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V. M. NIÑO
Lunes, 4 de marzo 2013, 22:19
Le preceden tres perros pequeños, juguetones, «uno es del nieto pero no se lo lleva», y luego la luz tenue en la que brilla su barba apostólica. Ese es el zaguán de Félix Cuadrado Lomas, que habita una casa con vestíbulo de escalera. Superviviente del Grupo de Simancas, allí vive y echa de menos a sus «colegas». Y por su condición de testigo ha aceptado ser «académico de honor de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción», él, que no es ni «ortodoxo, ni escolástico. Me ha pasado lo mismo que a mi amigo Paco Pino, que al principio nos negamos y al final lo aceptas porque no queda más remedio».
Parece que le resbala «la política y lo que está pasando» y dice que se le van los nombres. Sin embargo recita la historia de su país, escala reales árboles genealógicos y aunque no quiere hablar «porque ¿de qué sirve mi opinión?», concluye que no estamos mejor que antaño.
«Hay mucho lío en la lucha de partidos, se hizo mal desde el principio. Nací con Alfonso XIII y no fue peor que ahora. Pactó con la dictadura de Primo de Rivera, luego Franco, la Guerra Mundial, mucha gente pasó hambre mientras que el clero y los militares vivían bien. Y después la Transición. He conocido formarse los partidos, los sindicatos, he visto como subían tantos... . El nacionalismo es el mismo que hace un siglo y aunque el pueblo esté más espabilado, no está más educado. El bipartidismo impera, lo hagan bien o mal, la gente ha caído en cierto fanatismo».
Su ojo clínico se ha recuperado tras dos operaciones de cataratas. «Veo perfectamente, lo único que me muevo menos por los pies, que los tengo mal». La conclusión política es que «lo hicimos mal, tenemos una monarquía y a la vez una democracia, que son formas antagónicas de gobierno, así que es un híbrido».
Sigue pintando y escudriñando la geometría del campo. «Salgo menos, de vez en cuando, si me lleva mi hijo. Tomo notas, dibujos, que luego desarrollo en el estudio. Mi obra es más pensada, atendiendo sobre todo a la composición. Pero en cualquier caso no conviene separarse de la realidad, no quiero estereotipar una idea. Porque aunque mi pintura sea una interpretación geométrica, una síntesis, tiene un trasfondo de realidad. Hay que vivir el campo en las diferentes etapas y estaciones». El campo mesetario, el vallisoletano, al que más lienzos ha dedicado, «no es solo una mancha de color, sino forma, tonos, líneas, algo importante para la pintura».
Y a pesar de su característico tratamiento, «no me canso, no me repito. Siempre hay retos nuevos, no hago nada que me resulte fácil. Siempre tienes una idea, llevas el cuadro pensado, pero al ir a hacer la obra, se abren nuevos caminos, ideas, y el resultado no es que planificaste. La obra te va tirando, elige una conclusión, que quizá no se corresponda con tu idea».
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