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Ricardo Martín de la Guardia (Aula de Cultura) e Inocencio Arias. / Gabriel Villamil
Un país a la altura de sus ex presidentes
Solo suspende, de forma contundante, al último inquilino de La Moncloa

Un país a la altura de sus ex presidentes

Inocencio Arias examina la política internacional de Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar y Zapatero en el Aula de Cultura de El Norte

ANTONIO CORBILLÓN

Jueves, 28 de junio 2012, 12:15

Adolfo Suárez, 'un currito' hábil en las distancias cortas pero sin tiempo; Calvo Sotelo, el gran ignorado además de adusto y tristón; Felipe González, el de mayor visibilidad y prestigio; José María Aznar, un demonizado víctima de falsedades; Rodríguez Zapatero, un voluntarista e iluso sin preparación. Si hay alguien que puede dibujar en unos trazos casi cuatro décadas de política internacional española ese es, sin duda, Inocencio Arias. El político almeriense acudió ayer al Aula de Cultura de El Norte de Castilla para presentar su último libro 'Los presidentes y la diplomacia', en el que este «devorador de prensa de memoria desafortunada» juzga lo que hicieron los cuatro presidentes españoles cuando cruzaron las fronteras.

Horario un poco más temprano para respetar a un devoto del fútbol como Arias y un público atento y devoto que llenó el salón del Museo Patio Herreriano y rió con ganas sus chascarrillos y comentarios, en especial con Rodríguez Zapatero, al que llegó a ridiculizar, frente a la encendida defensa de sus tres precedentes. Arias rebajó a la diplomacia internacional a lo que en realidad es: personas que representan a países y que cargan con sus modales. Por eso y como corolario inicial, recordó que «los países son tan egoístas como los seres humanos». Descartada la capacidad para los idiomas, algo que no ha tenido nunca ningún premier español (salvo Calvo Sotelo), Inocencio Arias aprueba a los tres primeros presidentes en su particular examen por que tenían lo básico «intuición, preparación y vocación». Que, según él, era justo lo que le faltaba al último inquilino que hizo las maletas en La Moncloa.

Tras unos años formativos en distintos destinos como diplomático, Inocencio Arias se estrenó junto a Adolfo Suárez en 1978 en París y, a partir de ahí, estuvo en todas las 'salsas' de la proyección internacional patria hasta su jubilación. Algunas con mejor 'cocción' que otras como detalló durante su conferencia. 'Los presidentes y la diplomacia' ocupa ya cierta relevancia en las listas de libros más vendidos porque indaga en las anécdotas, esas que no aparecen en los habituales 'fotomatones' de las reuniones de la alta política.

Así, de Suárez recordó sus esfuerzos por lograr el respeto del presidente francés Giscard D'estaning en un tiempo en el que España se asomaba a la escena internacional y nuestros vecinos nos miraban todavía muy por encima del hombro. «En París Giscard no le esperó en la escalera para recibirle, pero luego Suárez se demoró viendo un cuadro del pasillo para obligarle a acercarse hacia él», recordó.

Méritos robados

A Calvo Sotelo, el breve, le negaban hasta los americanos. Bajo su gobierno de apenas dos años se entró en la OTAN, pero «el mismo tuvo que recordarle al embajador de Estados Unidos en una cena que no fue Felipe González quien nos metió en la Alianza Atlántica». Leopoldo era «con mucho el más culto y con más sentido del humor y además insertó a España en el concierto internacional». Un esfuerzo que rentabilizó al máximo Felipe González, protagonista de «los tiempos de mayor vitalidad y prestigio porque tenía vocación internacional y sentido de Estado».

Se nota que con José María Aznar, Inocencio Arias vivió los años más convulsos. Fue su tiempo de embajador ante la ONU, y el apoyo español a la guerra de Irak. «Con Aznar hago de abogado del diablo porque le han demonizado pero nunca le he visto el rabo y tiene que soportar falsedades y sandeces temerarias». De él concluyó que «logró ser respetado y era un hombre de palabra, además de un duro negociador», capaz de esperar fumando puros a que los demás dieran su brazo a torcer. Con un ojo en el reloj, atento a la hora del fútbol, remató su faena y a Zapatero, contando algunas de sus torpezas, propias de «un adán que solo quería pasar a la historia por ser el primero en algo».

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