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Los primeros ejemplares de su manada fueron dos lobeznos de la sierra zamorana de La Culebra.

Un lobo con chaqueta fascinado por Castilla y León

En su localidad natal nació su pasión por la cetrería y en la sierra de la Culebra su amor incondicional por los lobos. Los parajes naturales de Castilla y León fueron sus escenarios favoritos para rodar halcones, buitres o cabras montesas

Liliana Martínez Colodrón

Sábado, 14 de marzo 2015, 09:33

La relación entre Félix Rodríguez de la Fuente y Castilla y León fue inevitable desde el mismo momento de su nacimiento. En la localidad burgalesa de Poza de la Sal, situada a 43 kilómetros al norte de la capital, nacía un 14 de marzo de 1928. El municipio, por aquel entonces, era famoso por sus salinas, que dieron esplendor a esta villa desde la época de los romanos. La importancia estratégica de la sal dotó al municipio de una muralla y un castillo necesarios para su blindaje ya desde la época medieval. Pero el amor de Félix a su tierra, y lo que le convirtió en el defensor de la naturaleza que siempre fue, había que buscarlo más allá de esas salinas privilegiadas y de ese casco urbano declarado actualmente como Conjunto Histórico-Artístico. El naturalista no era un hombre de piedras y murallas, de torres, fortalezas o yacimientos mineros. Sus pasiones eran las aves, los lobos, las nutrias, los osos pardos Especies animales que no faltan en la comunidad que le vio nacer y en la que descansan sus restos.

El rechazo de su padre a la escolarización temprana convirtió a Félix en un niño amante de las excursiones y de la observación de las animales. En uno de los paseos por los campos de la zona de La Bureba observó como un halcón capturaba a un pato y, en ese momento, comenzó una fascinación por la cetrería que le acompañó durante toda su vida. Esta pasión le hizo abandonar prematuramente su profesión de médico odontólogo y le abrió las puertas de Televisión Española, de la fama y de la posteridad.

Su relación con Castilla y León continuó en su etapa universitaria. Se licenció en Medicina en la Universidad de Valladolid, aunque tal vez los anidamientos de garzas del Duero y del Pisuerga despertaron en él más interés que los estudios que realizó empujado por su padre, que veía con desconfianza los anhelos ecologistas de su hijo.

A Valladolid regresó en varias ocasiones más después de cambiar su bata de dentista por la mochila de aventurero. En 1977 fue invitado de honor de la Feria de Muestras de Valladolid en un acto en el que, según recoge El Norte de Castilla, «dio una estupenda conferencia y habló, a sus amigos los niños, de sus otros amigos, los animales». Ese día aceptó que llevara su nombre el concurso anual de periodismo que convocaba por aquel entonces la institución ferial.

Aglomeraciones en el Aula de Cultura

Unos años antes, en 1969, había participado en el Aula de Cultura del diario decano de la prensa española. «Fue un verdadero problema intentar acomodar a los asistentes», publicó el periódico en la crónica de la charla, pidiendo además disculpas «por las molestias que la aglomeración produjo». Félix Rodríguez de la Fuente despertaba pasiones en sus intervenciones, entrevistas, charlas y conferencias. La de Valladolid el diario la califica de «brillantísima»- se tituló Caín y Abel (por la relación entre los carnívoros y los herbívoros) y estuvo dedicada en su mayor parte a sus experiencias con los lobos y en cómo llegó a convertirse en el macho alfa de una manada que había iniciado con dos cachorros que procedían de la sierra de la Culebra de Zamora. «Soy el primer lobo con chaqueta a quien ama una loba», explicó.

El hijo más ilustre de Poza de la Sal manifestaba con orgullo su procedencia burgalesa y castellano y leonesa. Como no podía ser de otra forma, utilizó los parajes naturales de esta comunidad para el rodaje de su serie El Hombre y la tierra: las cabrs montesas de la sierra de Gredos en Ávila; los halcones peregrinos, buitres leonados y el águilas reales del Parque Natural del Caño del Río Lobos, en Soria; las garzas reales, las cigüeñas negras y los martines pescadores de la laguna palentina de La Nava, o los buitres de las hoces del Riaza, en Segovia. Allí creó, en 1974, el Refugio de Rapaces de Montejo de la Vega, con una superficie de 2.100 hectáreas y que cuenta con mil ejemplares de buitres leonados que conviven con otras aves como el alimoche común, el águila real, el halcón peregrino, el búho real, el cernícalo vulgar o la aguililla calzada y la culebrera europea; así como otras 300 especies entre las que destacan la alondra de Dupont, el desmán del Pirineo o la nutria.

En Poza de la Sal fueron enterrados inicialmente sus restos, pero por deseo de la viuda se trasladaron al cementerio de Burgos en junio 1981. Allí descansan desde entonces, en el territorio que le inspiró y que le sirvió tantas veces de escenario, que le impulsó a entender el verdadero sentido de la armonía entre el hombre y la tierra.

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