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VÍCTOR M. VELA
Lunes, 8 de octubre 2012, 14:15
Próxima estación, Esperanza. Suena a canción, pero es lo que hay. Línea 4 del metro (Pinar de Chamartín-Argüelles), estación Esperanza. Cuando abandonas el subsuelo, emerges en Andorra (la calle Andorra), atraviesas luego Italia (calles Palermo, Milán, Nápoles) y llegas, por fin... a Valladolid. Aquí, en el barrio de Canillas (en el distrito de Hortaleza), hay madrileños que viven en Castronuño o Castromonte, que reciben su correo en Tudela de Duero o Montemayor de Pililla, que trabajan en Gomeznarro o Campaspero. Cuando coges un callejero madrileño y llegas a la página de Canillas, parece más bien el listado de los planes provinciales. Y si te fijas en las placas que hay en los edificios, podrás pasar de Boecillo a Camporredondo con tan solo dar la vuelta a la esquina. Estamos en territorio vallisoletano, en un barrio de Madrid bautizado hace 56 años con nombres de pueblos de la provincia, pero que el desarrollo urbanístico está a punto de condenar al olvido, con calles que desaparecen para no volver a figurar en el GPS. La piqueta se ha llevado por delante Megeces, ya no hay vecinos en Fresno el Viejo, y Ataquines o Rubí de Bracamonte han pasado a mejor vida. El barrio que Madrid dedicó hace medio siglo a Valladolid pierde calles a marchas forzadas. Es ley de vida (urbanística).
Pero primero, un vistazo por el retrovisor. El 10 de diciembre de 1956, la sección de Estadística del Ayuntamiento de Madrid aprobaba «la rotulación oficial de las nuevas vías públicas, carentes de designación, que forman parte del poblado de absorción de Canillas y que consta de 528 viviendas». Era así como nacían las calles Langayo, Muriel, Mayorga o la plaza de Íscar. ¿Y por qué se dedica todo un barrio a Valladolid? ¿Qué interés había? La petición de bautizar así estas vías partió de la secretaría técnica de la Obra Sindical del Hogar, el organismo que impulsó la creación de esta barriada. Los archivos de esta institución (ya desaparecida) son custodiados hoy por el Instituto de la Vivienda de Madrid (IVIMA) y el Ministerio de Fomento. Ni en sus archivos ni en los del Colegio de Arquitectos de Madrid figuran datos que puedan remitir a las razones que llevaron a los trabajadores de la Obra Sindical del Hogar a otorgar nombres de pueblos de Valladolid a estas calles. Pero hay un hombre que pudo jugar un papel importante. Se trata del vallisoletano José María Alonso Mira, ya en 1956 secretario provincial de la Obra Sindical del Hogar y con importantes contactos en Madrid que le llevarían años después a ocupar el puesto de subdirector nacional de mantenimiento de este organismo. Quizá su mano tuvo algo que ver (José María falleció en 2006) pero si así fue «nunca comentó nada a la familia», como explica su hermana Pilar, residente en el centro vallisoletano. Refuerza esta teoría un artículo de El Norte publicado en 1972 en el que se habla de la «estrecha vinculación» de Alonso Mira con Medina del Campo. Curiosamente uno de sus núcleos de población, Gomeznarro, es la calle más importante del barrio de Canillas, un intrincado laberinto de vías y patios que llega a tener 500 portales. Pero la vertiente Alonso Mira es solo una suposición. Alberto Sanz, coordinador del servicio histórico del Colegio de Arquitectos de Madrid, recuerda que en esta ciudad, y especialmente en su periferia, «hay varias barriadas residenciales del momento con nomenclatura de calles de distintas provincias españolas». Incide en esta idea Ricardo Márquez, uno de los colaboradores del blog Historias matritenses. «En los decenios de 1950 y 1960, así como a principios de 1970, Madrid crecía como la espuma y fue una práctica habitual poner a barrios enteros nombres de pueblos de España.
Así en Villa Rosa, que está un poco más al este, las calles rinden homenaje a Cuenca (Pedroñeras, Mota del Cuervo...), en Hortaleza están los de Murcia (Calasparra, Totana, Lorca...) y en Aluche son pueblos de Toledo». Sería esta una medida adoptada a mediados de siglo como homenaje en el callejero a los cientos de miles de inmigrantes rurales que, al amparo del desarrollo económico e industrial, llegaron a Madrid, una ciudad que requirió nuevos barrios y distritos para alojar a tantísimo vecino recién llegado. Y Canillas fue uno de esos barrios.
Realojos y nuevas calles
Las viviendas levantadas a finales del decenio de 1960 no respondían, precisamente, a buenas calidades constructivas. Eran viviendas sin apenas cimientos, con mal aislamiento y en la mayoría de los casos construidas por los propios propietarios (los domingueros que aprovechaban sus días de descanso para hacerse la casa). El Instituto de la Vivienda de Madrid ha impulsado un programa paulatino de realojo parecido a lo que se quiere hacer aquí con el 29 de Octubre para derribar las viejas viviendas, algunas en calles aún sin asfaltar (en pleno Madrid) y alojar a sus antiguos propietarios en nuevos pisos levantados en vías recién urbanizadas, más anchas y espaciosas. Esto hace que algunas de las antiguas vías desaparezcan (Fresno el Viejo, Muriel), y que otras hayan perdido su referencia geográfica. Así, cuando remodelaron la calle Hornillos, alguien en el Ayuntamiento de Madrid desconocía que el nombre se refería a un municipio castellano y decidió renombrarla como calle de los hornillos, como si la vía estuviera dedicada al horno pequeño. Aun así, todavía hay un un puñado de calles que en Canillas rinden homenaje a los pueblos de Valladolid.
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