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CÉSAR BLANCO
Martes, 6 de mayo 2014, 19:10
Segovia es una caja de resonancia. En cada pared de piedra, bajo las cornisas, detrás de las tapias de los huertos vibra una llamada. La capilla del Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente encierra en una burbuja con cinco puntos de sonido el pálpito sonoro de la ciudad cuando la urbe moderna calla. El técnico Carlos de Hita es el autor de esta instalación. Quita las capas del ruido cotidiano, busca el vacío y obliga a transitar por territorios lejanos en el tiempo, como expone en la presentación de este proyecto. Si el fotógrafo y pintor, José Manuel Ballester, pone la luz a la Segovia oculta en la exposición Umbrales de silencio, De Hita pone toda una colección de sonidos a ese recorrido silencioso que descubre con una mirada renovada la urbe escondida de la cotidianidad.
Son los latidos sonoros de la capital. Es un trabajo «hecho con nocturnidad y a base de tremendos madrugones» para limpiar de interferencias la esencia. El montaje se abre con el goteo del agua en una cavidad. El tiempo de reverberación de cada gota explora la profundidad, el tamaño. A continuación, Carlos de Hita sigue en su grabación el borboteo del agua de la fuente que rellena el silencio del claustro del convento de San Vicente.
En ese vacío al que se lanza el autor suenan también las resonancias de los cantos de los mirlos, zorzales, pitos reales, oropéndolas, vencejos y colirrojos balo el dosel arbóreo de la Alameda de Parral. Es un día de tormenta. El trueno sigue al rayo, el sonido sigue a la acción. Y cuando llega al oído lo hace cargado de información y detalles que determinan distancias y geometrías sin líneas.
Un zumbido profundo emerge del fondo de la Catedral, sacudida por el viento. Tañe la campana del reloj y a su alrededor se arremolinan todas la campanas de la ciudad. Este recorrido sonoro termina con la quietud del amanecer en la plaza de la Trinidad, donde se escucha el crotorar de cigüeñas en los tejados y por cuyos muros se cuelan cánticos de oración. La miniatura sonora concluye con el paso del día a la noche en las huertas de San Lorenzo, hora de grillos destemplados, mochuelos, autillos y alcaravanes hasta que sale a escena el canto del ruiseñor, explica De Hita.
Adentrarse en el vacío
Esta colección de reverberaciones y ecos laten por debajo del ruido cotidiano y envuelven al espectador que se sitúe en el centro del presbiterio de la capilla del museo segoviano. Lo que ha hecho el creador es quitar las capas de ruido que ensucian la esencia sonora de la ciudad y mostrar ese pálpito natural «para adentrarnos en cómo habla el vacío y ver cómo se percibe», tal y como ha señalado la directora del centro, Ana Martínez de Aguilar.
Esta instalación, bautizada como 'El eco en una ciudad de piedra', se ha creado para complementar la exposición 'Umbrales de silencio' del Museo Esteban Vicente. La iniciativa está arropada por un ciclo interdisciplinar en el que se aborda el silencio y el vacío desde distintas ópticas: desde el psicoanálisis o la física al cristianismo. La dirección planteó el proyecto sonoro con Carlos de Hita como un desafío para «contar el vacío a través del sonido», revela el autor, quien pone así la «bando sonora» a la muestra fotográfica sobre la Segovia oculta realizada por José Manuel Ballester. Este montaje, al igual que la exposición, permanecerá abierta al público en la capilla del museo hasta mediados de septiembre.
Este martes, las sesiones de conferencias organizadas por el Esteban Vicente alrededor de este proyecto continuarán con la charla que ofrecerá el propio Carlos de Hita sobre esa caja de resonancia que es la ciudad antigua de Segovia.
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