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Ejemplares del tomate rosa de montaña cultivados en La Puebla de la Fontova. / Javier Selva
Proyecto pionero

El regreso del tomate rosa

Un pequeño pueblo del Pirineo de Huesca se vuelca en la recuperación de una sabrosa variedad de montaña

Borja Olaizola

Lunes, 28 de abril 2014, 13:48

Es un tomate grande y hermoso pero tan delicado que su comercialización a gran escala resulta una empresa arriesgada. «Recién cogido de la mata es impresionante, te lo comes con los ojos, pero en cuanto se guarda en cajas y pasan unos cuantos días se afea aunque sigue siendo muy sabroso». Javier Selva no es hortelano pero habla del tomate rosa de montaña como si no hubiese hecho otra cosa en la vida que cultivarlo. Selva, un sociólogo metido a trotamundos nacido en la localidad albaceteña de Hellín hace 51 años, es el alma de un proyecto muy peculiar: recuperar una variedad de tomate propia de La Puebla de la Fontova, en el Pirineo de Huesca, y darle viabilidad comercial.

La idea de revitalizar un cultivo que estaba casi abandonado por la hegemonía avasalladora del tomate industrial, ese que nunca pierde su buen aspecto pero que tampoco sabe a nada, tiene mucho de quijotesca. «Estoy convencido de que si conseguimos sacar adelante esto vamos a sentar las bases de un modelo de explotación que se puede aplicar a otros muchos productos locales y que puede ser la salvación de infinidad de pueblos del Pirineo condenados a la despoblación», comenta el sociólogo con entusiasmo.

Selva ha sabido transmitir su energía no solo al centenar de vecinos del pueblo, situado en la comarca de la Ribagorza, en la zona del Pirineo oscense fronteriza con Lleida, sino también a un grupo de unos 150 colaboradores de otros lugares que han realizado pequeñas aportaciones de capital hasta reunir un total de 5.000 euros para llevar adelante la empresa. «Hay de todo, desde franceses a madrileños pasando por vascos, catalanes y holandeses, y algunos vienen también de vez en cuando a echar una mano en las tareas del campo». Los habitantes de La Puebla de la Fontova se han contagiado de la vitalidad del sociólogo y han cedido una parcela de 2.800 metros cuadrados para la plantación. También han prestado su apoyo en la construcción de invernaderos, los primeros que se ven en la comarca, y, claro está, han proporcionado las semillas del tomate rosado de montaña que guardan cada temporada para sus pequeños cultivos familiares.

Planta alpinista

La experiencia no está exenta de dificultades. Las heladas tardías han acabado con la mitad de los plantones que habían germinado en primavera y los vendavales se han llevado por delante los plásticos del invernadero. «El tomate de montaña tiene estas cosas, hay heladas, granizo, vientos fuertes... Por eso me gusta el proyecto, porque es original, difícil, arriesgado, un tomate un poco alpinista», bromea Selva. El sociólogo estima que en verano, cuando la plantación esté a pleno rendimiento, habrá unas 4.000 matas. «Calculamos que podremos producir unos 15.000 kilos de tomates; estamos trabajando los circuitos de distribución para hacernos con una red en las principales ciudades, Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Bilbao... En Madrid estos tomates se llegan a vender a 10 euros el kilo y nosotros planeamos sacarlo a 3 euros, creemos que hay mercado para un producto de calidad».

El tomate de La Puebla de Fontova, que se ubica a más de 700 metros de altura, es una subvariedad del rosado que se ha aclimatado al áspero clima de las estribaciones pirenaicas. El rosado, que tiene presencia con una u otra denominación en toda la geografía ibérica, es un tomate exquisito, carnoso y de piel muy fina que tolera bastante mal el almacenamiento y el transporte por su delicadeza. Como hortaliza, sin embargo, es infinitamente más sabrosa que las variedades de cultivo mayoritario, en las que prevalecen atributos como la resistencia a las enfermedades, la piel gruesa para que no se deteriore en el traslado y, sobre todo, la conservación con buen aspecto durante semanas.

El proyecto, que se aglutina bajo la marca ... que te quiero verde, ha suscitado gran interés en cooperativas de consumo y usuarios sensibilizados con el origen de los alimentos que llevan a su mesa. «Si sale adelante puede abrir una nueva vía para la recuperación de las comarcas rurales mediante un modelo de explotación basado en la calidad y el respeto a los cultivos tradicionales», observa el sociólogo Javier Selva, que no descarta la creación a futuro de una cooperativa agrícola.

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