall y sirvieron para alargar la estatura musical de Díaz-Latorre. El músico hizo filigranas sonoras como la taracea de su instrumento antes del primer Marais de la noche. El compositor francés es parada obligada y dejaron para el final las dos obras que ha popularizado Savall del compositor de la corte de Luis XIV.
Antes de abordar a Alfonso Ferrabosco, el maestro que atesora todos los honores de la cultura gala (incluido un cinematográfico, un Cesar), presentó a su viola, fabricada por un luthier inglés en 1697. «Tenía seis cuerdas pero se le añadió una séptima para poder tocar el repertorio francés. Tiene siete trastes, el fondo es plano y una constitución ligera. El arco se toca al revés para regular la tensión de las cerdas con los dedos. Debo que cambiar de afinación para la obra de Ferrabosco porque intenta que se toca la viola a la manera del laúd».
Tomó el revelo Díaz-Latorre con una exquisitez de Robert de Visée para tiorba, una Chacona. Y para acabar el prometido Marais, el de Les Voix Humaines y las Folies dEspagne. La viola puede ser chelo, puede ser castañuela y gaita, lo que quiera Savall. El público puesto en pie, la dignidad devuelta y repartida. Tres bises. El primero unas variaciones napolitanas que en México llaman El jarabe loco. Y todos quisieron más.
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