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Angélica Tanarro
Lunes, 29 de septiembre 2014, 18:01
Es muy fácil distinguir, entre los cientos de turistas y paseantes del fin de semana que llenan las calles de Segovia, a los espectadores tipo del Hay Festival. Un espectador tipo del Hay Festival anda apresuradamente de una sede a otra, de uno a otro escenario, ya sea jardín o salón de actos, iglesia o aula magna, va en grupo casi siempre y no suelta el mapa-programa que le ayuda a cumplir el itinerario si es forastero. No puede haber despistes pues quizá por cumplir el tópico de la puntualidad británica los horarios se suelen respetar. Un espectador tipo del Hay Festival puede, por otra parte, encontrar el hilo de Ariadna que dibuje el mapa de su experiencia, que será muy personal, pues uno de los atractivos de este certamen es que hay que elegir y descartar con dolor propuestas que son interesantes pero coincidentes. No hay dos festivales iguales para dos espectadores distintos y dentro de la propia elección las conexiones también dependen de lo que aporte cada escuchante con sus lecturas, sus prejuicios, sus filias y sus fobias.
Sin ir más lejos, ayer, durante la sesión de clausura, Juan José Millás, viejo conocido de esta cita otoñal segoviana, estaba poniendo la chispa de humor como si la organización le hubiera pedido que todo el mundo se fuera a casa con una sonrisa. Las carcajadas salpicaban la charla sobre su último libro, La mujer loca, una novela «rara» con vocación de antinovela, por la que se pasea un alter ego del escritor, una mujer que planea su suicidio, otra mujer, la loca, a la que asaltan palabras inexistentes y una aproximación al problema de la autenticidad y la copia. Y en un momento del relato que el autor iba haciendo de su metanovela, o de su novela con making off quedó flotando en el ambiente el asunto de si existen novelas necesarias y por qué.
Y así fue cómo en una de las muchas cartografías del Festival, el hilo de Ariadna llevaba a la sesión de la mañana en la que, en un tono muy distinto Gabriel Albiac, César Antonio Molina y Javier Gomá, habían reflexionado sobre el estado de la cultura en España. ¿Es real esa sensación de que la trivialización está llegando a extremos insufribles? ¿Es demasiado pesimista la visión de un país que está perdiendo pie en cuanto a referencias culturales que en un tiempo fueron inexcusables? ¿Cómo hacer frente a los contenidos cada vez más banales y alejados de la cultura de un medio masivo como la televisión? En el breve espacio de una hora larga los tres autores mostraron con más sintonía que desacuerdo su preocupación por el alejamiento de la cultura real de un público aparentemente muy informado que cree conocer lo que de verdad no entiende.
Aunque del vértigo de comprobar que el diagnóstico que de la cuestión hacia Larra en su época valdría casi al cien por cien para la situación actual vino a rescatarnos la poesía. En esta ocasión la de Fermín Herrero, último premio Gil de Biedma, que desgranó sus versos en el salón de actos del Museo Esteban Vicente, uno de esos ámbitos donde la palabra cultura tiene, como la poesía, esa dimensión de eternidad que reclamaban los arriba firmantes.
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