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V. V.
Viernes, 3 de enero 2014, 18:06
Ha tenido que comprarse unos zapatos de invierno. Allí no le hacen falta y aquí siempre ha vuelto, tan solo unas semanas, y con los calores. En verano. Esta es la primera vez que vuelve a casa por Navidad. La primera vez desde que hace más de cinco años (el 1 de septiembre de 2008) decidió abandonar su puesto como médico de prisiones e iniciar una nueva vida personal y profesional en la República Democrática del Congo. Eduardo Burgueño (Valladolid, 1974), con sus zapatos de invierno, lanza una mirada a su labor cotidiana en Kinshasa.
¿Por qué África?
Yo quería vivir África como médico, por vocación profesional.
Porque ya conocía el continente.
¡Qué va! Solo por los documentales, como casi todos los españoles...
¿Entonces...?
Siempre me ha tirado lo social. Y empecé Medicina con esa perspectiva. Y luego, desde el punto de vista profesional, me interesa mucho la medicina tropical. Y practicarla en otro país es muy bonito, incluso desde la vertiente científica.
¿Por qué?
Desde joven me ha gustado el estudio de las enfermedades infecciosas. Yo estudié en Valladolid, entre 1991-1997, y fui alumno interno del departamento de Microbiología, con el antiguo jefe, Antonio Rodríguez Torres, y me formé con Ortiz de Lejarazu, con José María Eiros y Antonio Orduña. Siempre me gustó eso, pero me pudo más el lado de la medicina humana asistencial.
Usted es médico de familia.
Eso es. Me formé en la unidad docente de Palencia. Y por ese lado social fui médico de prisiones, de sanidad penitenciaria, durante tres años. Y estando por Andalucía, en Algeciras, lo de África lo tenía más cerca... y me animé a dar el salto. Ya llevo cinco años en el Congo.
En Kinshasa.
No he trabajado más que ahí, en la periferia de Kinshasa. Cuatro años a tiempo completo en temas clínico y de proyectos de salud. Como médico de familia, como coordinador de atención primaria.
El día a día será muy distinto al de una consulta en España.
Cambia la población. Aquí, el grueso de la asistencia en atención primaria es gente mayor. Allí atiendes a muchos niños, a mucha gente joven. Son las mismas enfermedades que vemos aquí, pero añadidas todas las de la medicina tropical...
Que son...
Mucha malaria. Muchas gastroenteritis febriles, diarreas. Hay mucha tuberculosis, cuando aquí ves poca.
Ya.
Pero luego están las dolencias propias de la pobreza.
¿Las hay?
La pobreza hace que vayas al médico más tarde, porque no tienes cultura de salud. La pobreza lleva aparejada la falta de conocimientos, de cultura, y como no se identifican las enfermedades, vas al médico cuando ya te estás muriendo. Y eso hace que finalmente el coste sea mayor y el resultado, peor. En España tenemos, gracias a Dios, una Seguridad Social brillante, el acceso a los cuidados de salud es muy bueno. Pero allí, como no lo tienes, vas un poco por derribo, cuando estás muy malito. Sabemos que hay gente que se muere por cosas que se podían tratar mucho más rápido antes.
Y así cuatro años.
Exacto. A tiempo completo, en el centro hospitalario de Monkole. Yo sabía que me iban a pagar poco y era un reto. Pero cada vez llegan menos ayudas. Menos aportaciones. La crisis europea y la crisis de la cooperación ha hecho que el dinero haya desaparecido. Incluso muchas ONG han cerrado. Y si quiero seguir en África, tenía que tener mi propio trabajo para mantenerme a fin de mes. Así que he tenido que mover ficha. Llevo un año trabajando en otro hospital y eso me permite tener autonomía para colaborar con Monkole en otro aspecto que no es clínico...
¿Y es?
De formación. La ayuda para materiales, para infraestructuras es muy necesaria, pero la gran necesidad es...
El conocimiento.
Eso es, la infraestructura humana. Así que ahora tengo la suerte de estar de docente en la escuela de enfermería de Monkole. Además del grado, con el apoyo de la Universidad de Montreal, organizamos un máster en administración de programas de salud, dirigido a enfermeros y matronas.
Locales, de allí.
Claro, claro. Eso es lo bonito. Monkole es un hospital que está promovido por una ONG del Congo (Cecfor). Así, está impulsado por gente de allí, hay muchas personas del Opus Dei local que están apoyando esto. Desde Monkole se cuida lo asistencial con un hospital y tres centros de salud, pero luego se está cuidando mucho la formación, que es muy importante por el impacto a largo plazo.
La formación como herramienta para mejorar el futuro.
Y hay que profundizar en eso. Quizá en dos años podamos abrir también una escuela de matronas. Y dentro de poco, a ver si damos el salto a la facultad de Medicina. Para eso necesitamos gente que de clase, que pueda apoyar, gente bien cualificado. Yo, por ejemplo, aprovechando mi paso por África, estoy haciendo el doctorado en temas de VIH y Sida, con el departamento de Salud Pública de la Universidad de Navarra.
Lo hace a distancia, claro.
Sí. Aprovecho que el trabajo de investigación ya está hecho y una vez al año y por Internet voy trabajando con el equipo que me dirige.
¿Cómo podemos colaborar desde España con esa iniciativa?
Por dos vías. La primera es para mejorar los cuidados asistenciales de la gente sin recursos, sobre todo niños. Hemos creado una plataforma, se llama Amigos de Monkole (y está vinculada a una ONG de Navarra, Onay), que además tiene contacto propio en Valladolid.
Y la segunda.
Las ayudas a la formación, que aún tenemos que saber cómo canalizarlas. Estamos empezando a consolidarlo y para ello hemos elaborado un proyecto de formación de matronas. Y es bienvenida la colaboración para trabajar en la formación de médicos residentes, de enfermeras. Para ello es necesario saber francés. Quien esté interesado puede escribir un correo (eduburgue@gmail.com) y podemos ver cómo concretar la ayuda.
Siempre es poca.
Animo a la gente a que se siga movilizando en el sentido solidario. Además, el papa Francisco ahora nos está empujando ahora a hacerlo. Sé que aquí en España hay cada vez más necesidades, pero no hay que olvidarse de estos países.
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