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Dominique se coloca la máscara en su piso del distrito del Bronx, en Nueva York. / Channel 4
Mi papá es una Barbie
Gente

Mi papá es una Barbie

En el mundo hay 4.000 hombres a los que les ‘pone’ vestirse de muñecas. Un cuerpo de látex sale por 600 euros

Daniel Vidal

Miércoles, 22 de enero 2014, 12:45

Robert es un promotor inmobiliario jubilado de California, setentaypocos años, rostro ajado por las arrugas y divorciado. A Robert no le gustaba la imagen que el espejo le devolvía cada mañana. Hasta que un buen día se miró y vio a Sherry. Treintaytantos, rubia, labios carnosos, nariz de peggy, pechugona, nalgas prominentes y piel... de goma. El viejo Robert tiene hasta vagina (de látex) cuando cambia de vida y se transforma en la muñeca Sherry: «Simplemente no me puedo creer que tenga 70 años. Así que es ponerme la máscara y la peluca y convertirme en gente guapa». De aspecto inanimado, pero guapa.

Robert es uno de los hombres muñeca que protagonizan el documental Secretos de las muñecas vivientes que ha emitido el Canal 4 de la televisión británica. Hombres que se sienten hombres, pero que son felices dentro de un cuerpo de goma que sale por 600 euros. Ya hay un buen número de aficionados en Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia, Alemania y Australia y la moda se propaga como un virus entre chinos y japoneses. El número de hombres muñeca rondaría ya los 4.000, según recoge el documental.

«No son frikis ni gente rara. Son como tú y como yo», defiende Barbie Ramos, la dueña de Femskin, una empresa que fabrica cuerpos y caretas de silicona a medida y que no para de ver cómo engordan sus pedidos. Su hijo Adam trabaja con ella y también le quita hierro a estas inclinaciones: «Se trata de divertirse. No todos buscan calentarse. Algunos quieren ser solo brujas desagradables». Y lo consiguen, a juzgar por la reacción de los transeúntes que se cruzan en la calle con Sherry, Vanessa o Dominique. Algunos empiezan a mirar a su alrededor tratando de buscar lo que ellos creen un juego de cámara oculta; otros simplemente huyen despavoridos.

Además del cachondeo y el esparcimiento, los clientes de Femskin tienen otras razones para convertirse en esta especie de parodia del anuncio de Famosa. Robert escapa con Sherry del paso del tiempo, pero también de su desastrosa vida amorosa: «Algunas de las mujeres que conozco están muy bien para su edad. Pero no se ve algo como esto (por Sherry). Y es difícil quedar con alguien cuando tienes esto en casa». Con eso, (o dentro de eso, mejor dicho), Robert toma incluso el sol en su casa. Los días en los que no aprieta el calor, se supone. Porque ponerse a la solana embutido en un traje de látex con un pequeño orificio en la nariz y otro en la boca es una práctica nada recomendable. El pensionista es un fiel asistente al Rubberdoll Rendezvous de Minneapolis, una convención anual de amigos del látex en todas sus formas de fetichismo. Allí Sherry deslumbra.

«Un juguete sexual»

El festival de Minneapolis lo organiza Jon, que a su vez es Jennifer, padre de seis hijos y conductor de una carretilla elevadora en un almacén. A él, por ejemplo, convertirse en muñeca gigante le ayuda a relacionarse con sus hijas. O eso dice. «Trato de encontrar la manera de encajar e involucrarme con ellas y eso pasa generalmente por pintarnos las uñas o darnos maquillaje». La madre de las criaturas y primera mujer de Jon decidió poner pies en polvorosa cuando descubrió la extraña afición del hombre (o muñeca) de la casa. El carretillero se ha vuelto a casar y su segunda mujer parece aceptar este juego que, pese a todo, afecta a sus «relaciones personales», admite.

Otro que tampoco tiene problemas en compartir su secreto con su pareja es Joel, un camarero británico que vive con su novia y que saca a Jessie del armario cuando quiere escapar. «Es como la ampliación de otro personaje dentro de mí que quiere salir y divertirse», confiesa. Joel ha mantenido oculta a Jessie a ojos de sus padres y sus vecinos. Y tampoco es que le dé la mano (de látex) a su novia y se ponga a pasear por la calle. Es un tipo pudoroso. Quien no tiene reparos en salir de casa para hacer los recados es Dominique, una inmensa mole de látex blanco al que le presta el alma un negro del Bronx. O Vanessa, de 56 años y padre de seis hijos, que confiesa que nunca tuvo en su vida tanta atención como ahora, cuando se ve «una persona hermosa». De todos ellos se siente orgulloso Peter Czernich, fotógrafo alemán creador de la revista sobre fetichismo Marquis y uno de los máximos defensores de esta forma de expresión. Él mismo pone los requisitos para ser una buena muñeca viviente: «Hay que vestir totalmente de látex, con los rasgos femeninos muy exagerados. Eso incluye tetas torpedo, cintura de avispa y cadera, muslos y trasero muy acentuados. Suele ser sumisa y está lista para el disfrute de otros. O sea, es un juguete sexual».

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