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Campofrío, del miedo a la esperanza

Cuatro historias, cuatro tragedias que se tornan en ilusión. Repasamos con los protagonistas la incertidumbre que les rodeó desde el día que vieron arder lo que era el sustento de sus familias

María Orive

Sábado, 29 de noviembre 2014, 11:09

«Entre todos, vamos a hacer que lo que se quemó hace unos días florezca en 2016 con mucho más esplendor», apuntó el presidente del comité de empresa de Campofrío, Hilario Sánchez, tras la reunión (una de tantas) que los representantes de los trabajadores mantuvieron en el Ayuntamiento de Burgos. El incendio de hace justo una semana arrasó en menos de tres horas la planta burgalesa de Campofrío. Y, en menos de ese tiempo, los empleados ya eran conscientes de la magnitud de la tragedia.

A las puertas de la fábrica del polígono Gamonal-Villayuda, viendo cómo se quemaba su lugar de trabajo, ya se podían ver rostros llorosos, preocupados, intranquilos. No era para menos. Fueron momentos dramáticos; el fuego se estaba llevando sus sueños más próximos.

lanta, se me hundió el mundo, vi un agujero muy negro», recuerda Gustavo de la Cruz (38 años) que ha trabajado cerca de 20 años en dos etapas en Campofrío, tanto en la planta que la compañía tenía en el barrio de Gamonal como ahora en la fábrica de 1997. «Fui un privilegiado, una suerte, con la tranquilidad de tener un sueldo fijo, así que decidimos casarnos y tener una hipoteca», relata este trabajador de la sección de Secaderos de la planta del polígono de Gamonal-Villayuda. Los momentos vividos el domingo 16 los recuerda como llenos de incertidumbre, de intranquilidad, de ansiedad.

Sus sueños eran devorados por el fuego y con ellos, el miedo con dos hijos (Rubén, de 6 años, y Jimena, de 2) y una hipoteca. «¿Y ahora qué hacemos?», se preguntaba hace siete días. Sin embargo, «llegó el lunes y oímos al presidente, Pedro Ballvé, que su compromiso es que la planta se vuelva a hacer aquí en Burgos», anota este trabajador de la compañía y eso «fue la mejor vitamina que nos han dado, una inyección de ánimo muy grande». Es más, apunta que «si este señor nos está apoyando, nosotros tenemos que apoyarle. Al igual que antes hemos trabajado para él, ahora que el obrero tiene problemas, está con nosotros».

Su mujer, Beatriz Recio que tiene ahora 34 años, 16 de ellos en Campofrío ahora mismo en la sección de Cocidos, en el mismo sentido, afirma que «el presidente me da muchísima confianza, para nosotros la figura de Ballvé es muy importante». Ella señala que, al enterarse de la noticia vía el whatsapp de su marido que no hacía más que pitar el domingo por la mañana, «pensé que era una pesadilla», que confirmó cuando abrió las ventanas de su casa. De hecho, afirma que no lo ha «asimilado todavía. Voy a las concentraciones que realizamos todos los días y procuro ponerme de espaldas. No quiero verlo». Y es que asegura que es como «ver tu futuro, tu presente y tu pasado».

Porque la familia de Beatriz ha sido siempre de Campofrío. «Mi vida siempre ha estado vinculada a la fábrica. Aquí ha trabajado mi padre que está prejubilado y trabaja mi hermano», recuerda. También la de su marido, con «mi difunto padre, mi madre, mis tíos han trabajado aquí e iba a la guardería de la empresa» y añade: «Somos la generación de Campofrío. Cuando muchos no podían ir a la guardería, nosotros íbamos allí y llegaban los Reyes Magos a la factoría y nos traían regalos».

De momento, «nos vamos al Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) planteado, aunque yo tengo la esperanza de que me recoloquen, que me digan a Soria o a Madrid, pero pensamos que primero van a tirar de la gente que no tiene paro», piensa en alto Gustavo de la Cruz. Una idea que su mujer confirma: «Dejaría aquí a mis hijos, con mis padres, por ejemplo, para no cambiarles de colegio, y me iría». Si la opción fuese cualquiera de los centros que Campofrío tiene en alguno de los otros países de Europa, «me trasladaría solo», dice el marido. Pero es que «es pan, e hipoteca, y vivir, y comer, y calzado, necesitamos trabajar», subraya.

En cuanto a la confianza en las administraciones, Gustavo apunta que quiere creer. «Las palabras son todas muy bonitas, pero se las lleva el viento, mejor todo por escrito», destaca. Por el momento, «todas las instituciones bien», pero «somos 900 personas, 900 familias, y que las ayudas no nos duren cuatro días». También recogen con optimismo el anuncio del Ayuntamiento de comprometer 11 millones de euros con la compañía, tanto en la licencia para levantar la nueva planta como en bonificaciones de impuestos. Y, además, «¿buscar trabajo para tantas personas en Burgos?», se pregunta Gustavo de la Cruz. «No lo hay», concluye.

«La colocación de la primera piedra será fundamental, no para mí, que ya estoy prejubilado desde hace dos años, sino para toda la gente joven que trabajaba en la planta de Campofrío», anota Marcos Santamaría, de 62 años, con una antigüedad en la empresa de 45. En el fondo, es un sueño para él que, desde el domingo, apenas puede conciliar el sueño pensando en la fábrica a la que ha dedicado su vida.

Quizás es de los menos afectados en el plano económico por el incendio. Sin embargo, su rostro mirando la planta de La Bureba en el polígono Gamonal-Villayuda de la capital burgalesa completamente arrasada, antes de hablar con él, lo dice todo. «He estado más tiempo aquí que en mi casa, por lo que, con el fuego, se marcha mi vida, que ha sido Campofrío», explica el padre de Lorena Santamaría que ha sido ella la que le ha convencido para que cuente su experiencia a El Norte de Castlla.

«No te puedo explicar lo que es Burgos sin esta empresa, porque siempre he vivido en Burgos», apunta Marcos Santamaría, que añade que «da riqueza a la ciudad y ahora se va a ver». Y así, señala que cerca de 15.000 personas, solo en la capital burgalesa, se pueden ver afectadas tras el siniestro del pasado domingo. «Solo con lo que es Campofrío aquí, sin contar el resto de la cadena del sector, como agricultores o ganaderos», anota.

«Después de las palabras de Pedro Ballvé, el lunes, tengo confianza con él, hemos coincidido varias veces aclara, y en él, y también en las palabras de todas las administraciones», señala. «Han sido grandes apoyos», recalca.

Desde 1969 ha trabajado en la compañía, «muy involucrado», destaca. Cuando recuerda sus orígenes, le cambia la cara. Mucho más alegre que las últimas imágenes de la factoría que le vienen a la mente. Aquellos primeros años de la empresa en la que trabajó, como una época en la que Campofrío renovó a la gente. «Éramos todos muy jóvenes y fueron años muy bonitos», subraya, «salíamos de trabajar y nos íbamos todos juntos a jugar al fútbol o a tomar algo». Eran otros tiempos.

Marcos Santamaría señala que, en cuanto a la juventud de la plantilla, era casi como ahora. «El otro día me comentaron que la media de edad estaba en 37 años, con un 95% de jóvenes entre 30 y 35 años», destaca, así que «cuando nos jubilemos los que quedamos, pues la media es de 30 años». Y, precisamente, entre esos jóvenes, se encuentra su hija, Lorena Santamaría. «Apoyo a todo el mundo, pero especialmente a ellos, que quien no tiene una hipoteca, tiene dos», subraya.

Jairo Manzano, de 26 años, lleva ocho trabajando en Campofrío. Los dos y medio últimos como indefinido. «Tuve la oportunidad de entrar indefinido cuando estaba estudiando Comunicación Audiovisual en la Universidad de Burgos y no lo dudé», explica, antes de añadir que «si tardo un año más en acabar la carrera, pues un año más, pero era la seguridad que daba Campofrío en Burgos». Ahora hace justo doce meses se compró una vivienda el 8 de noviembre de 2013 y, aunque la hipoteca es «pequeña», afirma, «yo no voy a poder estar todo el tiempo cobrando el paro», así que «tengo que moverme», aunque «tengo la ayuda de mis padres y mis propios ahorros». Por lo tanto, «me iría donde sea», subraya preguntado por la posibilidad de marcharse a cualquier planta de la compañía a nivel nacional o internacional.

Este burgalés también tiene a media familia trabajando en Campofrío: a su madre, a su hermano como eventual para la campaña navideña, a dos de sus tíos y muchos primos que han pasado por la fábrica en algún momento de sus vidas. Por lo tanto, «ahora la incertidumbre» es la sensación que predomina. «Siempre hay un pensamiento negativo, por muchas noticias positivas que nos lleguen en poco tiempo», afirma Jairo Manzano.

«Se nos está haciendo el tiempo eterno, sin dormir, he adelgazado dos kilos, y hay muchas incógnitas que se tienen que resolver, muchas», señala, aunque sabe que aún es pronto para saber qué se puede decidir.

Jairo Manzano recuerda el domingo pasado como uno de los peores días de su vida. A las 8.30 horas, cuando recibió los primeros mensajes comunicándole el incendio, no se lo creía. «Pero a medida que iba por la calle Vitoria y veía el humo, estaba claro», explica. Asimismo, señala que «no podía ni describir verbalmente lo que estaba viendo, solo hacer fotos». Una semana después, «todavía no lo he asimilado».

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