Solemne compromiso para toda la vida
En el convento de las Dueñas conviven 32 monjas que formaron parte de distintas comunidades
JORGE HOLGUERA
Lunes, 7 de abril 2014, 15:11
En el centro de Salamanca, tras los robustos muros que rodean el monasterio de Nuestra Señora de la Consolación viven 32 hermanas dominicas de clausura. Es la comunidad de vida contemplativa más numerosa de la ciudad.
La última incorporación se produjo hace casi un año con la llegada de doce hermanas procedentes del Monasterio de Santa Catalina de Siena en Valladolid.
Hay quien puede decir que son tres comunidades en una, porque anteriormente años antes ya recibieron otras ocho hermanas procedentes del Convento de la Encarnación de Lejona en Bilbao.
Sor Cristina es madrileña de nacimiento pero ha pasado gran parte de su vida en el monasterio de Santa Catalina de Siena.
En alusión al proceso de adaptación considera que ha sido muy bueno pero no deja de caer en la nostalgia. «Dejas tu casa en la que has vivido tantos años», dice. Además, explica que en su caso el mal es menor porque dice: «yo solo he vivido 20 años en el convento de Valladolid, pero las que dejan su casita de 50 años lo pasan bastante mal». Explica que aparte de dejar los muros, el pasillo, las habitaciones, también es dejar una forma de hacer las cosas, es abandonar el entorno de benefactores, de amigos, aclara que la comunidad ha creado muchos lazos con la gente durante todos esos años.
Su experiencia se convierte en sabiduría, cuando dice que «cada monasterio tiene un estilo de vida, una forma de ser, no todas somos uniformes», dice. «Bueno uniformes sí, son iguales todos los que llevamos», bromea. «Cada comunidad tiene una historia, tantos siglos de historia van marcando un estilo», explica.
Este estilo de cada convento juega un papel muy importante en la adaptación de nuevas hermanas y que ellas se encuentren agusto en la comunidad. De hecho la comunidad es uno de los aspectos más importantes en esta orden.
En el caso de Sor Cristina este aspecto fue el que la hizo llegar a Valladolid, porque después de probar en un monasterio de su ciudad natal, Madrid, cambió precisamente por esa cuestión.
«Todas las que vivimos aquí estamos agusto, sino sería muy difícil», aclara.
A parte de la personalidad propia de la comunidad, otro aspecto que condiciona el funcionamiento de cualquier monasterio y las costumbres del mismo son los horarios. Estos giran en torno a la oración.
En esta comunidad, en concreto, tienen media hora de oración a las 7 horas, a las 8 horas eucaristía y oración, continúan la mañana con el desayuno. A partir de ahí, toda la mañana es de trabajo hasta las 12:40 horas.
Obrador de repostería
Tienen obrador de repostería, al que no se dedican todas las hermanas, porque muchas de ellas son mayores y ya no trabajan, y las otras se dedican a cuidar de las que precisan de atención. Su jornada laboral se destaca por el silencio, no un silencio estricto sino «racional», en el que cabe hablar en bajito, si es necesario, «nada de señas ni cosas raras», aclara Sor Cristina.
Al terminar los trabajos rezan el rosario y sexta del oficio divino. Posteriormente van a comer y salen un rato al recreo, cada una lo dedica a lo que quiere. Hasta las 15:30 horas tienen tiempo para descanso o siesta. Hacen Oficio de lectura sinona y tiempo libre hasta la noche. Sor María Dolores explica que cada una dedica el tiempo libre dependiendo de sus preferencias. «Cada una puede ser un poco ella misma, puede dar un paseo, escribir una carta», dice. Las tardes suelen aprovecharse para el estudio, además reciben lecciones, una vez por semana de los frailes. La formación es otro de los fuertes de estas religiosas.
El día termina con canto de vísperas y una hora de silencio, meditación, a partir de las 8:45 horas. Es una vida muy ordenada y tranquila, «por eso tenemos pocas arrugas», bromea Sor Cristina. Todo el día está estructurado en torno a la oración que es el objetivo principal y el alimento esencial de las personas eligen la vida contemplativa.
Las hermanas dominicas de Salamanca están en la ciudad desde 1419 y se distinguen por su humilde forma de vestir, un hábito blanco, túnica blanca ceñida con cinturón, con el rosario colgando del cinturón y un escapulario, algunas llevan toca y otras no y el velo negro. Todas ellas tienen alianza, la que tomaron cuando se comprometieron a los votos solemnes. En el caso de las órdenes dominicanas es uno, el de obediencia, que integra a los otros dos, pobreza y castidad, a los que se comprometen expresamente en el resto de congregaciones.
Un noviazgo muy largo
Los votos solemnes son a los que se compromete una monja hasta la muerte cuando ha pasado el proceso de seis años y medio de integración en la comunidad. «Es un noviazgo muy largo», explica Sor Cristina. En este periodo las hermanas tienen tiempo para «pensarse las cosas muy bien y tomar una decisión muy meditada y voluntaria».
Sor María Rosa, la priora, explica que antes de iniciar ningún compromiso ofrecen a las chicas la posibilidad de realizar una experiencia de unos días, para que vean un poco en qué consiste la vida en comunidad, salgan fuera y piensen si es realmente lo que quieren.
El primer paso formal por el que han pasado todas las hermanas del monasterio fue el postulando, con una duración de seis meses. Aquí la aspirante a monja está en el noviciado donde siempre hay una maestra que la va explicando la vida en comunidad, tiene sus ratos de formación y va haciéndose a la vida en comunidad.
Las hermanas explican que antes las novicias se formaban a parte de la comunidad, pero ahora, como suelen ser escasas, están con el resto de las integrantes desde el principio.
El segundo paso es el noviciado, que comienza con la primera ceremonia en la que, la nueva monja, toma el hábito y un velo blanco. En este momento, «empiezas a vivir más obligada, más en serio lo que es la vida nuestra», explica Sor Cristina. Durante esos dos años se adquiere la formación relativa a lo que es la vida dominicana, contemplativa, la oración, la liturgia, se recibe una formación teológica. La persona va madurando, dependiendo del monasterio, se integran en el trabajo.
El tercer paso es la primera profesión, en la que se celebra una misa y el compromiso con los votos es temporal por tres años. En ese momento se cambia el velo blanco por el negro, en alusión a ese compromiso. Se producen la integración en la obligación, «ya no es solo ver».
La segunda profesión es la renovación de votos temporales por un año más, es cuando se produce una integración completa en la comunidad y se deja de depender de la maestra.
Los votos solemnes llegan con otra ceremonia, en la que la nueva monja promete obediencia a la Virgen, a Santo Domingo, al padre maestro de la Orden de los Dominicos, a la priora y a sus sucesoras.
En las órdenes religiosas de clausura hay rigurosidad, pero cierta permisividad. En casos de ser necesario acudir al médico o hacer cualquier tarea necesaria que no sea ociosa, las religiosas pueden salir a la calle. También pueden acudir a cuidar a sus padres enfermos en caso de ser necesario y a ciertos funerales.
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