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Quique González durante el concierto./ R. Otazo
Quique González inunda Valladolid de su sonora rotundidad
MÚSICA

Quique González inunda Valladolid de su sonora rotundidad

El rockero madrileño reunió ayer a 500 personas en la Sala Blanca del LAVA en la segunda cita de la gira ‘Delantera mítica

VIRGINIA T. FERNÁNDEZ

Domingo, 23 de marzo 2014, 11:45

Recuperado de su corte en la mano, llegaba en plena forma. Lo dijo nada más empezar, que iba a ser una cita especial. Valladolid ha tenido el privilegio de ser testigo de uno de los primeros conciertos de la última gira de Quique González y serlo, justo un año después, en el mismo lugar, el Laboratorio de las Artes, de una segunda cita con el madrileño ya con la batería de temas de su último tour muy rodada. Entonces y ayer salió bien parado. Hubiera sido extraño otro resultado. Su pequeño ejército de seguidores agrandado a pasos lentos pero certeros en la última década, sabe que el músico sale a escena, y sale casi siempre con la partida ganada.

A pocos minutos de las diez y media, Quique González abría el festival Valladolindie en su vigésimo aniversario. 500 almas vivieron con energía la rotundidad sonora que viene siendo habitual en una gira muy eléctrica. Con Delantera mítica el madrileño presenta el disco homónimo (el octavo de estudio) y continúa en la vereda de Daiquiri blues: raíces folk americanas bien mullidas con letras muy alejadas de la simpleza imperante en los canales comerciales.

Ya muy escuchado el último disco, era lógico regodearse en él. Sonaron casi todos sus temas, empezando por La fábrica, Parece mentira y la mordaz ¿Dónde está el dinero?. Como siempre, el paseo por lo más popular no se hizo esperar. Primeros coros en Caminando en círculos, y a partir de ahí, intensidad creciente. Imprescindible la versatilidad que dan las cuerdas al sonido de esta gira. Sobre una sólida base rítmica, el violín de Edu Ortega ofreció algunos bocados sabrosos desde Cuando estés en vena y No encuentro a Samuel.

Parece demostrado que Quique González genera devoción entre sus fieles. Ayer pudo comprobarse en el ambiente (muchos «¡Grande, Quique!»), con un público entregado, que igual de rendido seguía vibrante el ritmo pausado de Palomas en la quinta que se mostraba eufórico con Hotel Los Angeles (última antes de los bises) o coreaba viejos himnos como La luna debajo del brazo y La ciudad del viento. Algo críptico cuando compone, parece que engancha de verdad el rockero con su sonido a viejo Cadillac surcando el horizonte abierto de la gran estepa americana, a callo en el corazón a fuerza de noches solitarias en vela en moteles de carretera. Mucho de esto se respira en sus discos y algo de ello se vivió en el LAVA. Valladolid lo agradeció sin límites. Un año después.

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