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V. V.
Lunes, 24 de febrero 2014, 17:58
Hay ciudades que los han bautizado como 'yayoflautas' y en las que envuelven su protesta con un chaleco amarillo. Aquí, en Valladolid, aún no han creado un grupo específico dicen que todo se andará pero cada vez es mayor el número de personas, ya jubiladas, que demuestran que la indignación no tiene edad.
El último barómetro del CIS revela que el 84,6% de los mayores de 65 años cree que la situación económica de España es mala o muy mala. El 37,4% afirma que esto está peor que hace un año y el 21,4% barrunta que la cosa todavía tiene margen de empeorar. Seis de cada diez ciudadanos en esa edad, con la vida laboral ya clausurada, creen que el paro es el principal problema de este país. El 59% dice que la labor del Gobierno es mala o muy mala. El 63,5% cree que el trabajo de la oposición es malo o muy malo. El 52,2% no tiene «ninguna confianza» en Mariano Rajoy.
Sigue la radiografía: el 19,1% se declara conservador. El 11,1% socialista. El 8,2% demócrata cristiano. El 4,7% progresista. El 34% prefiere no significarse. La mayoría se define como de centro izquierda (aunque en menor medida que generaciones más jóvenes) y muchos de ellos han comenzado a salir a la calle para protestar. Forman parte de Stop Desahucios, acuden a las concentraciones del 15M, se manifiestan contra los recortes sanitarios, contra una reforma laboral que ya no les afecta directamente. Muchos de ellos engrosan las filas de los damnificados por las preferentes.
Su voz, la misma que grita consignas y corea mensajes en las protestas, se asoma hoy a las páginas del periódico para mostrar su «rabia», su «impotencia», su «indignación» por los recortes, por la pérdida de unos derechos que creían conseguidos y que ahora, dicen, sufrirán sus hijos, sus nietos, la sociedad que dejarán al futuro.
LEO GRANDE: EL EJEMPLO DE LA SANIDAD MADRILEÑA
Entró a trabajar en Fasa con 26 años y allí permaneció hasta el año 2002, cuando se prejubiló. Leo Grande, 68 años («en marzo hago los 69»), ocupa ahora su tiempo con el deporte, la lectura, Internet y el asociacionismo, lejos de aquella vida laboral que se desarrolló en un único escenario. «La juventud debe tener en cuenta que esos tiempos han pasado, que los contratos indefinidos están hoy en peligro de extinción. Que la mayoría serán trabajos precarios, a tiempo parcial, con peores condiciones. En los dos últimos años los trabajadores han perdido una cantidad enormes de derechos... y muchos más si nos remontamos a lo que ocurría cuatro o cinco años atrás».
Y no hay que quedarse sentado para ver cómo las cosas cambian. «Es una obligación de toda persona que sea un poco sensible salir a la calle, de forma pacífica, y protestar». Leo lo hace. A menudo. «No sé si hay alguna concentración a la que no acuda. Y yo me encuentro en una situación cómoda, que no es nada dramática, pero ves a tu lado familias que están en una situación tan complicada, tan acuciante en temas de vivienda, de sanidad, de dependencia...». Pertenece a una plataforma en defensa de la Sanidad Pública y asegura rotundo que el ejemplo es Madrid, que la demostración de la fuerza ciudadana es la marea blanca contra la privatización de la Sanidad madrileña. «Es el ejemplo de que al final las cosas se consiguen, de que todos juntos se logran objetivos, de que hay cosas que se hacen bien». Y esta guía de solidaridad, de hombros unidos, es una de las enseñanzas que habría que extraer de estos años complicados de crisis.
CARMEN LOZANO: SIN MIRAR PARA OTRO LADO
«Yo lo he mamado. Desde pequeña. Mis padres me enseñaron que quizá las cosas te vayan muy bien, pero que no puedes mirar para otro lado. He vivido siempre con esa idea, con una mirada solidaria que ahora es más necesaria que nunca». Lo dice Carmen Lozano, 62 años, y una agenda llena de citas comprometidas. Lleva 35 años en el Partido Comunista y luego en IU. Es vicepresidenta de la asociación de vecinos Reina Juana. Desde hace año y medio, se enfunda la camiseta de Stop Desahucios. «Estaba un día paseando por Fuente Dorada cuando vi a un corrillo de personas que estaban hablando. Me acerqué. Me gustó su discurso. Les pregunté dónde se reunían. Me dijeron que los lunes en La Casa de las Palabras (calle San Ignacio, 7) y desde entonces».
Ella podría haber elegido la rutina de lo sencillo. El café con las amigas. El paseíto matutino. La partida de brisca de por la tarde. Pero prefiere acudir a manifestaciones, participar en las protestas, como le dijeron sus padres: no mirar para otro lado. «Hay veces que te sientes impotente y te preguntas: '¿Tiro la toalla?' Y no puedes hacerlo, no te tienes que rendir. Hay que seguir dando la brasa en la calle». Carmen es sincera. «Yo no tengo ningún problema. Tengo mi casa pagada. Mi pensión para vivir dignamente, pero no puedes permanecer al margen».
JAVIER BEZOS: LO PEOR, LA REFORMA LABORAL
«Me responsabilizo un poco de no haber educado a mis hijos en la rebeldía». Es la primera frase de Javier, 61 años, empleado de Fasa, luego autónomo, luego trabajador en la construcción. Hoy prejubilado. «Me he pasado toda la vida volcado en el bienestar de mi familia. Preocupado para que mis hijos tuvieran lo mejor, para que fueran con buenas amistades, que no tuvieran enfermedades... Y ahora vemos que no tienen trabajo, que nuestros nietos quizá no tendrán educación pública de calidad. ¿Y qué hacemos? ¿Bajamos los brazos porque nuestros hijos no tienen futuro aquí?». Habla de «rabia». «Rabia porque en poco tiempo hemos tenido que renunciar a nuestros sueños y porque la gente no se mueve», asegura. Su indignación se ha acentuado con la crisis, «pero ya antes había cosas que no me gustaban, como que los hijos de los políticos accedieran tan fácilmente a un piso de protección. Yo entonces ya estaba dispuesto a salir a la calle a protestar... pero no se hacía nada. Después salió el 15-M y lo viví con una alegría inmensa porque estaba de acuerdo con la mayoría de sus reivindicaciones».
Cree que estos movimientos sociales han retomado ideas de «solidaridad, de cordialidad que parecían olvidadas en una cultura del egoísmo, del individualismo» y han puesto en evidencia que «estábamos muy equivocados con la Transición». «Rebajamos demasiado nuestras expectativas, el ciudadano cedió mucho y los partidos se hicieron demasiado fuertes. Se han guardado mucho en cuidar su impunidad porque una cosa es que sean malos y otra que sean bobos. Y hablo de partidos, pero también de sindicatos», dice.
«La crisis es algo coyuntural, al final pasará. Pero lo que está haciendo la clase política es brutal. La corrupción es terrible, pero han llegado a un grado de desvergüenza que ya no les importa nada. Es más, están encantados de que haya tantas noticias porque no nos da tiempo a asimilarlas. Cada una es más gorda que la anterior y no te da tiempo a interiorizarlas, y así no te posicionas, no sabes a qué quedarte». La resignación como arma paralizante.
Pero Javier tiene claro que, entre todo, la clave está en la reforma laboral. «Les importa el dinero, es su religión. El resto preocupa, pero es tangencial, ideológico. Lo gordo es la reforma laboral porque v a crear una precariedad tal que terminará afectando a la dignidad de la persona. ¿Qué dignidad puede tener un trabajador sometido, que debe decir a todo 'sí buana' por miedo a perder su trabajo? Al final el ser humano se acostumbra, pero no puede perder la perspectiva. Debe tener claro que hay cosas injustas».
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