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Un anciano muere al borde de la indigencia en Nueva Villa con 28.000 euros encima
TIERRAS DE MEDINA

Un anciano muere al borde de la indigencia en Nueva Villa con 28.000 euros encima

El fallecido, de origen extremeño, llevaba 43 años en el pueblo «sin hablar de su pasado»

J. SANZ

Miércoles, 18 de julio 2012, 13:26

Verona, como le llamaban los vecinos, llegó un buen día de 1969 con lo puesto a Nueva Villa de las Torres. Nadie en este pueblecito cercano a Medina del Campo sabía nada entonces del recién llegado y nadie, aún hoy, sabe nada sobre él. José María Varón Ramallo, que así se llamaba, murió hace una semana al borde de la indigencia en una malolienta caseta de seis metros cuadrados que le servía de hogar en las afueras de la localidad desde hace dos décadas. Los médicos que le atendieron descubrieron que el anciano llevaba en sus bolsillos la friolera de 28.000 euros en fajos de billetes de 100 y 200.

Y tampoco es que el hallazgo sorprendiera demasiado entre los 370 habitantes de la localidad. Verona no tenía gastos, había trabajado como enterrador muchos años y ahora recibía una pensión de 400 euros. La comida, la ropa e, incluso, el vino, del que solía dar buena cuenta hasta el punto de «cogerse dos o tres borracheras en un día», se la regalaban los vecinos. Jamás iba por la tienda y en los bares apenas le dejaban entrar. Así que todo lo que tenía lo llevaba encima el último día de su vida. «Siempre decía que prefería quemar su dinero antes de gastarlo en pagarse una residencia o de donarlo al pueblo. Y al final, mira, se lo ha llevado al hoyo», coinciden en señalar los vecinos.

Pero, ¿quién era José María Varón Ramallo? Su DNI dice que nació el 13 de junio de 1924 en Olivenza (Badajoz) y sus tatuajes daban fe de que algún día sirvió en la Legión, el único detalle de su juventud que confió a alguien en lo últimos años. Eso y que un hermano que era teniente murió durante el levantamiento nacional de 1936. Pero ningún familiar, si es que le quedaba alguno nunca «habló sobre su pasado», reclamó su cuerpo cuando los médicos certificaron su muerte en la tarde del miércoles de la semana pasada a las pocas horas de ingresar en el hospital de Medina. El veterano militar, si es que lo fue, fue encontrado inconsciente y en coma esa misma mañana en su chamizo del camino de Carpio situado frente al matadero del pueblo. Fue entonces, al buscar su documentación el médico del pueblo y los sanitarios de la ambulancia, cuando descubrieron «unos fajos de billetes que llevaba repartidos entre los bolsillos del pantalón y de la camisa».

Enterrador hasta los 78 años

Su hogar durante los últimos veinte años fue esta vieja caseta para el gasoil que carecía de ventilación y de cualquier mínima comodidad. Verona dormía allí dentro, rodeado por todo tipo de trastos, sin luz, agua o calefacción. «Era un tío duro, tenía 88 años y trabajó hasta hace diez cavando zanjas», recuerda el alcalde, Rufino Hernández, antes de relatar que cuando le dijo entonces que a su edad debía pensar en dejar el trabajo «se puso a llorar».

Tanto el regidor como el médico y otros vecinos intentaron muchas veces que cambiara de vida. Pero no hubo forma. «No quería, le gustaba estar a su aire y siempre se iba enfadado cada vez que le hablabas de ingresarle en una residencia». Así que, en realidad, debió morir como quería, concluyen los vecinos poco convencidos de sus palabras.

Lo que sí aclaran en el pueblo es que José María «no estaba loco». Podía ser un tipo rato, algo que resulta evidente, «pero era muy trabajador y siempre supo gestionar su dinero en los bancos, aunque no lo gastara, hasta que hace quince días le dio por decir que se lo iban a robar y decidió cancelar sus cuentas». De ahí los fajos que llevaba encima.

El alcalde, que acaba de cumplir 25 años en el cargo y que ya era concejal cuando Verona fue a parar al pueblo, recuerda que «apareció en una caseta de una huerta hace 43 años antes estuvo algunos meses en el cercano pueblo de El Campillo, se quedó allí un tiempo y luego fue cambiando de casetas hasta llegar a esta última hace ya tiempo». Nunca aceptó ayuda alguna.

Rufino Hernández sí gestionó el entierro de José María Varón Ramallo en el cementerio municipal. «Era lo mínimo que podíamos hacer». El funeral, al que asistió todo el pueblo, tuvo lugar al día siguiente de la muerte de este pobre adinerado.

Con destino a las arcas públicas

Los 28.000 euros que atesoraba el anciano de Nueva Villa irán a parar a las arcas públicas ante la ausencia de familiares o herederos conocidos. Él nunca quiso que su dinero fuera para nadie, pero al final va a revertir en beneficio de todos. Este tipo de herencias que acaban en poder del Estado cada año recibe por este motivo una media de 6,75 millones de euros se parten en tres para entidades benéficas municipales y provinciales y para cancelar deuda pública.

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