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Raquel de la Cruz y Alberto Camino./ Ramón Gómez
Balonmano con amor
Raquel de la cruz (aula cultural) y Alberto camino (del cuatro rayas)

Balonmano con amor

La pareja logra reunirse en Valladolid despues de siete años y medio separados

MIGUEL ÁNGEL PINDADO

Viernes, 27 de diciembre 2013, 17:27

Pongámonos en situación. Hace ocho años siete, replica ella. No, no, ocho años, afirma Alberto. En realidad, siete y medio, sentencia Raquel con una mirada entre cómplice y retadora. Bueno, pues eso, pongámonos en situación. Hace siete años y medio, un experimentado jugador de balonmano de 25 años acude con sus amigos a las fiestas de la localidad segoviana de Nava de la Asunción, a disputar un torneo de balonmano playa. En medio de la competición, una joven lugareña llama poderosamente su atención. La diferencia de edad es algo difícil de medir cuando el flechazo se clava en el corazón y las miradas solo buscan cruzarse. «Ella ya tenía 18», advierte Alberto con prudencia ocho años perdón, siete años y medio después. Y ya se sabe cómo acaban estas cosas. Chico conoce a chica, chica conoce a chico No, no. En realidad no fue tan fácil. Fue mucho más bonito.

Alberto Camino (1981) es natural de Castroverde del Cerrato, un pueblecito del Valle del Esgueva casi en la esquina de la provincia vallisoletana. Estudió en La Enseñanza y le contagiaron la afición al balonmano, heredada de su hermano Diego. Militó en el club Pisuerga y, tras su desaparición, fichó por el Aranda de Primera B. «En aquella época no había buena relación con el BMValladolid, donde surgía una generación de jugadores extraordinaria como Chema, Roberto, Iker, etc». Así pues, Alberto no pudo ser profeta en su tierra y emigró a tierras burgalesas. Pero no abandonó Valladolid. Compaginó el balonmano en Aranda con sus estudios. La N-122, esa carretera que llena la boca de nuestros políticos y que dicen que un día será autovía, se convirtió en parte del decorado de su vida, con sus nieblas, sus camiones y sus pueblecitos. Idas y venidas hasta completar su carrera de químico industrial. «Llegué a Aranda muy joven y sin planes de futuro. Y así, año tras año. Tomas la vida según te llega. En principio, no me planteaba un futuro lejano. Además, en Aranda me trataron siempre fenomenal. Cuando acabé los estudios, el propio club me buscó un trabajo a través de un patrocinador, G&M Prevención de Riesgos Laborales, y como te sientes muy bien, sin pretenderlo, te vas asentando», confiesa Alberto, que solo tiene palabras de agradecimiento para el Villa de Aranda y para todos los arandinos.

Raquel de la Cruz (1988) vio la luz por primera vez en la localidad segoviana de Nava de la Asunción. Es decir, no es casualidad que también haya elegido el balonmano como deporte. «Hay un dicho en mi pueblo: si eres de Nava, juegas al balonmano», afirma con rotundidad. Pero Raquel siempre ha sido una mujer inquieta. «De pequeña hacía atletismo y balonmano. En cadetes, como éramos cuatro chicas en Nava, nos juntábamos con otras cuatro del Aula y formamos un equipo. Al pasar a juveniles la cosa se complicó, pero tuve la suerte de que me llamaran para jugar en un equipo en Salamanca de Primera División. Así, me pasaba la semana entre estudios, entrenamientos y partidos». Al acabar el Bachillerato encontró en el balonmano una excelente tabla a la que agarrarse. Fichada por el Alcobendas, pudo seguir sus estudios de Ingeniería Técnica en Madrid. «Disponía de una hora entre las clases y los entrenamientos. Todo transcurría muy deprisa. Ascendimos a División de Honor y me surgió la posibilidad de irme de erasmus a Dinamarca para completar el proyecto de ingeniera técnica. Y allí me enrolé en un equipo, el Horsens HH, donde jugué seis meses. De vuelta a España, los problemas económicos hicieron mella en el Alcobendas y fiché por el Cleba León, porque también estaba cerca de casa y podía continuar mis estudios. En León acabé Ingeniería Superior».

Unidos por la distancia

Estos son nuestros protagonistas, pero habíamos dejado la historia en esas miradas que se buscan, esos paseos de apariencia inocente que solo persiguen llamar la atención. Y es que si Alberto se había fijado en Raquel, Raquel también le había echado el ojo a ese chico que jugaba en Primera B en Aranda. «Con 25 años parece que te comes el mundo, y así llegué a Nava. En plan conquistador. Entonces me decían que me parecía al actor de moda Eduardo Noriega Pero luego, con el tiempo, te das cuenta de que las cosas no son como tú crees», comenta Alberto con esa retrospectiva analítica muy propia del sexo masculino, mientras Raquel le mira y esboza una sonrisa condescendiente. «Es que yo también me había fijado en Alberto y claro, moví mis hilos... Hice por verle, por que me viese, por saber de él a través de amigos y amigas, por que él también supiese de mí, por tener su teléfono, por seguir en contacto pese a la distancia», confiesa Raquel, mientras Alberto muestra en su rostro la resignación del que se ha visto atrapado en una dulce y exquisita maraña de la que no desea escapar.

Y, así, entre emails, teléfono y por supuesto las escapadas de Alberto a Madrid, comenzó a surgir el amor. Hay que estar muy enamorados para que la distancia y la vorágine del día a día no consuman la llama de la pasión. «Han sido unos años duros en los que no hemos tenido tiempo ni de parar. Todo giraba muy deprisa a nuestro alrededor. Yo tenía mi trabajo, mi equipo. Ocho horas en la empresa; luego, a entrenar, y los fines de semana, a jugar. Ella estudiaba, entrenaba, y los fines de semana, competición», afirma Alberto. Y Raquel recuerda que «más de una vez» se han encontrado en un aeropuerto o en una estación, cuando iban a jugar con sus equipos.

Alberto cambió su decorado de la N-122, por la N-I entre Aranda y Madrid y, poco después, por la desangelada autovía León-Burgos. «Hacía pequeñas locuras. Más de una vez, después de jugar un sábado, llegábamos a Aranda con el autocar a las tres o cuatro de la mañana y cogía el coche y me marchaba para poder estar con Raquel el domingo, ¡aunque me pasaba el día medio dormido!», añora entre risas Alberto. «Teníamos las cosas muy claras entre los dos. Estábamos en una situación similar, teníamos las mismas aficiones, amigos comunes en el mundo del balonmano y un ritmo de vida parecido, así que en poco tiempo la relación se hizo muy sólida», comenta Raquel con esa racionalidad de ingeniera técnica industrial que, seguramente, si hubiera estudiado una carrera de letras, podría traducirse en un nos queremos y no podemos vivir el uno sin el otro. Ahora, eso sí, desde que comenzó a salir con Alberto, ni un suspenso ha tenido la joven ingeniera. «He sido su talismán», dice él con orgullo.

Y con ese amor de carretera y correo electrónico, de desear cada semana que llegasen esas pocas horas para compartir, para mirarse a los ojos, después de siete años y medio les llegó la oportunidad de vivir juntos. En León comenzaron los problemas económicos del Cleba, mientras que desde Valladolid le llegó a Alberto la oferta de jugar en el Cuatro Rayas. No fue una decisión fácil. Raquel militaría en el Aula, pero sin cobrar. Alberto llegaría al BM Valladolid, el equipo de su tierra, pero tendría que dejar su trabajo en Aranda. Complicado. Difícil.

Valladolid, con posibilidades

«Llevaba doce años en Aranda. Doce buenos años. Ahora echas la vista atrás y lo más duro sin duda era no tener tiempo. Todo fue estudiar, entrenar, trabajar Además de abandonar el club, también dejaba allí a mi hermano Diego, el alma del club, que ha sido mi apoyo y referente durante todos estos años», señala Alberto con nostalgia.

Y la racional Raquel argumenta las causas: «En Valladolid podíamos jugar los dos al balonmano, estábamos cerca de la familia, nos gustaba la ciudad y tenía una mayor proyección profesional, con más posibilidades de encontrar trabajo».

Y por fin, ocho años perdón de nuevo, siete años y medio después, Raquel y Alberto comienzan a plantearse el futuro no como uno más uno, sino como una pareja. Dicen que la convivencia es mucho más complicada que el romance, pero ellos no tienen dudas. Si los kilómetros, la distancia y los seis meses en Dinamarca no han sido capaces de hacer mella en sus corazones, verse ahora a diario es un auténtica bendición. «Tenemos aficiones parecidas, amigos comunes, opiniones parecidas, nos entendemos bastante bin y estamos acostumbrados a compartir. Los dos sabemos lo que queremos», define Raquel quien, pese a sus envidiables 25 años, muestra una notable madurez y unas ideas muy claras. Asiente Alberto. Y encima se quieren y quieren vivir juntos. Y los dos se miran y sonríen. Como hace siete años y medio.

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