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FRANCISCO GÓMEZ
Domingo, 13 de octubre 2013, 19:37
Es posible que suene una campana, sin mucha pretenciosidad. Quizá sean dos. Hay tarea. En el convento de San José, en Toro, casi siempre hay algo que hacer. Desde su fundación en 1619 en este recinto carmelita siempre ha habido al menos una monja para mantener en pie la obra y el mensaje de Santa Teresa de Jesús.
Hoy tampoco es una excepción en esa larga continuidad histórica. Si traspasáramos las paredes del convento quizá nos impactara el silencio, denso pero no incómodo. O quizá nos cruzáramos con la madre Inés en su eterno recorrido de aquí a allá trasplantando algún brote o corrigiendo un pequeño detalle del jardín. O nos sorprenderíamos con los magníficos arreglos de la hermana Juana, que igual forra un breviario de papel de periódico, que lleva un cordón multicolor para las gafas, que pone un volante a un hábito que le quedaba corto. O quizá viéramos a la hermana Ana regateando al teléfono el precio de un pedido de pastas salidas del obrador del convento. Incluso, con suerte, podríamos sorprender a la madre Irene en un momento de recreación imitando a alguna de sus hermanas.
No es la imagen más extendida de la vida en un convento de clausura en cualquier rincón de Castilla y León y, sin embargo, es la que más se acerca a la realidad. En total, en la comunidad 'sobreviven' 25 conventos de carmelitas descalzas, integrados por comunidades muy heterogéneas y en la mayoría de los casos con una media de edad avanzada. Dentro de paredes históricas habitan en pleno siglo XXI personas que han decidido dedicar su vida a la oración en clausura. Lo hacen sin tener la sensación de ser una rareza y solicitando comprensión para un papel social que todavía creen relevante.
María Teresa González ingresó en las carmelitas descalzas de Medina del Campo hace casi medio siglo. En ese tiempo casi todo ha cambiado tanto dentro como fuera del convento, salvo una cosa: «Aquí se percibe un amor muy grande de Dios que se vuelca en nuestro día a día».
Cuarenta y ocho años después de haber cruzado las puertas del convento de San José del Carmen para no volver a salir, la madre María Teresa recuerda nítidamente cómo fueron aquellos momentos previos a su entrada en clausura. «Yo no era nada beata, era muy presumida y algunos decían que no iba a durar ni una semana, otros se preguntaban qué me habría pasado para tomar esta decisión», recuerda la religiosa, quien afirma que «después nadie puede dudar de que aquella felicidad con la que entré entonces se ha ido multiplicando porque es más profunda; es la felicidad de estar en un sitio donde Dios te quiere».
En Toro, Irene de María recuerda su entrada al convento con 19 años. «No fue traumático porque desde que vi un recorte de periódico sobre la serie de Teresa de Jesús en la televisión, cuando tenía 12 años, tuve claro que algún día sería una monja carmelita y llegado el momento no me costó nada decidirme».
Eso sí, reconoce que ni entonces hace 23 años ni ahora, la mayor parte de la sociedad acaba de comprender del todo el modo de vida que ella eligió. «Es normal que haya mucha gente para la que nuestra vida sea un interrogante, porque esta elección de una vida sencilla y escondida o se entiende desde la fe o no se entiende».
«Tiene sentido»
En el recogido convento de San José de Cabrerizos (Salamanca), que mantiene viva la llama de la séptima fundación teresiana, la madre Luz María de Jesús recuerda que cuando hace 20 años decidió atravesar las paredes del monasterio lo hacía bajo la convicción de que el modo de vida contemplativo «tiene sentido ahora y siempre porque nos mueve el deseo de entregar la vida a los demás a través de la oración, porque en el fondo nuestra vida no es solo algo personal y propio, sino también algo con sentido colectivo».
Palabras que podrían encontrarse seguramente en el sustrato de cualquier conversación en los cuatro siglos de reforma teresiana. Sin embargo, del siglo XVI para acá, los conventos han cambiado, y mucho, y de manera especial en las últimas décadas. Ahora se trabaja más hacia fuera (aunque ya en las 'Constituciones' la Santa escribió en 1567 que «cada una procure trabajar para mantener a sus hermanas») y las comunidades se han vuelto más diversas e internacionales.
En Salamanca se restauran libros, en Medina del Campo se realizan encuadernaciones y en Toro se ha recuperado la tradición repostera como posible fuente de ingresos. En este último convento vive Rosario Lucas, quien explica que «seguramente hemos pasado de la rigidez de la ley a la humanización del carisma, que es lo que realmente quería la Santa, y eso nos acerca mucho más a lo que nos rodea».
María Teresa González señala que seguramente sea difícil de explicar para alguien de fuera que «estamos encerradas dentro de unas paredes pero abiertas a Dios, conectadas así al mundo para lo que necesite toda la humanidad». Así, esta monja de Medina del Campo recuerda cómo su comunidad vivía con enorme dolor tragedias como el accidente ferroviario de Santiago o el reciente brutal naufragio de Lampedusa. «En nuestro silencio oímos lo que pasa afuera y desde aquí tratamos de interceder por todos».
Como si continuara el hilo de la conversación, la madre Rosario sintetiza su vida afirmando que «nuestros muros son de cristal, vivimos abiertas al mundo y para el mundo porque nada de lo que preocupa a los que nos rodean a nosotras nos es ajeno».
Los cambios actuales
La tecnología, los nuevos medios, las mejoras arquitectónicas para ir haciendo habitables los edificios han cambiado casi todo pero a juicio de las carmelitas de hoy no han cambiado en realidad casi nada. «Nuestra vida sigue dando muestra del valor de Teresa de Jesús, una persona que, usando sus propias palabras, nos sigue engolosinando», sostiene Irene de María.
Preceptos de la Santa abulense que marcan una convivencia basada en la austeridad, la sencillez, la amistad y la cercanía. «Seguramente, si alguien nos viera dentro del convento le sorprendería comprender que nosotras no estamos recluidas, que nuestra vida no es triste, que vivimos en un sonoro silencio lleno de alegría», afirma la madre Luz María.
Quizá entroncando con los últimos mensajes del papa Francisco cuya elección ha resultado «felicísima» para las monjas del Carmelo, la palabra alegría se repite en todas las conversaciones. «Nuestro convento no es un purgatorio, es un sitio donde las 22 hermanas notamos que nos une por dentro un lazo muy fuerte con Dios y eso nos llena de una alegría intensa», asegura la madre María Teresa.
«Tenemos una alegría muy sana, nos reímos por cualquier cosa», afirma Irene de María desde el convento de Toro, seguramente porque, como confirma la madre Rosario, «al contrario de este mundo en el que cada uno va a los suyo, aquí realmente todas somos una familia».
Son monjas carmelitas hoy, «gente normal» que un día antepuso su fe para salirse del carril fijado. Mujeres que hablan con palabras claras y que, con una sonrisa, mantienen viva la revolución de Teresa a la que el mundo entero recordará pasado mañana, 15 de octubre, festividad de la mística abulense.
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