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Desde la izquierda, la concertino Wioletta Zabek, el director José Luis Temes, la soprano Carmen Solís y el compositor Pedro Aizpurúa, con la OSCyL y el Coro de la UVA, detrás. / Ramón Gómez
La ‘Cantata’ de Aizpurúa y Jiménez Lozano celebra los 25 años de Las Edades del Hombre
Aniversario

La ‘Cantata’ de Aizpurúa y Jiménez Lozano celebra los 25 años de Las Edades del Hombre

La OSCyL interpreta en el Miguel Delibes de Valladolid la pieza encargada por José Velicia

V. MARTÍN NIÑO

Sábado, 21 de septiembre 2013, 21:48

Resultó el más moderno de la sala. A sus 89 años, Pedro Aizpurúa salió a recibir el calor del público, agradecido, con su chaqueta de punto gris y su sonrisa afable, que no inocente. Había dejado atónito al respetable convocado por la efeméride de los 25 años de Las Edades del Hombre. Ni rastro de religiosidad, ni una concesión a la deriva costumbrista que ha tomado el proyecto, ni siquiera dejar la guía clara del texto como pasamanos en un túnel de sonidos. Era vanguardista cuando escribió su Cantata a comienzos de los noventa y sigue siéndolo hoy, en sus arreglos para los cantos de las monjas a las que enseña. Es canónigo, sacerdote, natural en la observancia de sus votos. Pero ayer, con su jefe, el arzobispo Ricardo Blázquez, sentado en las primera filas junto a la consejera, Aizpurúa era, sobre todo, un creador y un hombre libre.

La Orquesta Sinfónica de Castilla y León se ponía de nuevo en las manos de José Luis Temes para interpretar un programa de música contemporánea española. Es el fuerte del maestro, que se había entregado tanto a la OSCyL como al Coro de la Universidad de Valladolid en los ensayos. Primero la Sinfonía de Réquiem, de Montsalvatge, una forma vocal tratada instrumentalmente, en la que el catalán hace llorar a viola y al corno inglés. Brillaron Néstor Pou y Juan M. Urbán.

Y después, el plato fuerte de la noche, la Cantata que en su día encargó Velicia al compositor, con los poemas de José Jiménez Lozano. Aizpurúa, que tanto ha buscado en las palabras de los poetas la traducción de su abstracto arte, el del sonido, eligió la sonoridad por encima de la literalidad.

La Cantata del premio Cervantes adelgazó para aquella primera materialización en su estreno en 1993 y el escritor envió aquellos versos con las hojas del otoño.

El ascético músico concibió una obra ambiciosa que demanda poblada orquesta, coro, solistas y cinta electroacústica. En torno a 130 personas sobre el escenario. Marcos Castán había trabajado duro con el Coro de la UVA y José Luis Temes tenía que multiplicar sus brazos para una sesión de continua ruptura, de entradas por secciones, por voces, por instrumentos. Y la famosa aportación grabada, el sonido que iguala en expectación a público y músicos, el que paraliza a todos como mensaje de otro mundo.

Los cantos de Jiménez Lozano empiezan y terminan con la hilandera, la Penélope tejedora de eternidades, la constatadora del paso de las estaciones, de los años, desde la misma ventana que deja entrar la luz para su labor. Los pensamientos de los protagonistas son contestados por un coro imperativo. Y cuando el público se confía al texto, Aizpurúa retira la palabra y le deja caer en la sugerencia de la disonancia, electroacústica primero, percutida después, en el abrazo del silencio y el estruendo de los vientos, en el contraste con una concertino, Wioletta Zabek, que insinúa la melodía que podía ser.

El eco gregoriano, ese canto al que debemos todos los posteriores, según el propio Aizpurúa, señorea en esa cinta electrónica que nos niega los versos del pastor y la posadera. El compositor satura los oídos para volverlos a vaciar. Como Montsalvatge, homenajea al silencio. «Yluego fue creciendo, y creciendo, y creciendo hasta la edad del hombre», dice el coro. Milagro musical volver a poner en pie esta partitura. Celebración posible gracias a la sugerencia de Angelines Porres. Jesús Legido, compositor que escribió una Misa para el ciclo expositivo, se acercó a escuchar a quien le asomó a la música contemporánea. Muchos profesores del Conservatorio, también. El concierto concitó a los incondicionales seguidores de Las Edades, una máquina de hacer públicos, y a buena parte de la Consejería, que olvidó invitar al escritor al que iban a oír, José Jiménez Lozano.

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