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Antonio Colinas, en una calle de Salamanca. / Ángel Almeida
«El desprestigio de la política tiene fundamento: hay mucha hipocresía, incumplimiento y agresividad»
Un mundo que agoniza

«El desprestigio de la política tiene fundamento: hay mucha hipocresía, incumplimiento y agresividad»

Antonio Colinas, poeta

Vidal Arranz

Sábado, 1 de marzo 2014, 11:33

Es Antonio Colinas un hombre afable, delicado y cordial, de esos que tratan a sus semejantes como tales, y que no renuncia a estar en el mundo y a tener una opinión sobre la realidad. Pero, por encima de todo, este leonés de La Bañeza, afincado en Salamanca, es uno de los más grandes poetas españoles, como acreditan el Premio Nacional de Literatura, el Premio de la Crítica o el Premio Castilla y León de las Letras, entre otras muchas distinciones. Hombre de vasta cultura y gran conocedor de la literatura italiana (ha traducido a Leopardi y Quasimodo) es Colinas, además, un gran ensayista y un espíritu libre y heterodoxo. Una prueba: acaba de reunir su poesía en Obra poética completa y ya tiene listo un nuevo libro.

-El mundo es un libro abierto que hay que leer, afirmaba un sabio sufí. ¿Qué lectura hace usted de nuestro mundo de hoy?

-Hay una sensación de que todo se está triturando: países, sociedades, costumbres, comportamientos... eso nos lleva a la filosofía del 'todo vale' en la que estamos inmersos. Todo vale en los comportamientos. Todo vale en arte. Todo vale en literatura. Está bien en la medida en la que nos anima a la libertad. Pero no cuando nos conduce a una ausencia de sentido de las cosas. Estamos en un momento crítico en el que quizás haya que volver a repensar los conceptos. ¿Qué es la poesía? ¿Qué es el humanismo? ¿Qué es el arte? Todo esto hay que refundarlo. Tenemos necesidad de un cambio.

-Después de haber estado durante varias décadas demoliendo o poniendo en cuestión los cimientos de nuestra cultura ¿ha llegado el momento de reconstruir sobre las cenizas?

-Pues sí. Uno de los factores es vivir y subsistir y convivir en armonía con el medio natural. El medio rural no es el pasado, no es el sitio donde no se puede urbanizar, sino un espacio en el que vivimos en equilibrio. Necesitamos ese equilibrio diario. Y estamos perturbados por un exceso de información, que a su vez son muchas desinformaciones, muchos mensajes sometidos a la publicidad... nos abruman los mensajes y nos falta un poco de vida interior, de mirar hacia adentro, y de pensar que en buena medida todo va de dentro a afuera. Se nos puede dar la libertad sin ser libres. Miramos mucho hacia afuera.

-¿Qué cree que pensaría de la España de hoy su admirado Miguel de Unamuno si levantara la cabeza?

-Hoy sería muy sugestivo tener entre nosotros a un Unamuno que fuera contra esto y aquello, que fijó en aquella célebre expresión de 'los hunos y los hotros'. Sí, quizás nos falta esa conciencia moral. Hemos avanzado, hemos progresado, pero también vemos que se ha producido una cierta degradación del pensamiento humano. Entre nosotros, ha desaparecido la figura del maestro, de esa persona de la cual uno aprendía.

-¿Es uno de los legados perversos del franquismo, que acabó con aquella generación de maestros republicanos?

-Eso nos lleva al tema de la República que siempre nos obliga a preguntarnos de qué República hablamos. Hay una República de los intelectuales, la de María Zambrano, la de Antonio Machado..., pero llega un momento en el que uno de esos intelectuales, Ortega y Gasset, dice aquello de «no es eso, no es eso». Hay una deriva que a mi entender parte de la visión no correcta que se tiene de lo religioso, de lo sagrado, que no remite exclusivamente a lo clerical, o a una ideología religiosa.

Pero sí, toda esa intelectualidad, esa visión de que España necesitaba una educación, después de tantos siglos oscuros, que había que mirar hacia Europa, que la cultura tenía que ser algo vivo entre nosotros... todo eso se detuvo con el franquismo. Y vino luego este cambio tan ilusionante de la Transición, con un gran afán de concordia y de diálogo, que parece que ya no se mantiene.

-¿Hemos triturado el legado de la Transición?

-Da la impresión de que sí. Una buena prueba es esa dialéctica del 'y tú más' en la que ahora estamos, que es una dinámica contraria a los grandes pactos y grandes acuerdos. También parece como si nos faltara una educación civil que aportara esa base de concordia que necesitamos.

-En estos momentos en que la política está en descrédito, la economía está en descrédito, la religión también... con los discursos sobre la realidad en crisis, parecería que es el momento de la poesía. Abrirse a otra mirada de las cosas.

-La poesía bien entendida es una vía de conocimiento y algo profundamente unido a la realidad. La poesía ha trabajado siempre con los temas eternos (el amor, la muerte, la naturaleza, el tiempo, lo sagrado...) y es también un modo de ser y estar en el mundo. El poeta no ve la realidad como los demás. La ve como una realidad de sentido trascendido, que no sabemos si acaso no será una realidad que se busca, que se persigue, y que está más allá de esa realidad que los ojos ven.

-¿No cree entonces en una literatura del compromiso?

-No es que no crea en una literatura del compromiso, pero creo que en una sociedad democrática muchos de los problemas que aquella poesía o literatura social trataban se encauzan a través del Parlamento y de las autoridades democráticamente elegidas.

Y el poeta parece que está un poco ahí al fondo. Se recurre a él cuando no bastan los otros mensajes: el mensaje de la calle, el mensaje de la economía, de la política... Entonces resulta que los políticos y los economistas aparecen citando la frase de un poeta, o aludiendo a una expresión bíblica. Y esto es como una solución final. Como si la poesía fuera la razón última.

-Volvamos a ese libro que es el mundo. De entrada lo primero que se nos ocurre al abrirlo es que nos satura y agrede el ruido. No sólo el ruido físico, sino sobre todo ese otro ruido que surge de un exceso de información que no se puede digerir, o de un exceso de palabras o ideas vacías.

-Desinformación más que exceso de información. Desinformación que no proviene en un primer momento de los periodistas o los medios, sino que es una información que alguien pone en el aire y de repente todos empezamos a hablar de 'primaveras árabes' y eso acaba en guerras. Y al final nos preguntamos si detrás de esas guerras hay un verdadero afán de cambio y de democracia o está el negocio de las armas. El poeta no entiende muchos aspectos de la realidad. Como cuando vas a un supermercado y ves que las manzanas son de Chile y recuerdas aquellos manzanos de tu infancia que se talaron.

-Y en este mundo lleno de ruido usted se atreve a reivindicar el silencio.

-Eso está relacionado con la necesidad que mencionaba antes de ir hacia el interior, y cultivar esa mirada de dentro a afuera. Eso hay que hacerlo en unas condiciones de lo que yo llamo silencio fértil. El silencio no es algo que suponga anulación, pasividad o huída, sino que es un medio que nos ayuda a escucharnos.

En la misma medida que las ruinas, que es un tema que yo he tratado mucho en mi obra. La ruina no es algo que remita a lo muerto, a lo perecedero o a lo caduco. La ruina fértil es un espacio fundacional. Es un ámbito en que se nos agudiza la conciencia y la consciencia, y nos invitan a pensar y sentir. El silencio es una de las cosas que hay en los espacios en ruina, o en los entornos naturales.

-La idea de armonía es esencial en su poesía y usted la ha definido como deshacer los contrarios que se enfrentan.

-Estamos en un momento de exacerbación de los contrarios. Me apena que se triture esa idea de que España es algo que va unido a una unidad fecunda, a una idea de convivir en armonía, en la que está presente lo fraterno, el diálogo. Desde este punto de vista sí estamos en un momento muy tenso y muy especial.

Hace unos días escribía un artículo a raíz de la muerte de Juan Gelman. Fue una persona zarandeada por la Historia hasta extremos tremendos, por las ideologías; él mismo las vivió, fue un luchador y perdió a sus hijos. Pero si leemos su obra hay un depósito de humanismo que él busca para remontar, para salir de los horrores de la historia. Y ahí es donde aparecen la ternura, la compasión, la piedad... es necesario dar ese vuelco en estos momentos complejos.

-Que son valores, por cierto, que ya no se enseñan...

-No. Tenemos que refundarlos, porque están mal entendidos. Si hoy hablas de piedad, o de plenitud de ser, o de lo sagrado, inmediatamente se ve a través de anteojeras ideológicas. Son conceptos que han perdido su raíz originaria.

La piedad, la pietas, ya está en Virgilio y él era un pagano. Pero también está en alguien de cultura romana como San Agustín. Son conceptos que rebasan las culturas y las religiones. Hay un sentido de aceptación, pero también de participación y de compromiso. Y de ir a la contra, que a lo mejor es la tarea en la que está ahora la poesía o el poeta consciente.

-La piedad implica reconocer el drama del sufrimiento, no banalizarlo.

-Claro. Y superarlo también.

-¿Hacia dónde?

-Hacia un renacimiento del ser. Todo parece como cíclico, pero el ser humano no acaba de aprender. Por eso hay que volver a los símbolos. Cuando el ser humano está desesperado, cuando está en crisis extremas, cuando está inmerso en un conflicto bélico, se tiene que agarrar a los símbolos.

Símbolos que nos ofrece la misma naturaleza. La mar, que te pones frente a ella y te da la libertad, se te abre el ánimo. El símbolo de la luz, que no es sólo la luz física, sino la luz del conocimiento. En esos momentos extremos son como los salvavidas a los que se agarra el náufrago.

-¿Y cómo refundamos una palabra tan hermosa, y tan cuestionada, como la compasión?

-Es una de las expresiones del humanismo. Es un concepto muy unido a lo cristiano. Yo siempre digo que uno de los momentos cimeros del pensamiento universal es esa unión de lo griego con lo cristiano. Pero no podemos encargarle toda la tarea al que compadece. La tarea es colectiva y ahí también tienen que compadecerse y tener ternura y piedad los gobernantes. Y los que a veces programan los conflictos. O los que llevan las ideas a sentidos extremos.

-Refundemos también el sentido de otra palabra polémica: religión, religioso.

-Yo he trabajado más con el concepto de lo sagrado, que es una idea más concreta. Estoy con Jung y no con Freud. Freud ve la religión a la luz de lo represivo, como algo patológico. Mientras que Jung la ve a la luz de la sanación: la convivencia con lo sagrado y con sus valores puede ser algo que cure. Por eso se dice que la psicología profunda, que es la de Jung, es la psicología del siglo XXI, porque abre estos campos.

-De algún modo la religión, hasta ahora, ha sido el instrumento que ha tenido el hombre para mirarse hacia adentro.

-Sí. Esta es otra carencia de la visión que tenemos ahora de estos aspectos. Una religión, como una civilización, tiene detrás una serie de obras positivas. ¿Cómo vas a renunciar a todo el arte unido a lo sagrado? ¿A toda la arquitectura, pintura, literatura... a toda la poesía? Hay una poesía sufí, y la que hacen Fray Luis y San Juan de la Cruz. Y la que hacen los vedas. Hay una confluencia.

-Pero, para que nos entiendan nuestros lectores. Cuando hablamos de lo sagrado, ¿de qué estamos hablando?

-Toda la realidad es sagrada para aquel que la mira con ojos de piedad. Esto es prioritario. Y ahí hay un comportamiento de respeto, de armonizar, de confraternizar, de convivir, que está en la base de lo religioso, pero que no es exclusivo de lo religioso. Hoy se habla mucho de ética, pero también es otro concepto que habría que revisar. La esencia del fenómeno religioso está en el fenómeno místico, y ahí es donde se da esa confluencia con el resto de las religiones.

-¿Qué nos enseñan los místicos al atribulado hombre del siglo XXI?

-La suya es una actitud radical que va muy mal con los tiempos en que vivimos. El místico es un verdadero revolucionario. Ahora tenemos un ejemplo en el comportamiento del nuevo Papa, que no deja de ser un comportamiento a la contra de lo que predomina en nuestro tiempo, de esa filosofía del todo vale, de la libertad mal entendida.

-Volvamos a la idea de la armonía. En general es una palabra apreciada, pero también tiene sus perfiles oscuros. Porque tras ella puede agazaparse un peligro: el sueño de un mundo sin conflictos. Que a primera vista parece un sueño beatífico, pero en realidad es un sueño terrible. Todos los grandes totalitarismos han soñado un mundo sin conflictos, presuntamente armónico y en paz y sabemos adónde nos han llevado.

-Mi idea de armonía no está ligada con lo utópico o lo fantasioso. Armonía es lo que viene después de la lucha y la prueba. No implica pasividad, ni evasión, ni idealismo. Es un estado. Por desgracia suelen ser estados transitorios, aunque a veces los conseguimos.

Mansedumbre no es agachar la cabeza y pasar de los problemas, sino que es un estado más extremado de ese equilibrio interior en contacto con la realidad. Es siempre algo que se logra de dentro a afuera. No estoy pensando en la armonía de la que hablan los gobiernos. Estoy pensando en la fuerza del ejemplo.

-En realidad, la armonía es la antítesis de la política. O se puede entender así. En la medida en la que la política se basa en la confrontación de contrarios, la armonía sería lo opuesto.

-También necesitamos revisar el concepto de política. Hay muchas visiones de la política que van desde la visión extrema de aquel que decía que política es prometer lo que luego no se va a cumplir, hasta la que entiende la política como procurar el bien social. Por tanto hay una gama muy amplia. Desgraciadamente hay un desprestigio que tiene fundamento porque en la política hay mucha hipocresía, mucho incumplimiento, mucha agresividad, muy poco afán de entendimiento básico, de reconocimiento de unos límites que no se debieran superar. Y esa idea de que el político promete para no cumplir parece que está ya instalada en la normalidad, y no estoy pensando en ningún partido en concreto.

-Usted ha afirmado en alguna ocasión que el mundo ha perdido la armonía por el saqueo humano de la naturaleza. Pero, ¿está seguro de que había armonía? ¿No añoraremos algo que nunca existió?

-El ser humano ha progresado gracias al conocimiento y la ciencia. A eso ha cooperado una dinámica de desarrollo, pero ese desarrollo ha llegado a un punto en el que ha manifestado excesos. Ahí es donde aparecen problemas como la contaminación, el debate nuclear, la deforestación, la escasez de agua, el abandono del medio rural, o la proliferación de macro ciudades, que provocan macro problemas. Y hay ejemplos de que, a veces sin escrúpulos, se ha alterado la naturaleza.

Y claro, cuando eso afecta al clima o compromete la subsistencia podemos hablar de saqueo de la naturaleza. Eso no significa que volvamos a la idea del 'buen salvaje', que es un asunto que yo he abordado a propósito del comportamiento que han tenido ciertos nacionalismos. De repente no queremos turismo, ni movimientos de masas, ni desarrollo y vamos a volver a la caverna, a un estado ideal que no puede ser. Yo no estoy en contra del dinamismo comercial y económico de nuestra sociedad, pero hasta ciertos límites. Hay una utilización sabia de la naturaleza. Yo no hablo ni del adanismo ni del buen salvaje.

-La idea de límites parece un concepto importante.

-Es un poco como sucede con la educación de los niños. Debemos educarlos en la flexibilidad, pero hay momentos en los que hay que ponerles límites. Quizás el ser humano sea hoy un niño excesivamente travieso. Hay comportamientos que exigen una revisión.

-Ha mencionado antes la mansedumbre, que es un concepto que le ha ocupado mucho. Y que puede resultar sorprendente a muchas personas, máxime en estos momentos. ¿Sería capaz de explicarles la mansedumbre a los vecinos de Gamonal?

-No la veo para aplicar en ese momento. En ese caso veo más bien la necesidad de que funcionen las leyes. Desde todos los puntos de vista. En este tema las dos partes han fallado. Es un asunto vidrioso con muchas aristas. Antes de la violencia quizás ha fallado el diálogo, la capacidad de comprensión.

La idea de mansedumbre va más unida a lo personal, a lo interior. Es un concepto que yo utilizo a partir del 'Libro de la mansedumbre' y, sobre todo, en 'Tiempo y abismo', un libro que parte del hecho de la muerte de los padres. Ahí encontramos al ser humano de nuevo sin raíces, desposeído y ante esa necesidad de volver a aferrarse a los símbolos. Creo que fue Freud el que dijo que la muerte de un padre era el hecho más trascendental en la vida de un hombre. Aunque no hayamos vivido de una manera muy intensa la paternidad, algo se revuelve dentro de nosotros en la etapa del duelo, para renacer. Ahí es donde aparece la mansedumbre. No es un comportamiento ante hechos como los de Gamonal. Seguramente ese barrio fue fruto de un crecimiento descontrolado que generó unos problemas sociales que hay que resolver.

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