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Marazuela recoge los cánticos tradicionales de boca de una anciana en un pueblo de Segovia, en 1932. / IGNACIO CARRAL
Marazuela, el dulzainero estoico
NÚSICA

Marazuela, el dulzainero estoico

El Instituto de la Cultura Tradicional edita un disco-libro sobre el músico y folclorista segoviano

V. M. NIÑO

Domingo, 13 de octubre 2013, 19:45

Si uno valiera algo, que lo digan los demás», así hablaba Agapito Marazuela a Carlos Blanco en una entrevista en los setenta. Treinta años después de su muerte un grupo de discípulos, especialistas y amigos han editado un disco-libro para demostrar la valía de este músico que buscó la «pureza del folclore». El recolector de canciones becado por Menéndez Pidal, el divulgador de las Misiones Pedagógicas, el músico de romerías, el concertista del Ateneo de Madrid, el maestro, el estoico segoviano, todos estos marazuelas se suceden en este trabajo auspiciado por el Instituto de la Cultura Tradicional.

Considerado el padre de los folcloristas y de tantos músicos que durante el último cuarto del siglo XX hilvanaron canciones de sus mayores, Agapito Marazuela (1891-1983) vivió lo suficiente como para morir varias veces. Perdió la vista de un ojo y buena parte del otro por la meningitis, y ganó la música que solo necesitaba el oído. Aprendió a tocar la dulzaina de Ángel Velasco, recorrió las fiestas de los pueblos fatigando a cientos de parejas, y fue la guitarra su instrumento de concierto. Volvió después al viento y con él cosechó todos los honores.

Hombre con esposa se desposó pronto en exclusiva con la música y repartió su tiempo entre la interpretación, la investigación y la divulgación. Se cuenta entre el primer millar de afiliados del Partido Comunista y, como no podía empuñar el fusil, fue oficinista en los años de guerra. Tras el triunfo del Ejército, se entregó a la Policía en Madrid, siendo preso preventivo. Marazuela era tan asiduo a la desgracia que se acomodaba a ella fácilmente, hasta el punto de pedir el retraso de una de sus salidas de la cárcel para poder celebrar el recital prometido a sus compañeros.

Una voz clara y concisa

El disco libro titulado Agapito Marazuela de verdad (1891-1983) recoge quince grabaciones inéditas del dulzainero de gran valor musicológico. Aunque lo que más sorprende es la voz clara, concisa, pausada y segura de las explicaciones, la misma que contesta en una entrevista a los requerimientos del periodista Carlos Blanco en 1974.

Los textos que acompañan al tesoro fonológico conforman una visión poliédrica de Marazuela, que quiere arrojar luz sobre el músico y el estudioso. «Fue un hombre brillante, precoz y de formación autodidacta», dice la musicóloga Inés Mogollón, quien lamenta que «no sepamos mucho de él. Pasó 40 años en la sombra. Ni siquiera están localizados los papeles en los que apuntaba las canciones que le cantaban en los pueblos. Hay algo en el Archivo de Menéndez Pidal, pero deben existir miles en alguna parte». Se refiere a los temas que recopiló en el Cancionero de Castilla la Vieja, «un trabajo riguroso, metódico y patrimonialmente invalorable», en palabras de Mogollón. Ese libro le valió el Premio Nacional de Folclore de España en 1932 pero no fue publicado hasta 1964, cuando la autoridad competente lo rebautizó como Cancionero segoviano.

Marazuela celebró la publicación aunque apostillaba salomónico que la mayor parte de lo que allí había eran canciones que igual se cantaban «en Ávila, que en Valladolid, que en Segovia» porque como dice en otra ocasión «en esta meseta nuestra tenemos un temperamento muy parecido».

Agapito se dolía de que «desde principios de siglo (XX) se ha empezado a perder el folclore, con la aparición de la música mecánica primero con los manubrios, los gramófonos, luego las chicas iban a servir y venían cantando canciones exóticas, en las fiestas...». La importancia de la dulzaina protagonista de fiestas, bailes y procesiones, la que había conseguido llenar de música «cualquier espacio libre» se encogía. «Creían que lo suyo era muy viejo», reprochaba Agapito a los jóvenes. Y en su defensa del folclore, para subrayar una importancia que trascendía la pasión por el terruño, aludía al ruso Glinka, quien había alabado la riqueza folclórica española. Mogollón pone en evidencia la diferencia de los legados en Rusia y en España. «Glinka escribía todo en cartas que enviaba a Moscú y está perfectamente documentado y estudiado, sin embargo sobre Marazuela está todo por hacer».

Autoridad de la tradición

Fue la autoridad de música tradicional de su momento, la referencia para compositores como Chapí, quien acudía a Marazuela para escribir los paréntesis populares de sus zarzuelas. También fue el elegido por las Juventudes Socialistas para organizar los grupos de folclore que debían amenizar la Olimpiada Popular de Barcelona, truncada luego por la guerra, o en 1937, quien encabezó el Grupo Castellano en la Exposición Internacional de París. Pisó la sala Pleyel para homenajear a Lorca con su guitarra. Estas colaboraciones con el Gobierno de la República le empujaron a la comisaría, tras el triunfo de los golpistas.

De concertista aclamado a anónimo profesor, la posguerra condenó a este músico al silencio. Su amigo Manuel González se convirtió en su mentor. A mediados de los sesenta el autor de Agapito Marazuela o el despertar del alma castellana le llevó a su hijo Joaquín para que valorase sus aptitudes musicales.

Agapito descubrió el músico por hacer que palpitaba en las manos de aquel niño de ocho años. «Mi padre quería que me enseñase dulzaina pero el maestro le dijo que era muy pronto, que no tenía la caja torácica desarrollada. Así que comenzamos con la guitarra. Estudiaba con él y me examinaba por libre en el Conservatorio de Valladolid. Con trece años, empecé a tocar la dulzaina», explica Joaquín González-Herrero.

Todo sencillo

«La relación con un adulto entonces daba igual que fuera tu padre, el tío de un amigo o el profesor era reverencial. Sin embargo Agapito lo hacía todo sencillo, fácil, muy pedagógico». Fue su alumno y su compañero en el escenario. La otra primavera del dulzainero de la que escribe este hombre de leyes en el libro transcurre en los años setenta. Conciertos, el programa de TVE Estudio abierto, grabaciones con Columbia que le había engañado con un contrato en exclusiva que truncó otros discos popularizan a Agapito a una escala que no podía soñar. Marazuela cosecha entonces la pasión de los jóvenes que hacían folk Víctor Manuel, Rosa León, Amancio Prada, María del Mar Bonet, Enrique Morente, etc....

«Le acompañé con el tambor en alguna ocasión. Era un recopilador e intérprete del folclore, transmitirlo al futuro pasaba por mostrarlo y en esa cadena estábamos sus discípulos, para proclamar la continuidad». El concierto de la Iglesia de San Justo de Segovia reunió el 22 de agosto de 1975 a los muchos músicos que querían escuchar a Agapito, con su dulzaina acompañado por Joaquín al tambor. Sin embargo un homenaje en Madrid en 1978 se truncó en el último momento al denegar la autoridad gubernativa el permiso por razones políticas.

Joaquín también le sucedió en 1982 al frente de la Escuela de Dulzaina, la continuación de la Cátedra de Folclore Segoviano creada en 1967. «Agapito continúa a través de nosotros y de nuestros discípulos. Mi tarea es defender su legado y contribuir a la continuidad de la cultura castellana, a través de mis alumnos, de los discos o de trabajos como este».

A los citados autores hay que añadir el trabajo de Carlos Rorro sobre las grabaciones en Barcelona para la compañía alemana Parlophon, la aproximación biográfica de Jesús Fuentetaja y todos ellos prologados por JoaquínDíaz, que reconoce la deuda pendiente con el homenajeado. La presentación oficial del disco-libro será el día 24 en la Diputación de Segovia, a las 19:30 h.María Salgado acompañará alos autores y cantará algunas canciones.

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