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JESÚS BOMBÍN
Miércoles, 12 de marzo 2014, 22:27
Detrás del solitario oficio de escribir hay un montón de acompañantes. Por el seminario 'Vivir de la literatura' que organiza la Cátedra Miguel Delibes de la Universidad de Valladolid pasaron ayer la novelista Belén Gopegui y el crítico y editor Constantino Bértolo en una mesa coordinada por el profesor de Literatura José Ramón González.
«Los autores han incorporado el marketing a sus poéticas», disparó Constantino Bértolo. «Su imaginación se ha visto invadida por la regla de que deben vender, de hacerse un lugar en el escaparate, y no digo que sea bueno ni malo». En su opinión, la debilidad del mercado español propicia el exceso de títulos. «Se publican muchos libros para tener más oportunidades de que uno funcione», apuntó.
Belén Gopegui contó cómo en sus inicios logró publicar su primera novela en Anagrama gracias a la ayuda de Carmen Martín Gaite y cómo, además de las 250.000 pesetas que cobró en 1993 por 'La escala de los mapas', sacar el libro al mercado le abrió otras ventanas contiguas al mundo de la escritura. «Tuve buenas críticas», recordó la autora madrileña, quien incidió en cómo el efecto de Internet ha modificado algunas perspectivas en el ámbito literario. «En ocasiones me sirve más un comentario favorable a mi novela en un blog de la Red que la reseña de alguien con nombre».
Para Constantino Bértolo la crítica se ha convertido en «un apéndice publicitario de las editoriales y en ellas hay una serie de variables que incluyen porque estamos en un mercado; son una plataforma de publicidad». Con todo, y pese a los concienzudos estudios de mercado y campañas publicitarias, admite que persisten enigmas: «Si en España se publican ocho mil novelas año ¿por qué elegimos entre doscientas?, ¿cómo sabemos de la existencia de la que finalmente leemos? ¿cuánto hay de espontaneidad en la elección y cuánto obedece a influencias del marketing?, ¿Se vendería más la obra de Samuel Beckett con mercadotecnia?».
A la complicidad con los lectores se aferra Belén Gopegui, imaginándolos como una comunidad para la que escribe, más allá de que la industria de la cultura «empaquete nuestras palabras, porque antes los autores hemos decidido qué historia hacemos, tenemos esa responsabilidad, no hay que olvidarlo».
A esta idea respondió el editor de Caballo de Troya ironizando sobre el «idealismo» de los escritores, «que escribís textos, pero los lectores leemos libros, que no hacen los escritores con su dinero. Como editor haré un comentario cínico: sé que en España hay seis mil tíos en su casa trabajando gratis para mí; los libros cuentan historias que sirven para entretenernos, para hacernos perder el tiempo o para interrogarnos y yo no publico textos, publico libros». Replicó Belén Gopegui que «aún no ha llegado el día en que sean las editoriales las que escriban un libro; en el acto de escribir hay una responsabilidad inmensa que a mí me ayuda».
Bértolo contó cómo en su faceta de crítico sabía, «sin que nadie me lo dijera», donde estaban los difusos límites de la crítica literaria. «El mundo de la literatura es un campo minado donde se erosionan las responsabilidades», comentó en alusión a que no se compran críticos para que hablen bien de una obra con un sobre repleto de billetes. Habló de otros territorios de recompensas en los que «hay premios, jurados, conferencias y un sinfín de oportunidades» conseguibles si se siguen ciertas normas no escritas y sí intuidas. «Hay también una amenaza de invasión de intereses espúrios en la Universidad y en la crítica académica, cuando se eligen determinados autores para las tesis o se silencia a otros», zanjó.
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